Años después de Sonic Youth

Años después de Sonic Youth
Por:
  • wenceslao_bruciaga

En octubre de 2019, Kim Gordon, con 66 años, lanzó No Home Record al amparo del sello Matador, el tan anunciado primer disco como solista de quien muy probablemente sea la Madonna del noise, mitológica bajista del indie de ayer y hoy, en su alcance tan fastidioso como puro. No es que nunca hubiera trabajado por su cuenta en paralelo a Sonic Youth, pero es quizás morbosamente significativo mencionar que fueron proyectos aliados a otros artistas, en los noventa Free Kitten con Julie Cafritz (de las Pussy Galore), luego, ya entrados los dosmiles, Body/Head con el músico Bill Nace o Glitterbust al lado del artista y patineto Alex Knost. Las tres, colaboraciones que despertaron sospechas sobre la aportación real de Kim al interior de una banda como Sonic Youth. ¿Realmente era una buena bajista, con un estilo ejemplar e influyente? Después de todo, Sonic Youth fue conocido por su intención disruptiva sobre las cuerdas de las guitarras eléctricas. Algo que me marcó para siempre. En mi vida hay un antes y un después de haber visto el video de “Dirty Boots” en MTV. A veces me da por pensar que el lugar de la mejor bajista del indie le corresponde a Kira Roesler, la chica al bajo de Black Flag, la violenta banda de punk hardcore: su técnica me llega más palpable y protágonica, aunque sin las prendas de glamur que caracterizaron a Kim Gordon.

A principios de los noventa, con mi sueldo de lavaplatos y repartidor de botanas en el Ciriaco, la cantina de mi tío Paco allá en Torreón, me hice de mi primer caset de la Juventud Sónica, el Goo. No volví a ser el mismo. Sonic Youth es mi banda indispensable para sobrevivir.

Admito estar cegado por una devoción que no se agota. Los putos somos muy entregados con nuestros fetiches, ¿de verdad la Juventud Sónica fue tan grande como lo edita mi fanatismo? Después de todo, asesinar a nuestros ídolos ha sido una de las grandes enseñanzas de mis ídolos: Sonic Youth.

En una entrevista que pude hacerle a propósito de su disco No Home Record, publicada en la revista Marvin el mismo mes de su lanzamiento, Kim Gordon se esforzó en verdad por mantener una irrefutable defensiva respecto a su pasado en Sonic Youth, haciéndome quedar como un tarado hablando solo sobre mi tatuaje del Washing Machine en el antebrazo. Las cosas no acabaron muy bien entre Kim y Thurston. Quizás por eso Gordon optó por un sonido antinostálgico para su primer trabajo como solista, evitando aquello que le recordara la infidelidad que acabó con su matrimonio y con Sonic Youth:

Una mañana me levanté para ir a yoga. Fue entonces cuando descubrí los mensajes de ella sobre el fantástico fin de semana que habían pasado juntos, sobre lo mucho que lo quería, y los de él respondiéndole con las mismas palabras. Fue como una de esas pesadillas de las que no consigues despertarte nunca... le planté cara. Primero lo negó, pero le conté que había visto los mensajes, exactamente como en las películas, sólo que aquello era atrozmente real —escribió Gordon en La chica del grupo, una biografía satisfactoria en detalles fetichistas y notas musicales, pero forzada a todas luces por el despecho y la revancha.

No deja de ser irónico contemplar cómo una de las bandas más atípicas con las guitarras, la más ruidosa, insólita e influyente, que hizo de Nueva York un sinónimo tan sólo después de Velvet Undeground —según Alex Williams, del New York Times— terminara por desintegrarse a partir de un melodrama tan típicamente familiar como la irrupción de la otra:

“Disco por disco son una bandota, pero ellos son inmamables. Kim y Thurston son los Sony y Cher del rock alternativo” —comenta Antonio Ortuño, conocedor del punk y sibarita de los sonidos corrosivos—:

Me encanta su música pero ellos me cagan la madre. Sonic Youth grabó discos magníficos y creó un sonido singular que fusionaba melodías y distorsión. Y eran una banda estupenda en vivo (los vi dos veces). Eso es indiscutible. A la vez encarnaron la faceta más esnob y elitista del rock independiente. Eran tan hipsters y sabelotodo que podían resultar insufribles. Y, bueno, posaban de punks pero se pasaban el tiempo dedicados a complacer a los medios y la tribuna, como cualquier banda de hair metal (lo testimonia el libro Our Band Could Be Your Life, de Michael Azerrad). Aparecían siempre en las fotos correctas, a favor de las causas correctas y al lado de las personas correctas. Lo siento: antes que con ellos, me quedo con los más abrasivos entre sus contemporáneos, como Black Flag, Pixies, Husker Dü o Fugazi —remata Ortuño.

Kim y Thurston firmarían el acta de divorcio, sellando también el fin de una banda que estableció los supuestos estándares del rock alternativo, la coherencia creativa y la diseminación del ruido como infiltrado en el pop, capaz de traducir en fragosidad las angustias y adrenalinas propias de las grandes ciudades:

Sonic Youth es una banda vanguardista en el sentido real de la palabra. Con casi cuatro décadas de hacer lo que les viene en gana, con tremendo éxito comercial, y de ser un referente para los músicos que desean crear algo interesante e inusual con la —a veces trillada— fórmula de voz, guitarra, bajo y batería. Sonic Youth es muy importante en el desarrollo de géneros como el no wave, noise rock y desde luego el grunge. Mostrar esa incomodidad, ese sonido sucio y disonante en la TV de las familias conservadoras norteamericanas, durante los años ochenta y noventa, debe haber sido refrescante para las conciencias tiernas de aquellos adolescentes.

Así lo explica Carlos Ábrego, mordaz estudioso del ruido como materia prima musical, fundador del sello mexicano Núcleo Roto, que desde 2006 se especializa en música electrónica independiente y experimental, generada sobre todo, pero no de manera exclusiva, con recursos latinoamericanos:

El ruido es molesto, incómodo, crudo. Por ello nos resulta atractivo, porque no es dócil. Establece una confrontación directa con quien lo escucha, le atrapa o le repele. Pero definitivamente siempre genera una reacción fuerte, intensa, a veces deliciosamente desagradable —remata Ábrego.

Dadas las condiciones de desengaño matrimonial en el que terminaron las cosas, Sonic Youth se une a esa digna epopeya de bandas cuyos reencuentros son una fantasía de lógica inevitabilidad, como los Smiths, Black Flag con Henry Rollins al micrófono o Timbiriche con Paulina Rubio y Thalía juntas. Lo cual se agradece. Por eso no ahondaré en sus orígenes de todos conocidos, incluso por los fanáticos de nuevo ingreso: una mezcla de precaridad subterránea, galerías de arte y moda fácil de imitar —algo que me hizo engancharme con su música—, protegidos de intelectuales sonoros como Glenn Branca, amigos de protohipsters que inspirarían los filtros del Instagram, como Sofia Coppola o Richard Kern, o el hecho de que sin ellos Nirvana nunca hubiera conocido el éxito.

HERENCIAS QUE JODEN, RUIDO PARA INADAPTADOS

Meses antes de No Home Record, en julio para ser exactos, el mismo sello Matador lanzaría Battery Park, NYC: July 4, 2008, grabación en vivo de un concierto gratuito que Sonic Youth dio con motivo del Día de la Independencia gringa, y cuya nostálgica selección de canciones parecía intuir el final, alentado por las infidelidades de Thurston que para ese 2008 ya empezaban a gestarse como el deporte del macho.

El repertorio incluía temas que llevaban lustros de no ser ejecutados en vivo, como “She Is Not Alone”, de su primer EP oficial, grabado en 1981 para Neutral Records, la disquera de Glenn Branca, cuando para los sónicos el nihilismo y la sexualidad cruda eran un motor intelectual; la potentísima “The Sprawl”, de esa cúspide llamada Daydream Nation que vaticinaba desde 1988, con la vehemente tergiversación del pedal y los cambios bruscos de armonía, el fascismo que actualmente se respira en Estados Unidos; o clásicos del Billboard alternativo como “Bull in the Heather” o “100%”, canciones que pertenecen a lo que podría considerarse, con cierta resbaladiza comodidad, su fase grunge.

"No es que quiera darme baños de sensatez. Suelo ser igual, aunque del lado de mi homosexualidad, Sonic Youth me ha servido para darme en la madre, desviar mi putería como una vorágine que ayude a desequilibrar el orden impuesto".

Esta fase empezaría con Goo, su entrada a las grandes ligas del corporativismo musical, al firmar con la poderosa y multinacional David Geffen Company, razón por la cual los Sonic fueron tachados de vendidos: “Eso no es venderse, es adonde los llevó su desarrollo... cierto que se han homogenizado, pero me gusta su fórmula y en cualquier caso, se pueden escuchar sus orígenes” —dijo Richard Hell, pionero del punk neoyorquino, bajista de la seminal banda Television, en defensa de los Sonic en 1990.

Por entonces los puristas del ruido los linchaban mientras Goo obtenía nuevos adeptos: “Mi favorito es Goo porque optan por canciones pegadizas y retratan las disfunciones de estar enganchado a la cultura pop de Estados Unidos, The Carpenters, Chuck D, etcétera” —me dice Víctor Lenore, crítico musical, autor del libro Indies, hipsters y gafapastas.

La experiencia de Battery Park propone una especie de reflexión postmortem sobre el legado de Sonic Youth para la divulgación del ruido en la industria musical, para ese chocante aferre del rock alternativo a las guitarras y sus fastidiosos seguidores. Porque —aceptémoslo— los fanáticos de Sonic Youth somos unos mamones insoportables, nos convencemos de que la distorsión de sus guitarras es un pase automático a la soberbia que nos permite ningunear a quienes no soportan su acústica sucia y punzante, o sus permutas de compases inconformes ante cualquier atisbo de armonía. Víctor Lenore añade:

Creo que Sonic Youth es vanguardia de bajo voltaje. Lo único que han aportado es la investigación en las afinaciones, asumo que producto de su estudio de Glenn Branca y colaboraciones con él. Presuntos clásicos como Sister, Evol y Daydream Nation me suenan hoy como Dire Straits con distorsionador. Me da mucha vergüenza cuando ponen voz de miedo, por ejemplo en “Death Valley 69” y otras. Las letras son poesía de bachiller que descubrió a William Burroughs. Cuando intentan experimentar dan un poco de vergüenza, como esas películas donde John Waters parodia a los estudiantes de arte. Yo de joven era fan fatal, pero palidecieron cuando descubrí sellos como Earache, Amphetamine Reptile o el techno de Detroit, mucho más vanguardista y radical. El techno es comunismo y Sonic Youth, socialdemocracia.

No es que quiera darme baños de sensatez. Suelo ser igual, aunque del lado de mi homosexualidad, Sonic Youth  me ha servido para darme en la madre, desviar mi putería como una vorágine incómoda que ayude a desequilibrar el orden impuesto por los heterosexuales y desmantelar esos iconos gays como Lady Gaga o Gloria Trevi, que domestican a los homosexuales como si fueran mascotas. Recuerdo una vez, cuando un ligue que levanté en mi bar favorito, el Tom’s, pensó que yo era una especie de psicópata por el simple hecho de subirle el volumen a “Dissappearer”, mi track favorito del Goo. Y quizás de toda la discografía de Sonic Youth. Que una canción pueda alterar los nervios de esa manera sin consumo de sustancias fue la razón que remató la decisión de tatuarme al Sonic como forma de agradecimiento.

[caption id="attachment_1052351" align="alignnone" width="696"] Fuente: bhammershaug.com[/caption]

Pero vuelvo al principio. No Home Record parece acallar esas desconfianzas, aunque al mismo tiempo despierta otras. El disco no exuda la disonancia sublimada que se esperaría de la bajista de la banda que hizo del ruido una aspiración social e ideológica, pero sí una vanidosa urgencia por parte de Gordon de integrarse a las tendencias de moda, sobre todo al trap. Urgencia comprensible en tanto Gordon es célebre por su afición a la moda, ya sea con las faldas brillantes, los jeans entallados, los tacones o su gusto por el mundo del arte contemporáneo, que es a lo que se dedica de tiempo completo en la actualidad, además de sacar discos de vez en cuando, quizás como mero fondo musical para su poesía experimental.

Gracias a Kim, Sonic Youth fue la banda más ruidosamente cool del espectro alternativo e incluso del rock en general: “Se definió como un arquetipo indie, quizás el arquetipo indie, la piedra de toque por la que se medían la independencia y la moda” —como apunta Michael Azerrad en su libro Nuestra banda podría ser tu vida.