Capirotada hipster (contra Poor Things)

EL CORRIDO DEL ETERNO RETORNO

Poor Things
Poor ThingsImagen: Cartel oficial
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¿Alguien quiere pensar en los niños? fue lo primero que me pregunté al enterarme que la nueva peli de Lanthimos duraba dos horas veintiún minutos. Qué es esto, me dije. ¿La competencia de Bety la fea? Convencido de que ninguna peli podría resultar tan soporífera como El Irlandés, me dispuse a un entumecimiento de nalgas para dejarme seducir por la sensación del momento: Poor Things. Y luego dicen que el celular ha arruinado nuestra capacidad de atención. Que ya no podemos concentrarnos en ningún video que dure más de dos minutos y medio. Pamplinas.

La premisa de la película es genial. La complicación moral que se deriva de la fascinación que sentimos por dotar de vida a algo muerto. Frankenstein no te acabes. Pero apenas empiezan a desplegarse los primeros minutos, es imposible no marearse con lo que está ocurriendo en la pantalla. Los escenarios se superponen a un ritmo que no te permite saborearlos a gusto. Hay referencias para aventar para arriba. Desde el expresionismo alemán, pasando por Anton Corbijn, hasta Charlie y la fábrica de chocolates. Y en este punto es donde radica una de las peores falacias de la película: se parece a todo. Tanto, que termina por carecer de una personalidad propia.

Oh, perdón, rectifico. Sí que tiene personalidad. La de la capirotada. A Poor Things además de vérsele las costuras, se le ve en pan, el piloncillo, la grajea, el coco y las pasas. Bendito cine de arte, no me falles.  

Y ya que estamos en esa onda, la de meter ingredientes indiscriminadamente, por qué no de una vez nos ahorramos la molestia de respetar la trama. Ah, ya sé, para evidenciar el afán vanguardista vamos a espolvorear el retablo con ciertas implicaciones filosóficas. Eso nunca falla. Vamos a hacer que el espectador promedio se sienta culto. También vamos a suplantar a los aburridos filósofos por monstruos cool. Armemos nuestro Moulin Rouge pero con puros gólems. Pero tampoco nos pasemos. Al rostro mutilado de Willem Dafoe tenemos que anteponer la belleza de Emma Stone. Para mantener el equilibrio. ¿Se imaginan si hubiera sido tan fea como su padre adoptivo? Todos se hubieran salido del cine.

En Emma Stone recae gran parte del atractivo de la película. Conozco a más de uno que se chutó la peli nada más por verla desnuda. Nada nuevo, que sabemos que el sexo vende. Y que el único trabajo que había tenido su personaje, Bella Baxter, en la trama, fuera el de prostituta, aunque su futuro le deparara desenvolverse como una mujer de ciencia, es de un morbo irresistible, pero que termina por resultar anodino, por el abuso del recurso y del tiempo en pantalla que se dedica a este aspecto. O sea, Yorgos, amigo, ya demostraste el punto, pa qué regodearte en el sexoservicio. Nos quedó bastante claro que de niño no te perdías las soft porn del Golden.

Poor things es una trampa maldita. Después de la, más o menos, primera media hora, cuando su director se cansa de practicar el onanismo de los recursos técnicos, la trama se asienta y empieza a conquistar al espectador. Sólo para, sin decir ai va lagua, sacarnos de una trama psicológica para darnos un recorrido en caballito de carrusel por un parque de atracciones que dura más que Las Cabalgatas de las Valquirias. Aquí el robo a Terry Gilliam es más que evidente. Échale un ingrediente más a la capirotada, no le hace que se remoje. No le hace que no sepa a nada. Lo importante es que sepa a todo.

Para continuar con su experimento moral, God Baxter, el padre postizo, orilla a su aprendiz a darle un anillo de matrimonio a Bella. Y como nunca falta, aparece un metichón, un abogadillo erotómano que le hace un coco wash a Bella y se la roba, sí, como hacían antes en las comedias rancheras. Sólo que aquí en lugar de a caballo, se la llevan en barco. A un crucero que es la prisión perfecta para mantener a Bella ocupada en la cópula. Y es entonces cuando comienzan las verdaderas penurias para el espectador.

Poor things cansa. Y cansa un chingo. Y comienza a fastidiar justo en este punto. Primero van a Lisboa. Luego a Tangamandapio. Luego a Londres. Luego a Pénjamo, Chiconcuac, etc. Aquí uno dice, por favor, ya que lleguen, chingao. A dónde sea. Pero que lleguen. El recorrido se hace eterno. Hasta que por fin desembarcan, of all lugares comunes, por cierto, en París. Y es ahí donde Bella en plan sex symbol comienza a darle a la puteada. 

¿Y el dilema moral que planteaba la peli al principio? A quién le importa. Ya quedó muy atrás. Ahora de lo que se trata es del glamur de la criatura madrota del putero. Y cuando parecía que Bella había encontrado su vocación, se la arruinan con la enfermedad de God. Por lo que ella tiene que regresar al laboratorio. Ahí se da cuenta de que se tiene que rehabilitar. Y llevar una vida honorable junto al aprendiz. Decide casarse. Y colirín colarado, este cuento no ha terminado.

Cuando el y vivieron felices por siempre se dibujaba en el horizonte, por intrépido, por cagar los huevos o por lo que quieran, el director decide sacarse de la manga al ex esposo de Bella. No mami blue. Cuando nadie pensaba en la vida de Bella antes de ser resucitada, aparece el ex marido maltratador y evita que Bella se case. Se la lleva a su castillo y todos se quedan sin Juan y sin las gallinas: el prometido, el amantillo y el científico loco. Cómo les quedó el ojo. A que esa no se la esperaban, eh. ¿A poco no es un genio el Lanthimos éste?, jijos.     

No, pero esperen. Qué les parece si hacemos que Bella, de tarada pase a ser genio de la ciencia. A la continuadora de los experimentos de su padre. O sea, porque una ocupación le teníamos que inventar después de su pasado en el arrabal. Y qué arrabal, nada menos que uno francés. Oh la la, el cliché en su máxima expresión. Aquí ocurre otra de las mayores falacias de la película. Durante todo el tiempo Bella es incapaz de sentir culpa. O dolor. O algo que no sea placer sexual. Pero de repente, como iluminada, su deber le dicta que tiene que dispararle a su esposo. ¿Neta Yorgos? ¿Te cae? Vamos a ponernos de acuerdo, ¿no? O todo le vale o no.

Como Bella es una chucha cuerera, no se ve en la pantalla, pero se deduce que mientras estaba en el prostíbulo dedicaba todo su tiempo libre a estudiar medicina. Cómo si no se explican que le haya trasplantado el cerebro de su abusivo ex marido al cuerpo de una oveja. Aquí no hay duda de que Yorgos le está robando a Peter Greenaway de Zoo. Híjole, mano, qué bárbaro. Y qué bárbaro el personaje de Bella. Mira que venir a ser ella ahora la científica candidata al Nobel. Ésa sí que nadie se la esperaba, genio. Como tampoco nadie nos esperábamos ese final de cuadro hipster fusil del Bosco. 

Pobres criaturas, pero no las de la pantalla, nosotros, los que nos fumamos esa mezcolanza pretenciosa entera en el cine.