La interioridad como motivo punk

Los conciertos masivos de la actualidad —con audiencias que se miden por miles, toneladas de equipo,
decibeles a tope, escenografías, pantallas, efectos especiales— no han cancelado, por fortuna,
la vieja alternativa de los foros pequeños o medianos, donde la experiencia musical puede ser
distinta —y más gratificante. Así sucedió con la reciente visita del grupo australiano
de raigambre punk, Amyl and the Sniffers, al prodigar una sesión memorable en la Ciudad de México.

La interioridad como motivo punk.
La interioridad como motivo punk.Fuente: youtube.com
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Amyl and the Sniffers es una banda australiana de punk-rock, con riffs de guitarra que recuerdan a Ritchie Blackmore. Lo integran la cantante Amy Taylor, el baterista Bryce Wilson, el guitarrista Dec Martens y el bajista Gus Romer. Grupo premiado, resultaba tentador escucharlos en vivo en el Indie Rocks! (sobre la calle de Zacatecas, en la Roma), lo cual tuvo lugar a finales del mes de enero.

El Indie Rocks! es una alternativa conceptual necesaria frente a los conciertos masivos: logra un contacto personalizado entre cada espectador y los músicos. Shows multimillonarios como los de Rammstein, donde se queman miles de litros de combustible en unas horas, bajo toneladas de bocinas transportadas en varios aviones, son impensables en este tipo de foros. La cercanía con músicos como la joven y fresca Amy resulta invaluable. En el Indie cualquier espectador pudo verla bailar con un dejo del Ian Curtis de Joy Division o hacer pasos entre texano y punk, danzar cual porrista de tabla gimnástica o encogerse en el escenario como Iggy Pop. En los enormes foros apenas serían suficientes las enormes pantallas para percibir el mismo ángulo del escenario. Mucho más con el baile escénico de Amy, que toca todos los espacios de la bien aprovechada instalación.

Sin pantallas, sin fuegos grandes o chicos, sin confeti, sin enormes pelotas para el público participativo ni atuendos estrafalarios ni luces que hicieran juegos en el aire; sin nada más que unas poderosas e hipnotizantes canciones, el público aulló todas las letras, para sorpresa de los australianos.

EL PUNK SIGUE TAN FRESCO como hace décadas. O eso parece. La alegría de Amyl era reflejo de los otros integrantes del grupo, quienes no dejaban de ver al exaltado público en su semicontinuo y eufórico slam en casi toda la parte de abajo del auditorio. Claro, el asunto provocó que varios danzantes golpeados salieran volando, impulsados por el resto de los espectadores; algunos fueron arrojados al foso bajo el escenario. La danza frenética, que no es exclusiva del punk, unió a toda la audiencia.

Parte del éxito de esta banda es el contenido de sus letras: a diferencia de grupos cuyos éxitos tienen que ver con el ataque y la burla a la oligarquía, como los Sex Pistols que bromeaban sobre la reina, los ingresos del turismo y la desigualdad social (como The Clash), Amyl canta a la interioridad de las personas. La vocalista dedica canciones a su propia aceptación de no ser una chica tan ruda como se ve y que, en realidad, sólo quiere caminar en el parque, ir al campo, estar tranquila. Ella no quiere problemas.

En la mayoría de sus temas apenas se menciona alguna cuestión social. Es música que apuesta al autoconocimiento: saber lo que uno quiere. Aunque el nombre Amyl se basa en el apelativo cotidiano en Australia para nombrar los poppers (envases de plástico que contienen drogas inhalables), que son “inhalados” o “esnifados” (the sniffers) por la nariz, apenas hay alusiones al uso de tales narcóticos o al consumo de licores o cervezas.

SI OTROS GRUPOS APUESTAN a la crítica de una sociedad desigual, Amyl mira un mundo con personas felices y autorreconocidas. En el postmodernismo contemporáneo, la mirada individual es más importante que la colectiva y, así, el sistema social apenas interesa a estos usuarios del punk. En una sociedad basada en los adelantos tecnológicos, donde los consumidores apenas comprenden los mecanismos que sustentan su bienestar, el regreso a la felicidad como bien exigible dentro del derecho humano al desarrollo de la personalidad explica la enorme aceptación que la cantante tiene entre públicos de muchos países.

Ni siquiera podría decirse que se trata de un tema generacional, pues buena parte del público en el concierto capitalino tenía unos cincuenta años o más, y la mayoría debió estar entre los treinta y cincuenta.

El público quedó encantado con la cantante y con su voluntaria diferenciación en el vestuario con los descoordinados integrantes de la banda. Mientras ella lucía un short dorado con lentejuelas y un top a juego, más unas largas botas blancas para resaltar su delgado cuerpo, el baterista tocaba con la fuerza y la apariencia de Henry Rollins; el barbado guitarrista parecía sacado de la agrupación original de Creedence Clearwater Revival, aunque su eficacia en el requinto lo hacía contemporáneo. Y para mostrar que la banda solamente quería divertirse, el bajista retaba al público a decir su nombre, dando por hecho que nadie lo sabía. Hubo quien esperó alguna frase en español, para evidenciar que la banda se había tomado el cuidado de aprender alguna frase local, pero eso no sería divertido ni espontáneo, diría la cantante que sacaba la lengua para hacer sus bailes, mitad para evidenciar lo lúdico de su canto, mitad para lograr una imagen casi infantil que llevaba al público a saltar con vehemencia.

Con una trayectoria meteórica ascendente, estos australianos llevaron a los espectadores del Indie Rocks! a emular al personaje de Enrique V de la obra homónima de William Shakespeare, con aquel monólogo famoso: “No importa lo viles que sean, este día los ennoblecerá”.