La caricia encuadernada de doña Emilia Pardo Bazán

La caricia encuadernada de doña Emilia Pardo Bazán
Por:
  • fernando_iwasaki

En mayo de 1888 doña Emilia Pardo Bazán —escritora, condesa, divorciada y amante de don Benito Pérez Galdós— conoció en Barcelona a José Lázaro Galdiano, millonario, mecenas, coleccionista rumboso y secretario de la Exposición Universal de Barcelona. Doña Emilia tenía 37 años, Lázaro Galdiano 26 y el siglo xix agonizaba. Corrían los últimos días de aquel mes de mayo y aquellos dos jóvenes encendieron una pasión que ardió turbulenta a través de Barcelona, Oporto y Madrid.

Sin redes sociales ni mensajerías digitales, don Benito Pérez Galdós terminó enterándose del “affaire” de doña Emilia y decidió castigarla con el látigo de su silencio. Sin dudarlo, doña Emilia le pidió perdón en una de las cartas de disculpa más memorables que he leído: “Nada diré para excusarme, y sólo a título de explicación te diré que no me resolví a perder tu cariño confesando un error momentáneo de los sentidos fruto de circunstancias imprevistas. Eras mi felicidad y tuve miedo a quedarme sin ella. Creía yo que aquello sería para los dos culpables igualmente transitorio y accidental. Me equivoqué: me encontré seguida, apasionadamente querida y contagiada”. Como Galdós frisaba la provecta edad de 45 años, doña Emilia terminó su carta con una reconvención casi conyugal: “Haz por comer y no fumes mucho”.

Don Benito perdonó a doña Emilia y la escritora siguió siendo una de sus amantes, al igual que la actriz Carmen Cobeña, la poetisa Sofía Casanova, la cantante Marcela Sembrich, la artista Elisa Cobún, la actriz Concha Catalá y la viuda Teodosia Gandarias. Galdós jamás quiso casarse con ninguna de ellas, aunque tuvo una hija con la modelo Lorenza Cobián. Doña Emilia tampoco demostró un gran interés por volver a casarse, acaso porque dedicó mejores esfuerzos a ser admitida en la Academia Española, donde su candidatura fue rechazada tres veces.

Las cartas de doña Emilia Pardo Bazán a don Benito Pérez Galdós han sido compiladas por Isabel Parreño y Juan Manuel Hernández en “Miquiño mío”.

Cartas a Galdós (Turner, Madrid, 2013), un libro delicioso donde podemos ver cómo la condesa trataba de “ratón” al autor de los Episodios Nacionales. Así, “Ratonciño: tu rata está aquí, en el Hotel Central, rue Lafayette” (París, 18.06.1889) o “Mi ratón: estoy en las agonías de los últimos momentos y por eso seré concisa y expresiva. El plan es salir de aquí mañana temprano hacia Lourdes y dormir en el santuario” (París, 05.07.1889). Como se puede apreciar, lo mismo servía para una urgencia el Hotel Central como el Santuario de Lourdes, pues como reconoció doña Emilia a don Benito en carta del 28 de marzo de 1889: “Conozco que tiene V. razón en lo que me dice sobre los inconvenientes de la propincuidad de los habitáculos”. Admitamos que si una señora nos habla de la “propincuidad de los habitáculos” es que la cosa va en serio.

Sin embargo, a comienzos del siglo XX José Lázaro Galdiano sí contrajo matrimonio con una rica, joven y triple viuda argentina, aunque en 1889 ya había fundado La España Moderna, una de las más fastuosas revistas literarias españolas donde colaboraron Unamuno, Menéndez Pelayo, Emilia Pardo Bazán y —por supuesto— don Emilio Pérez Galdós. El Museo José Lázaro Galdiano custodia valiosos tesoros que acreditan el gusto y el poderío del banquero, editor y mecenas, pero acaso el más exquisito sea un mi-

núsculo poemario encuadernado en piel.

Transcribo la dedicatoria de doña Emilia Pardo Bazán, que Isabel Parreño y Juan Manuel Hernández encontraron en aquel bellísimo libro de versos: “A José Lázaro Galdiano. Este ejemplar va encuadernado con un guante mío y con la intención le acompaña la mano que vistió el guante y escribió los versos. Emilia”. Si el pacífico y bucólico lector da cuenta de estas líneas en una frígida pantalla, le costará comprender —sin textura, sin aroma, sin la memoria de la mirada— la hondura de aquella caricia encuadernada.