Claudina Domingo, un conjuro

ESGRIMA

Claudina Domingo, un conjuro
Claudina Domingo, un conjuroFoto: librotea.com
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La más reciente novela de Claudina Domingo, Dominio, es un ejercicio autobiográfico fruto de la experiencia cercana a la muerte que llevó a la autora a consumar esta novela extraordinaria, como dice Luis Felipe Fabre. El humor negro de la distancia ante la continuada tragedia que se narra es certero. La angustia y la exploración de los momentos más hondos punza con lucidez en el delirio de tocar la finitud. Podría ser que estemos ante la novela del 2023, tono exacto que toca la sobrevivencia, la educación sentimental y el mundo íntimo a través de la mirada que hace de la vida algo literario. Veo el esclarecimiento de una poética ante la ciudad, el sexo y la soledad. Si a Canción de tumba la acogieron con emoción, Dominio no merece menos.

¿Dominio es un conjuro

El título es una broma cruel porque lo último que tiene el personaje, que también soy yo, es dominio. El yo adolescente no tiene autocontrol de sus emociones. Y el yo adulto no tiene autocontrol de su cuerpo. Concentré el episodio autobiográfico en un estado no sólo de ingravidez sino de indefensión. Por un lado, la adolescencia con lo urgente de la carne como motivo de placer y, por otro, el cuerpo adulto como espacio de urgencia anatómica. 

¿La piensas como una novela de escritora? 

Trata de primeros descubrimientos. Uno de ellos es la primera voluntad literaria que tuve: ser poeta. Quise narrar el proceso de descubrir el encanto de la poesía, que fue para mí un fenómeno tan importante como empezar a tener sexo con hombres. Había leído a poetas importantes, a Pellicer, a Pacheco, a Paz, como mucha gente de esa época, a Sabines. Aunque yo tenía ese conocimiento, el descubrimiento de la ciudad fue un contacto primordial con un material literario. Por eso digo que resultó tan

importante como coger con hombres por primera vez, enamorarme, obsesionarme, encularme. 

¿Se puede escribir una novela como ésta sin culpa, siendo mujer?

Si parece impúdico es porque hay un desnudamiento emocional. Se desnuda en términos psicológicos y no siente culpa. Cuando caí en el hospital, en 2020, fue por un embarazo. La prosa podría girar en torno a “casi me hago morir”, “qué pendeja”. Pero no. Hay accidentes. Creo

en el destino y no me siento culpable de haber estado a punto de morir. Y en la adolescencia la protagonista no se siente mal por cosas que podrían causarle culpa. Las mujeres que nacimos en los ochenta hemos cargado mayor culpa que los hombres. Nos sentimos culpables hasta de nuestras desgracias. Quería asumir la posibilidad de una mujer mexicana que intenta dar el paso de no sentir culpa. No quería esa carga ominosa que, por repetitiva, resulta aburrida. Eso quise dejar en Dominio. Hay un cinismo en la voz narrativa, pero no el de la persona ignorante de la fatalidad. Es el cinismo de quien conoce la desgracia. La voz es artificial porque, pese a que todos los sucesos de los que hablo son verdaderos, yo los vivía con cierta culpa y una dosis de cinismo. Debí inventar esa voz. El asunto con un texto autobiográfico es que no deja de ser literario, si la intención es literaria. Estaba muy consciente de que buscaba añadir la capacidad de autoescarnio de la que soy capaz ahora y eso es algo que he aprendido a hacer como una defensa ante la frustración y el fracaso, muy entrados mis treintas. No iba a escribir un libro autoconmiserativo. Con Dominio quise subvertir la paradoja de la adolescencia: hacer literatura de la memoria y de la realidad de la memoria. Describir la experiencia del choque de la Clodín de Dominio, que es confundir la realidad con literatura y esperar literatura de la realidad.

¿Buscabas efectos específicos? ¿Cómo tomar decisiones en una novela como ésta?

Antes de ir al hospital quería escribir una novela sobre la Conquista. Me causaba vergüenza la forma en la que caí en el hospital. Hablo del primer hospitalazo, de 2020. Me sentía muy estúpida por lo que me pasó. Si vives en un entorno en el cual la inteligencia se aprecia, lo que más te vergüenza es ser idiota. En plena pandemia no se me ocurrió escribir en prosa acerca del hospital. Hice Material hospitalario, que ganó el Premio Nacional de Poesía Enriqueta Ochoa. Es más moridor. No hay cinismo, hay melodrama, la contraparte de Dominio. Hacerlo en prosa no se me había ocurrido. Luego de la segunda vez que caí al hospital, y luego de la primera operación donde estuve a punto de morir, empecé a entender que, aunque solemos pensar que se toca fondo y que de ahí sólo es para arriba, no es cierto. Aprendí que la vida puede ser un abismo, siempre te puede ir peor y te pueden ocurrir cosas espantosas una tras otra; todo depende de cómo esté tu suerte, cómo estén tus astros. Aunque el segundo hospitalazo fue menos terrible —mi vida no estuvo tan en riesgo—, lo vivía como una repetición, una pesadilla. La conmoción fue más dura porque decía: “Pensé que desangrarme era mi topón con la muerte y ya, que ahí se inauguraba una nueva vida”. Pero no, que me va dando un ramalazo año y medio después. La repetición la viví con más angustia y salí madreada. Pasé medio año muy jodida. Estaba mal, en la quiebra en términos morales, emocionales y espirituales; extraviada. Ni siquiera sé qué palabra aplicar. Pero en esos meses tuve la impresión de que no iba —o voy— a vivir un chingo, y si era cierta esa sensación, ¿por qué perdía tiempo pensando en la novela de la Conquista cuando la autobiografía esclarece o es un intento por esclarecer y, a la par, es un acto testimonial? 

Comencé a escribir episodios de mi autobiografía. No me hubiera atrevido antes, fue necesaria la sensación de que podía morirme. Vivir al máximo en este país es muy difícil. Lo que sí podía hacer era escribir al máximo, con una intensidad que parece vida, parece experiencia. Eso intenté con Dominio: incendiarme. Hacer una pira de esos dos hospitales que me traumaron. Para hacer la quema necesitaba sentido del humor. Porque el sentido del humor mexicano es la forma en la cual aprendemos a existir entre paradojas. A veces parece que los mexicanos vivimos hipócritamente, que cargamos demasiado, pero el aceite que logra que esa maquinaria siga avanzando es el sentido del humor. 

Es curioso porque yo quise dotar la novela de este sentido del humor paradójico y brutal, pero al mismo tiempo resultó necesario para mí —ahí sí diré que la narradora es la autora—, pues se ha convertido en el aire que respiro. Me calma. Es un simulacro verbal de tus peores intenciones, pero los simulacros como todas las cuestiones simbólicas, alivian. Tiene la capacidad de no llevarte a hacer cosas terribles, te da oportunidad de decirlas. Para mí no sólo es un estilo, es una clave del libro, una forma de llevar al límite el texto.