El primer peldaño del cine mexicano

El primer peldaño del cine mexicano
Por:
  • praxedis_razo

Hasta hace algunos meses, luego de cuatro arduos años, el mundo pudo ver lo que hasta entonces solamente se podía conocer en las historias del cine mexicano de José María Sánchez García, Aurelio de los Reyes, Jorge Ayala Blanco, Emilio García Riera y Federico Dávalos Orozco. Se trata de la pieza que ensambla, de muchas maneras, el periodo cinematográfico de la Revolución Mexicana con la primera era industrial de nuestro cine: en suma, El automóvil gris veía la luz, pasados sus primeros cien años de existencia.

Esta película nació con un éxito calculado en 1919, vivió con un prestigio amasado durante noventa años y volvió a estrenarse en 2019 con todas las expectativas cumplidas. El cine mexicano, en clave de concepto histórico, es un ser monumental disperso, una antigua civilización que vive en pocas bocas, en menos análisis, en contadas salas de cine y casi en ningún cineclub. Además, este filme representa el eslabón perdido entre una era de cine verdad y la nueva era que, después de la guerra revolucionaria, quería salir a flote como una alternativa económica, política y social, que todo eso también es cultura.

LA BANDA TRAS LA BANDA

La junta constitucional que reconocía a Venustiano Carranza como presidente, asentó —el 5 de febrero de 1917— una nueva normativa social en un documento que recuperaba el pasado juarista y anticolonialista. Para los sobrevivientes de una guerra civil que, por lo menos, llevaba un sexenio floreciendo en México, con esto se podría considerar que llegaba otra capitulación de la Revolución Mexicana, quizá con más ímpetu y más regulada que otros grandes momentos conclusivos de aquellos años.

Al cine mexicano, surgido con mucha fuerza en las postrimerías del siglo XIX, se le había atravesado la guerra y en ella había alcanzado notas altísimas detrás de las cámaras de los hermanos Alva, Jesús H. Abitia, Salvador Toscano, entre otros realizadores del cine de la inmediatez, de las batallas de la semana pasada. Con la promulgación de la Constitución del 17, el cine siguió el propósito de emular el apabullante modelo industrial de Hollywood.

En ese clima, tres influyentes amigos se reunían para fundar una de las primeras casas productoras de películas en nuestro país y el continente, Azteca Films, que emprendió filmaciones con cierto aire artístico ese mismo año de 1917, de las que hoy quedan unos segundos en pantalla, resguardados por la Filmoteca de la UNAM. Dos años después se harían muy famosos por producir bajo su firma El automóvil gris.

Aquellos amigos eran Mimí Derba, productora, cantante y actriz que venía del teatro que sobrellevó la Revolución, muy conocida por sus llamativos escándalos; Enrique Rosas, todo un realizador cinematográfico poblano que se aferró ferozmente al séptimo arte durante la guerra y en el exilio, también un nombre con cierto peso por haber documentado en cine el incendio del Teatro Guerrero de Puebla, en 1909, y haber recogido con su cámara la parte más destacada entre todas las que filmaron la Decena Trágica en 1913; más el hombre que arriesgaba su capital, ganado con las mil batallas que libró en esos mismos años, y mostraba cuán buena inversión podía llegar a ser el cine: el general Pablo González, hombre tan cercano al presidente en turno que llegó a barajarse como un posible sucesor.

"Este filme representa el eslabón perdido entre una era de cine verdad y la nueva era que quería salir a flote como una alternativa  política y social, que eso también es cultura".

LA SOSPECHA

Para finales de 1918 una nota roja excepcional ocupaba las portadas de todos los periódicos. Dos años después de que fueron fusilados cuatro de los nunca cuantificados ladrones del “automóvil gris”, aparecieron muertos, con diferencia de pocos días y a escasos metros de distancia dentro de Lecumberri —la penitenciaría modelo—, otros dos integrantes de la banda, que para entonces se encontraban cumpliendo condenas diversas.

El Universal, en ese tema inquisidor, indagó en busca de explicaciones satisfactorias. Valiéndose de entrevistas a viudas de la Banda, seguimientos a jueces que procesaron a sus integrantes, infiltrados en la cárcel que incidieron en las sospechosas muertes mencionadas, el diario creó una tensión entre lectores ávidos de una historia donde se filtraba una trama política incesante: entre las mil y un irregularidades del caso, el general Pablo González era señalado como sospechoso. Las elecciones se acercaban y Azteca Films ya preparaba un guión que lo eximiría de toda responsabilidad.

Los hechos delincuenciales que cometió la Banda del automóvil gris, en suma, eran una consecuencia del conflicto revolucionario. Hacia 1915, sus integrantes habían asolado a la Ciudad de México mediante robos a mansiones millonarias: geniales puestas en escena, modus operandi en que los ladrones llegaban travestidos de policía militar, a comprobar que todo estaba en orden dentro de casas particulares, para asaltarlas.

Técnicamente, la actuación de la Banda es un episodio rijoso más de la guerra intestina en México. Cubre exactamente el periodo que va desde el asentamiento de la Primera Jefatura convencionista, la ocupación “electa” de los zapatistas en 1915 en la Ciudad de México, a la consolidación fallida del proyecto pacificador de un Estado constitucional hacia 1922, tras el gobierno carrancista.

LA PELÍCULA Y SUS LINDES

En enero de 1919, la Oficina de Marcas y Patentes de México acreditaba a Enrique Rosas como propietario del título El automóvil gris y Sánchez García, en su “Historia del cine mexicano” publicada en la revista Cinema Reporter de 1951 a 1954, comenta que en esos mismos días se comienza a planear el argumento:

El rodaje se inició a fines de marzo de 1919, en los estudios que fueron de la Azteca Films, ubicados en la esquina de Juárez y Banderas, ultimándose los trabajos en los laboratorios del señor Rosas [...]

Todo el proceso, desde que se rodó la primera escena, hasta dejar la cinta completamente terminada, duró... ocho meses y medio.

En la realización de este film se tuvo especial cuidado en desarrollar la acción en los mismos sitios que fueron teatro de las hazañas criminales [...]

Con la rapidez con la que Rosas estuvo habituado a filmar, editar y estrenar cortometrajes durante la Revolución, así trabajó un serial de doce episodios, treinta y seis capítulos muy solventes en un lenguaje nervioso, completamente empapado del estilo y el ritmo que Griffith desarrolló en sus dos más famosas películas hasta esos años, El nacimiento de una nación (1915) e Intolerancia (1915), que recién en 1918 se estrenaban en las salas mexicanas con mucho éxito.

El estreno de El automóvil gris también sería una novedad para el público cinéfilo, pues los asistentes verían una película en tres jornadas de casi dos horas cada una, el fin de semana del 11 al 13 de diciembre. Se presentó en 18 salas, es decir, casi todos los cines que había entonces: Casino, Teatro Colón, Parisina, San Juan de Letrán, San Hipólito, Venecia, Trianón Palace, Royal, Granat, Salón Rojo, Olimpia, Alarcón, Santa María la Ribera, Las Flores, Garibaldi, Progreso, Vicente Guerrero y finalmente, la del Alcázar.1

Enrique Rosas pasaba así a la historia como nuestro primer hombre orquesta del cine. Produjo la película de la que había escrito el argumento, apoyado por el periodista de nota roja Miguel Necoechea y el poeta José Manuel Ramos, redactor de la revista cinematográfica Mefistófeles. Dirigió, fotografió, montó y distribuyó El automóvil gris con tal premura que se considera que ese proyecto acabó por llevarlo a la tumba.

Muerto ocho meses después del éxito rotundo de su obra final, Rosas tenía otra película en cartelera —para la cual cubrió también todos los papeles detrás de cámaras— desde un semestre antes. Si el serial policiaco pasaba por un largometraje construido bajo y para el amparo de Pablo González, como se ha dado a entender, Emiliano Zapata en vida y muerte era un panfleto acerca de la campaña militar más exitosa de la época en el cine.

La producción y realización (hechas con pedazos de vistas de la Revolución tomadas por el propio Enrique Rosas, en donde el caudillo del sur aparecía) y la exhibición de Emiliano Zapata…, una quincena después de asesinado el personaje, todo ello ocurrido a mitad de la producción de El automóvil gris, evidencia no solamente el apoyo que el cineasta daba a la continuidad del carrancismo, sino también el interés por parte del tapado González por llamar la atención de los espectadores.

El 10 de abril de 1919, Zapata fue ejecutado en Chinameca, por Jesús M. Guajardo, hombre bajo las órdenes de Pablo González. Rosas fue el único cineasta con acceso total a los funerales del general de Anenecuilco. En octubre, tras la muerte de Zapata que conllevaría la pacificación del sur, en pleno montaje del serial mexicano más famoso de todos los tiempos que él mismo producía (aunque su nombre jamás se relacionaría documentalmente con una ni con otra película), González anuncia su retiro del ejército. Desde entonces planea su candidatura, que no llegaría sino hasta el 17 de noviembre y que él acabaría aceptando en pleno estreno de El automóvil gris, el 11 de diciembre, en una de las salas donde se presentó la película.

[caption id="attachment_1072247" align="alignnone" width="696"] Escena de la cinta. Fuente: moreliafilmfest.com[/caption]

REVISIONES

Federico Dávalos concluye que el éxito de la película se debe, sin duda, “a la resonancia de los acontecimientos referidos pero, sobre todo, son sus virtudes cinematográficas las que le brindan la vigencia hasta nuestros días”. Estas palabras provienen de un ensayo escrito hacia 2010, a pesar de que la única manera de abordar hasta entonces la obra era el DVD sonorizado, hecho hacia 1933, y alguna que otra secuencia por ahí resguardada en espera de que alguien la revisara para alguna investigación particular.

Aurelio de los Reyes, en Cine y sociedad en México (1981), anota que la importancia de esta película radica en ser “la última manifestación del primer cine mexicano, del cine verdad, como se entendía entonces [...] y porque es muestra de lo que el cine mexicano sería en el futuro al soslayar hechos políticos o presentarlos conforme a los intereses del grupo en el gobierno”.

Cuánto pesa la verdad en nuestra tradición cinematográfica, es cierto. Tanto pesa que el mismo filme inicia con un intertítulo largo que comienza rezando: “Esta película no es una ficción. Calcada sobre hechos reales, es transcripción de la verdad, entresacada de los incongruentes detalles de un misterio”. Una advertencia del tesón con el que se forjaba desde su inicio la historia del cine mexicano.

Durante poco menos de una década, el cine manufacturado en nuestro país, para consumo interno y en calidad de exportación, se entendió exclusiva y elusivamente desde lo documental. No por nada, fragmentos de los doce episodios de El automóvil gris sobrevivieron hasta los años sesenta, a decir de Ayala Blanco (“Las derrapadas del automóvil gris”, en La condición del cine mexicano, recién reeditado por la UNAM), exhibiéndose en cines de barriada y de provincia, llenando salas de curiosos y borrachos aledaños que seguían gozando con los emocionantes veinte kilómetros por hora del Fiat en el que se transportaba la Banda y la efervescencia de la acción.

UNA CONCLUSIÓN

Saber que hoy, en su centenario, tenemos la posibilidad de acercarnos con toda minuciosidad a esta obra que casi completa las cuatro horas de duración y pensarla como una pieza fresca, es un privilegio y una responsabilidad. Resulta imposible ignorar que estamos frente a un “elogio desmesurado al aparato represivo, una hábil calumnia revanchista a nivel político”, según Ayala Blanco. O bien a “un negocio descomunal (que pasó en 23 salas de cine una misma noche), una vista de la ciudad en ruinas”, según De los Reyes.

El automóvil gris —hay que irla pensando así— es el fin de un cine documentativo y el inicio de una tradición ficcionalizante. Es la ofrenda que propiciará engendros geniales que ya empiezan a firmar, orgullosos, sus películas, como Miguel Contreras Torres, Guillermo el Indio Calles, Manuel R. Ojeda y la quintaesencia de los años veinte mexicanos, Gabriel García Moreno. Es ante todo un primer peldaño en la historia de la industrialización fílmica y, de una manera u otra, conviene celebrarlo.

Nota

1 De acuerdo con el cronista José María Sánchez García fueron “28 cines que constituían el circuito ‘Olimpia’, propiedad de Don Jacobo Granat y del que formaba parte el ‘Salón Rojo’, en aquellos días el más favorecido de nuestro público”. Así lo establece en "Dos películas rivales: El automóvil gris y La banda del automóvil, Historia del cine mexicano (1896-1929), edición facsimilar de las crónicas de José María Sánchez García, UNAM, Méxi-

co, 2012, p. 107.