Blade Runner 2049: los replicantes contra las expectativas

Blade Runner 2049: los replicantes contra las expectativas
Por:
  • ignacio_herrera_cruz

Estamos tan lejos de 1982, fecha del estreno de Blade Runner, como ese año de 1947, año de Los mejores años de nuestra vida (The Best Years of Our Lives) de William Wyler, un éxito crítico y comercial en Estados Unidos, actualmente olvidado; también de Al borde del abismo (The Big Sleep) de Howard Hawks que pervive por la buena química que alcanzaron elenco, guionistas y director para ser un ejemplo modelo del film noir.

Por el lado nacional se vieron La diosa arrodillada de Roberto Gavaldón o Los tres García de Ismael Rodríguez, excelentes registros dramáticos o cómicos y de construcción de estrellas, pero no hubo en el caso estadunidense ni en el mexicano películas revolucionarias o innovadoras del lenguaje cinematográfico. Tampoco la ciencia ficción era un género vigente, su momento no había llegado aún.

 

Cuando el cine reinaba

En 1982 veíamos ya otro tipo de cine tras el revival de Hollywood desde fines de los sesenta con la política de autor. Tuvimos con un fuerte impacto visual y auditivo la minoritaria Diva de Jean-Jacques Beineix y con un alcance más amplio Mad Max 2 de George Miller que cristalizó una estética postapocalíptica.

Al lado del fracaso taquillero y de apreciación original de Blade Runner en Estados Unidos, hubo en ese 1982 un triunfo casi total con E.T., el extraterrestre de Steven Spielberg. Con el tiempo, la cinta de nombre raro y que no deja indiferente a casi nadie se ha vuelto un referente del cine; en cambio la de Spielberg ha permanecido, lograda y efectista, pero difícilmente sirve en la actualidad como un objeto de análisis a profundidad.

1982, cuando las grandes salas con su servicio decadente eran todavía la norma en la capital; cuando el cine reinaba supremo en el espacio audiovisual y la televisión era un ciudadano de segunda; una era cuando conseguir información sobre los filmes obligaba a recortar las noticias en los periódicos y a visitar religiosamente los cineclubes.

Al estreno el 11 de noviembre en la Ciudad de México, las primeras impresiones fueron de novedad, pese a su evidente deuda con Metrópolis y Fritz Lang: era diferente en su meticulosa presentación del futuro de lo que se veía por entonces; el papel de Harrison como Deckard iba en sentido contrario a lo que se esperaba de él tras Han Solo e Indiana Jones. Su temática iba a contracorriente del optimismo imperante en los años ochenta —aunque abriría brecha para Terminator, Robocop y el Batman de Tim Burton. En resumen: era extraña, con un rostro vuelto hacia los años cuarenta y otro hacia la difícilmente imaginable década de los 2010.

[caption id="attachment_678727" align="alignleft" width="300"] Blade Runner, la película original de 1982.[/caption]

Siete lustros después, al igual que la perspectiva sobre Blade Runner, el mundo de su secuela, Blade Runner 2049, ha sido afectado por los avances tecnológicos. Las grandes salas han sucumbido como los dinosaurios, una película se estrena en decenas de cines simultáneamente y no en unos cuantos escogidos; cualquiera con unos cuantos clics recibe datos detallados sobre el cine y el propio celuloide es remplazado por el registro digital mientras las series de televisión aumentan en sofisticación y complejidad.

En 1982, lo que atraía de Blade Runner era ver lo que podía realizar un cineasta semiconocido tras Alien, el octavo pasajero, basado en una novela de un autor restringido a los fanáticos de la ciencia ficción. Philip K. Dick, muerto en ese año, alcanzaría la gloria póstuma a través de sucesivas adaptaciones de sus novelas en el séptimo arte.

 

La ruta de Denis Villeneuve

Ahora Ridley Scott, tras una larga y exitosa carrera —que viene a menos— cede el control de la secuela de su gran obra maestra al franco-canadiense Denis Villeneuve, cuyo primer largometraje, Un 32 août sur terre (1998), no se exhibió en México. A Villeneuve como director no se le vería aquí sino hasta 2001 con Maelström (2000), una obra narrada por un pez prehistórico y que relata la historia de una joven (Marie-Josée Crozes) que administra boutiques de lujo, cuya vida se altera y cambia a raíz de un (otro) accidente automovilístico en el que mata a un pescador noruego. Aunque obtuvo varios premios Genie en su país —equivalentes al Ariel—, se queda sin cumplir sus ambiciones.

Tras una pausa de años sin largometrajes en su haber, llegó Polytechnique (2009, tampoco exhibida aquí), recreación de un feminicidio masivo que conmovió a Canadá. Filmada en un austero blanco y negro, da cuenta de la forma en que con metódica frialdad Marc Lépine asesinó con un arma semiautomática a catorce mujeres estudiantes e hirió a doce más de una escuela técnica de Montreal el 6 de diciembre de 1989. Polytechnique es una mirada devastadora de la violencia sin sentido que brota aparentemente en el vacío.

Su gran explosión vino con La mujer que cantaba (Incendies, 2010) que obtuvo el Oscar a la mejor película extranjera en 2011. Adaptación de la obra teatral Incendios de Wajdi Mouawad que forma parte de la tetralogía La sangre de las promesas, reflexión sobre el exilio y el conflicto de identidad. La mujer que cantaba está narrada de una manera interesante, una revelación conduce a otra igual o más dramática, aunque su final deja qué desear.

Siguió Prisioneros (Prisoners, 2013) en la que dos niñas desaparecen un Día de Acción de Gracias, en un tranquilo vecindario; el padre de una de ellas (Hugh Jackman, al límite) secuestra y tortura al probable responsable (Paul Dano) para que revele la verdad, con lo que horroriza a los padres de la otra infante; sin embargo, el detective encargado del caso (Jack Gyllenhaal) lo cree inocente por un retraso en sus facultades mentales. Película que cuestiona lo que un padre haría por recuperar a su hija, así como la ambigüedad entre lo justo y lo legal, es un solvente análisis de la maldad humana.

Filmada casi al mismo tiempo que la anterior, Enemigos idénticos (Enemy, 2013, pero distribuida después), basada en una novela de José Saramago, observa cómo un austero profesor de historia (Jack Gyllenhaal) descubre a alguien que parece su gemelo (el mismo Gyllenhaal) y comienza a seguirlo, pues supone que lleva una vida más interesante que la propia. Sin exageradas pretensiones, el filme sostiene el tono y el misterio por la buena interpretación de su actor principal.

Desde la revolución de 1910 Hollywood se ha asomado a la barbarie de su vecino del sur, y lo hace con Villeneuve en Tierra de nadie: Sicario (2015), donde la novata del FBI (la siempre inexpresiva Emily Blunt) decide participar en una operación encubierta cuando descubre una salvaje matanza en Arizona. Se suma así a un equipo dirigido por un taciturno agente de la CIA (Josh Broslin) y en el que participa un asesino aparentemente arrepentido (Benicio del Toro).

 

“Con su evolución del cine de arte al del gran espectáculo, Villeneuve era una opción lógica para continuar una película que con los años había logrado la categoría de obra de culto.”

 

Cinta de trepidante acción, en la que destaca una balacera en el cruce fronterizo de Ciudad Juárez-El Paso —recreado fielmente en Albuquerque, Nuevo México— durante el traslado de un capo, es un viaje delirante por un campo de guerra que no conoce fronteras y en la que la distinción entre malos y malos-malos es muy tenue.

La llegada (Arrival, 2016) describe la manera en que la humanidad podría comunicarse con una especie interplanetaria que se basa en otro concepto temporal. Para esto, sirve de intérprete una lingüista que da clases universitarias (la siempre maleable Amy Adams), reclutada por los militares de su nación para dialogar con seres que han aparecido en doce naves misteriosas alrededor del mundo. La acompaña en la experiencia un físico (Jeremy Renner). Cinta que pasa de lo espectacular al intimismo, puede parecer o bien una excelente meditación sobre el proceso comunicativo o bien un vacuo ejercicio pseudofilosófico que homenajea a 2001: Odisea en el espacio.

De esta forma, con su evolución del cine de arte al del gran espectáculo, Villeneuve era una opción lógica para emprender la continuación de una película que con los años había logrado la categoría de obra de culto.

 

2049: Un futuro alternativo

Desde el comienzo de Blade Runner 2049, cuando la conocida entrada de Columbia Pictures comienza a parpadear, perder color y casi desvanecerse, entendemos que lo que viene es el vistazo a un planeta y sociedad más decadentes que treinta años atrás. El 30 de junio de 2049, el Blade Runner KD6.3-7 (Ryan Gosling, excelente), se dirige a la granja de Sapper Morton (Dave Bautista) que oculta su condición de replicante versión 8, desertor de las guerras estelares en Calantha, y guarda un enorme secreto en las raíces de un cadavérico árbol, mientras espera el inevitable retiro por parte de las fuerzas del orden.

[caption id="attachment_678732" align="alignright" width="696"] Blade Runner 2049, siete lustros después.[/caption]

En ese futuro alternativo, tras un enorme apagón en el año 2022 se borraron la mayoría de los registros digitales y sólo sobrevivió el papel; hay coches voladores, ya no tan numerosos, la polilengua no es tan frecuente, la ecología está descompuesta, el Estado ausente y su única presencia visible es la policía, subordinada a las corporaciones.

El lugar de la omnipotente corporación Tyrell ha sido asumido por la Wallace que supo realizar una revolución alimenticia, domesticar a los replicantes, perfeccionar las aplicaciones de consumo y colonizar nuevos mundos, encabezada por el ciego que viste como samurai Niander Wallace (Jared Leto, en un intento de recuperarse de su encarnación del Joker en Escuadrón suicida).

En ese porvenir, cuando ya es mínima la diferencia entre humanos y replicantes, con duchazos de tres segundos de duración, hay una combinación de tecnologías extrapoladas de las de los años ochenta con algún añadido perfeccionado: las computadoras no son un desborde de imaginación, sino una proyección de las IBM comunes y básicas, ahora reliquias; aparecen drones, algo experimental en 1982, no ubicuos como hoy; para recuperar datos existen esferas de la memoria que parecen extraídas del universo de Harry Potter.

K entrará en una búsqueda de los misterios de sí mismo y de su humanidad y alma, como le sucediera al Pinocho de Carlo Collodi. Su némesis será la ejecutiva y despidada Luv (Sylvia Hoeks), creación y orgullo de Wallace.

Tenemos una fotografía muy cuidada por parte de Roger Deakins que maneja muy bien tanto las contraluces en el tono expresionista y los espacios abiertos en diferentes modalidades cromáticas; el complemento musical de Hans Zimmer y Benjamin Wallfisch es solvente, sin alcanzar los registros memorables que obtuviera Vangelis en su momento. La ambientación escenográfica, como era de esperarse, es notable.

La gran sorpresa es la presencia de Joi (Ana de Armas), una geisha hologramática, digital y sensual, un avance cuántico con respecto a la Ella de Spike Jonze que puede acompañar en sus travesías a K, al que bautiza como Joe, a través de un aparato conocido como Emanador.

Hay también referencias a Blade Runner para satisfacer a los fanáticos, como la prostituta encarnada por Mackenzie Davis que es una versión joven de la Pris que fuera Daryl Hannah, cameos en que el mejor maquillista es el paso de los años o los avances que permiten recuperar en todo su esplendor la belleza de Rachel.

Si en lugar de treinta y cinco años después, la secuela hubiera surgido en 1983, lo que encontraríamos no nos parecería muy diferente al original, es decir, Blade Runner 2049 no es un filme que cambie las reglas del juego como sucedió con la película de

Scott, ni expande sus límites formales o conceptuales.

Tampoco es la obra maestra que muchos han proclamado, para serlo necesitaría concretar las ansiedades de estos días como lo lograron en su momento La gran ilusión de Renoir o La caja de Pandora de Pabst, ni el desastre cinematográfico que han externado otras voces críticas. Es una película que obliga por su ritmo pausado a una fuerte dosis de atención de los espectadores acostumbrados a un tráfago más vertiginoso en las producciones hollywoodenses.

La gran duda al término de 2049 es si los espectadores y creadores del futuro la tomarán como referente y punto de partida para otras aventuras de la imaginación. Lo más probable es que no, pese a ser una obra mucho más exigente en el planteamiento de ideas que las adaptaciones de cómics que son la norma en esta década. Será un complemento muy decente a Blade Runner, una cinta que se arriesgó en un alarde de audacia a mezclar la ciencia ficción, el cine negro y a utilizar un título que con sólo mencionarlo nos remite a la magia del cine y que revirtió una prematura condena a la muerte y al olvido.