EL COLECCIONISTA

EL COLECCIONISTA
Por:
  • raul_sales

La sala de espera era minimalista, todos los elementos parecían complementarse, el cemento pulido del piso, en lugar de darle un tono apagado a la estancia, se confabulaba con la madera de los estantes para resaltarlos y no obstante, el exquisito gusto en decoración, la mezcla de colores y texturas, quedaban de lado ante los objetos sobre los estantes, tan comunes que se volvían extrañas. Había una moneda parada de canto sobre un imán; un trozo del cono de un helado asentado en una base acero inoxidable; una llave rota dentro de un llavero con la mitad de un corazón; una taza sin asa; un prendedor de plata; una sonaja de jirafa; un bolígrafo con tapa mordisqueada y otra decena de cosas raras. Lo que podría parecer basura, estaba acomodada de forma que asemejaba una exhibición de piezas invaluables de una singular colección.

El tiempo pasaba lento, más lento de lo que esperaba, por un instante me levanté con la intención de irme y me senté al siguiente, si bien podía aburrirme o sentir que perdía el tiempo, el dolor sordo en algún lugar difícil de definir, por alguna razón imposible de identificar era todavía más preocupante, la angustia me atenazaba la garganta, me impedía respirar,  el aliento se me escapaba e incluso, en el calor del verano, sentía frío o eso creía mi cerebro, mi alma o vaya Dios, dioses o demonios a saber que era lo que corría libremente por mi columna, en cada inspiración, en cada noche al cerrar mis ojos.

La puerta que daba paso al consultorio se abrió cuando una despampanante pelirroja me regaló la más radiante sonrisa de la última década de mi vida.

-Sr. Aguilar, por favor pase, el doctor lo espera.-

Su voz era incluso más tersa de lo que mi imaginación aderezada de gotas animales de lujuria me decía que era su piel blanca.

Me levanté sin decir nada pues, lo que dijera, me haría quedar como el lerdo que mi boquiabierto rostro se empeñaba en demostrar.

Quizá fue sin querer, aunque me gustaría pensar que fue intencional el roce de la mano de la pelirroja con la mía al indicarme el asiento, quizá fue sin querer, seguramente lo fue aunque, hacía apenas unos meses, eso hubiera sido suficiente para hacer una jugada, hoy, hoy no tenía posibilidad alguna, hoy no era ni la sombra en noche cerrada de lo que alguna vez fui.

-Sr. Aguilar, bienvenido.-

Me lo quedé viendo sin poder articular palabra mientras la pelirroja estuviera presente y creo que se dio cuenta porque inmediatamente le hizo una seña con la mano y la bella mujer se retiró en silencio.

-Ahora sí, Sr. Aguilar, puede empezar.-

Fácil, empezar ¿Empezar por dónde? ¿Cómo diablos iba articular lo que ni yo mismo entendía?

Lo miré y me devolvió la mirada, una que no me apresuraba ni me juzgaba, tampoco podía decir que me tranquilizaba, era más bien como un vaso vacío esperando a saber si sería inocuo o tóxico el líquido que lo llenara.

El doctor miró el reloj como forma silenciosa de decirme que podía pasarme la hora en silencio y que quien desperdiciaba el tiempo era yo y no él.

-No sé por dónde empezar.-

-Por el principio.-

-Sí supiera por donde empezar sabría que es lo que me pasa y si supiera eso, sabría como resolverlo.- Mi voz sonaba cargada de ira, de miedo, de desesperación.

-Ese es el inicio Sr. Aguilar. Usted es el inicio.-

-¿Me va a cobrar por decirme “ondas” metafísicas o sacadas de un libro barato de superación personal?-

-¿Eso cree?-

-¿Me va a contestar con preguntas?-

-Las preguntas llevan implícitas la respuesta, mis preguntas solo son para que haga las correctas. Digamos que soy un facilitador.-

-Creí que era psiquiatra.-

-La ironía, aún con la intencionalidad con la que la usas, es sana.-

-¿Entonces estoy enfermo?-

-Sí... y yo también. Todos estamos sanos y todos estamos enfermos dependiendo de quien nos evalúe pero, no estamos hablando de eso. Hablamos de ti, de tus principios y de lo que te aqueja.-

-No sé que me aqueja o siquiera si algo lo hace.-

-Desde el momento en que entraste Andrea se empató contigo y ella está conectada conmigo así que sabemos que te aqueja algo, lo que ahora necesitamos saber, es que fue lo que lo inició.-

-Para eso está ¿no?-

-A ver, no soy psiquiatra, ni siquiera soy doctor desde los estándares con que suelen medir a los galenos. Soy, como te dije antes, un facilitador aunque, desde mi perspectiva, podría considerarme un coleccionista y tengo un gusto adquirido por el desespero.-

Que contestas cuando te convencieron de visitar a un doctor, te auto lavaste el cerebro para aceptar que tu consciencia necesitaba un curita y tu subconsciente una cirugía mayor. Que contestas cuando ya aceptaste que necesitas ayuda profesional y eso profesional te dice que es un charlatán.

-Entiendo que dude Sr. Aguilar pero, créame, soy la mejor opción para que vuelva a ser usted mismo, para que recupere la confianza y para que tenga una noche de descanso en quien sabe cuantos meses.-

Solo con pensar en otra de esas noches en las que despertaba sudando frío, aterrorizado, deprimido, angustiado pero que, aún con esa mezcolanza emocional, lo peor era no tener la menor idea de porque estaba así.

-Lo ve Sr. Aguilar, yo soy la mejor opción para su cura. Solo necesito saber que fue y para eso necesito que se abra completamente conmigo.-

-¡Es que no lo sé!-

-Hay una opción. ¿Me lo permite?-

-Lo que sea... lo que sea.-

Oprimió un botón y la pelirroja que ahora sabía que su nombre era Andrea entró con esa sonrisa radiante, jaló una de las sillas, se sentó frente a mí y tomó mis manos, mi corazón se aceleró al sentir su roce, su aroma, sus ojos clavados en los míos y luego una punzada helada me atravesó desde el iris, cruzó mi cerebro y bajó por mi espina envarándome, sintiendo un dolor tan intenso que mi cerebro simplemente desconectó sus nervios para proteger mi cordura, el terror primigenio hacia la inminente muerte y luego, cuando empezaba a sentir que eso se atenuaba con la resignación y la sensación de paz, al fin me invadía, mi vida pasó frente a mí, no lo bueno, nunca los instantes por los que la vida vale, no, lo que veía era cada uno de mis errores, de mis pecados, de mis omisiones, de mis mentiras, de los dolores infligidos consciente e inconscientemente, de las veces que creía hacer un bien y sucedía lo contrario, de mis fallas y mi condescendencia con las mismas. Era una terrible persona, era un asco, era la peor alimaña que hubiera pisado esta tierra, estaba siendo medido, pesado, analizado, valorado y estaba resultando deficiente. Nunca, incluso el reciente dolor, temor y desesperanza habían sido comparables con la terrible decepción, lástima y angustia de saber que desperdiciaste la única vida que tenías, la única oportunidad de ser la mejor versión de ti... Todo desperdiciado... todo perdido...

Cuando estaba a punto de perderme un recuerdo apareció, una pelota de béisbol descosida, raspada, enlodada pero era el más maravilloso tesoro que un niño podría tener, era el más maravilloso tesoro que tuve, fue la vez que me asediaron los niños del colegio para jugar y y era necesario, fui el primero en ser escogido, fue la vez que conecté mi primer jonrón y fue la carrera que ganó el juego, fue la vez que los ojos de la niña más linda de la escuela  se iluminaron al verme salir en hombros. Fue mi día perfecto, nunca más tuve uno en que todas las estrellas se alinearan de esa forma, ese día... toqué el cielo.

Inhalé de golpe. Andrea estaba cabizbaja, el cabello apelmazado y ahora sin brillo, le cubría el rostro, el doctor estaba desparramado en su silla con el cuello de la camisa empapado de sudor. Yo, por otro lado, me sentía renovado, el dolor casi constante del vientre había desaparecido, la cabeza la sentía ligera, el aire me sabía distinto, los colores brillaban más, era como renacer.

-¿Se siente bien Sr. Aguilar?-

Hasta la pregunta era necia, desde que había despertado, no había desaparecido la sonrisa de mi rostro.

-Lo veo, me da gusto. No obstante, como podrá ver, nosotros estamos agotados pero nuestro trabajo está hecho, fue un placer hacer negocios con usted.-

-¿Así nada más? ¿Cuánto le debo? No sé lo que hizo y en realidad no importa, lo que me pida ¡lo vale!-

-Ah, Sr. Aguilar, su deuda ya fue pagada.- Lo dijo mientras tiraba algo al aire y lo cachaba antes de caer.

Cuando mis ojos se posaron en lo que el doctor sostenía, algo dentro de mí, se quebró. En sus manos descansaba la pelota de béisbol, descosida, raspada, enlodada, mi pelota de béisbol.

-¿Qué es eso?-

-Usted lo sabe mejor que yo Sr. Aguilar pero, no se preocupe, cuando salga por la puerta, todo estará bien, usted no recordará nada de esta pelota, lamentablemente tampoco lo hará del día en que se volvió el más preciado de sus recuerdos. Lo veo tenso, no tiene motivo, este recuerdo había sido enterrado en su subconsciente y al hacerlo, algo en usted se tapó, dejó de ser bueno y malo o, para seguir con la terminología del inicio de la sesión, enfermo y sano, usted dejó la sanidad y la enfermedad lo saturó. Ahora está bien, claro, hubo que remover su mejor día para que cientos de malos fluyeran hacia la nada. No se preocupe Sr. Aguilar, le repito, usted no recordará nada y tengo un lugar muy especial en la repisa de mi colección para algo tan preciado como esta pelota de béisbol. Ese fue mi precio que usted muy amablemente aceptó pagar con un “lo que sea”, así que, muchas gracias por la adición y ¡hasta nunca!-

La sala de espera era minimalista, todos los elementos parecían complementarse, el cemento pulido del piso, en lugar de darle un tono apagado a la estancia, se confabulaba con la madera de los estantes para resaltarlos y no obstante, el exquisito gusto en decoración, la mezcla de colores y texturas, quedaban de lado ante los objetos sobre los estantes, tan comunes que se volvían extrañas. Había una moneda parada de canto sobre un imán; un trozo del cono de un helado asentado en una base acero inoxidable; una llave rota dentro de un llavero con la mitad de un corazón; una taza sin asa; un prendedor de plata; una sonaja de jirafa; un bolígrafo con tapa mordisqueada, una pelota de béisbol descosida, raspada y enlodada junto con una decena de cosas raras. Lo que podría parecer basura, estaba acomodada de forma que asemejaba una exhibición de piezas invaluables de una singular colección.

No me dio buena espina, aparte, no entendía por qué estaba en el consultorio de un psiquiatra si no me sentía en mal estado. Realmente estaba loco cuando le hice caso al que me recomendó venir, quizá en otra ocasión aunque no me parecía probable.

Cuando salí del consultorio me recibió el aire fresco de un día soleado, bonito día para pasear así que me fui por el parque. Unos niños jugaban béisbol, bien, cualquier cosa era mejor que estar conectados pero la verdad, no entendía como les podía gustar pegarle a una pelota con un palito, siempre había odiado ese juego pero, allá ellos y sus manías. En fin, nada me arruinaría... mi día perfecto.