Fallece Eduardo Lizalde

Del Poeticismo a Algaida

El autor de Cada cosa en Babel es despedido por Margo Glantz y Adolfo Castañón, entre otros; en Bellas Artes preparan un homenaje; destaca la fuerza de sus versos

Eduardo Lizalde, durante la presentación de su antología poética, en la Sala Manuel M. Ponce, de Bellas Artes, en 2012.
Eduardo Lizalde, durante la presentación de su antología poética, en la Sala Manuel M. Ponce, de Bellas Artes, en 2012.Fotos Cortesía: Pascual Borzelli Iglesias
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Ha muerto El Tigre: Eduardo Lizalde (Ciudad de México, 14 de julio, 1929 - 25 de mayo, 2022): poeta, ensayista, narrador y académico. Figura clave de la literatura mexicana con una trayectoria que inicia en 1949 con 14 poemas microscópicos y continúa con Martirio de Narciso (1950), Décimas de Guillermo Tell (1951–1953), Paseo de bañista (1953), Mientras viviste sola sobre la tierra oscura (1954) y el cuaderno La mala hora, aparecido en 1956 que, al decir de Christopher Domínguez Michael, conforma el “año decisivo de la biografía intelectual” del autor de la novela Siglo de un día (1993).

En Autografía de un fracaso. El poeticismo (1981), Lizalde hace la crónica del “ambiente cultural y social que daba marco a las aventuras juveniles de los poeticistas” a principio de los años 50 del siglo XX. “Despropósito”: así lo define quien “escribía poemas desde niño y, a los trece años o doce, me consideraba capaz de llevar adelante y de manera genial cuando menos tres carreras: la de cantante, la de pintor y la de poeta”. El poeticismo, empresa literaria experimental dependiente de las vanguardias en vínculo con las concepciones bolcheviques.

Me detengo en El Tigre en la casa —I. Retrato hablado de la fiera, II. Grande es el odio, III. Lamentación por una perra, IV. Boleros del resentido, V. La fiesta, VI. La Ciudad ha perdido a su Beatriz, Caza mayor— (1970); Memoria del Tigre (1983) y Nueva memoria del Tigre (1993): muestrario de una poética disidente, provocativa, innovadora, descomedida, virulenta y antisolemne.

“Mídese amor por odio. // Que tanto y tanto amor se pudra, oh dioses; / que se pierda / tanto increíble amor. // Grande y dorado, amigos, es el odio. / Todo lo grande y lo dorado / viene del odio. / El tiempo es odio. / Y el miedo es una cosa grande como el odio. / Para el odio escribo. / Para destruirte, marco estos papeles. /Exprimo el agrio humor del odio / en esta tinta, /hago temblar la pluma”: ironía sediciosa, punzante, a través de la edificación de atmósferas insólitas de lo cotidiano.

Maestro del epigrama y de la elegía erótica. “Las nalgas de una hembra bien construida / son la obra capital de la naturaleza. // Amada, no destruyas mi cuerpo, / no lo rompas, no toques sus costados heridos. /No me lastimes más. /Me duele el pelo al peinarme. // Nadie vacila, como el amor, / a la hora del odio”. Los poetas latinos se asoman en estas improntas de sonoras percepciones que rasgan cualquier atisbo de sentimentalismo.

Rosas (1993): textos que nacieron en influjos de Rilke en derivaciones románticas pulsadas por una lira de estribillos refinados: “Límite de su reino de inocencia, / son las rosas moradas, las rojas, las de Fuego”. Otros tigres (1995), bestias acurrucadas que saltan de repente por agrestes atajos: “Sitiado por el fuego / que muerde el corazón del bosque, / gime agitado el tigre en un pequeño claro”. Algaida (2009), largo poema de configuración calmosa untada de caracteres de Stravinski, Kodály o Bill Evans: “Y sobre el ornamental arcoíris encarnado / jubiloso y jugoso, viviente del jardín / que habitamos, como un miembro mayor / de nuestro cuerpo”.

Asimismo, nos deja la novela de “reconstrucción psicológica y social”: Siglo de un día (1993) y el cuaderno Almanaque de cuentos y ficciones (2010). “Sólo dos cosas quiero, amigos, / una: morir, / y dos: que nadie me recuerde / sino por todo aquello que olvidé”, epitafio propuesto por el autor de Boleros del resentido. Un ángel descuartizado tiembla en la conífera intacta del umbral por esta pausa inesperada del Tigre.