La crisis de la realidad

La crisis de la realidad
Por:
  • naief_yehya

A la catarata de mentiras, distorsiones y falacias de Donald Trump (4 mil 229 en 558 días) siguió la afirmación de la asesora de la presidencia, Kellyanne Conway, de la existencia de hechos alternativos (22 de enero de 2017). Más tarde vino la advertencia del propio presidente: “Recuerden, lo que ven y lo que leen no es lo que está sucediendo” (24 de julio de 2018). Después llegó la contundencia orwelliana del exalcalde, ahora abogado y merolico mediático, Rudy Giuliani: “La verdad no es la verdad” (18 de agosto de 2018).

Trump y su equipo podrían ser un grupo de surrealistas dispuestos a tomar los medios por asalto y deconstruir esta ilusión colectiva que llamamos realidad. Sin embargo, no hay poesía ni creatividad en las bravuconadas vulgares, desplantes narcisistas, clasismo grotesco y enormes dosis mal disimuladas de racismo y xenofobia con que el régimen de Trump trata de imponer un sentido de realidad. Desde antes de llegar a la presidencia, la característica dominante de la campaña del exmagnate de bienes raíces ha sido su cinismo, su capacidad de escabullirse de cada situación embarazosa o comprometedora, su habilidad para estigmatizar, humillar y ridiculizar a sus rivales, su flagrante desprecio de las normas y las leyes. Pero sobre todo su destreza para predicar que toda información que no lo favorece es falsa, incluso las certezas más evidentes. La locura del empresario con cinco bancarrotas convertido en político nacionalista blanco es de otra naturaleza y su principal logro como político es haber creado un reinado de terror entre sus colaboradores, empleados, asociados y familiares, un sistema que recompensa la lealtad y el servilismo, mientras que aplica castigos ejemplares a quienes cuestionan o critican su liderazgo. Esto es grave para cualquier democracia, pero lo más temible es el daño que Trump ha causado a la percepción de la realidad y a la certeza elemental que consiste en creer lo que ven nuestros propios ojos.

Como señala Douglas Rushkoff, en su artículo “The Trump Cult?” [http://medium.com/s/greatescape/the-trump-cult-73b6a0efd0ee], el actual presidente de Estados Unidos ha construido un auténtico culto y por lo tanto ha manufacturado una realidad que depende de la validación del líder. Alrededor del 30 % de los electores estadunidenses se ha entregado a la devoción del exestrella del reality show. Estos seguidores defienden apasionadamente todas sus acciones, afirmaciones, disparates y cambios de opinión, incluso cuando estos van en contra de sus propios intereses. Uno de los primeros actos de su gabinete fue una sesión televisada en la que los secretarios agradecían al gran líder por su visión y generosidad al incluirlos en el gobierno. El desfile de testimonios fue patético, aberrante: parecía obligarlos a no poder dar marcha atrás, a comprometerse en público a una fe, a quemar puentes con la cordura y la decencia. Fue pasmoso que, en apariencia, no les costara ningún esfuerzo ni sacrificio. De cualquier manera, ese acto público tuvo un inquietante aura de irrealidad, como si fuera algo de la serie La dimensión desconocida o una novela distópica.

TODOS LOS POLÍTICOS MIENTEN: es parte del oficio. Disfrazar la verdad, apropiarse de logros ajenos, celebrar y lamentar de manera oportunista los acontecimientos sociales, exagerar triunfos y maquillar cifras es parte del quehacer de cualquier político. En el caso de Trump, las mentiras son el programa, la sustancia es el engaño, en parte por incompetencia, improvisación y ambición personal, pero sobre todo porque es un hombre incapaz de reconocer la diferencia entre sus ocurrencias y la verdad. Si a esto sumamos el frenesí revanchista y vengativo con que quiere ajustar cuentas con sus enemigos y una sorprendente crueldad mercenaria que le permite imponer leyes y caprichos destructivos del orden social, del medio ambiente y de la simple realidad, nos encontramos ante un presidente peligroso en extremo.

"La carrera de este mitómano exitoso es un cementerio de historias estridentes que, a pesar de ser fácilmente desechables como ridículas, se han convertido en parte del sórdido paisaje de la derrota de lo real".

LA FALSA FRANQUEZA

Durante su campaña y presidencia, Trump ha formulado declaraciones estridentes, la mayoría por absurdas pero también porque van en contra de dogmas establecidos e intocables en la política, como el intervencionismo de Estados Unidos en el resto del mundo. En febrero de 2017, en una entrevista, cuestionado al respecto de que Putin es un asesino, respondió: “Hay muchos asesinos. Tenemos muchos asesinos. ¿Qué, crees que nuestro país es muy inocente?”.Asimismo, Trump criticó las falaces razones empleadas por el gobierno de George Bush Jr. para lanzar la invasión contra Iraq, y en particular la mentira de las armas de destrucción masiva de Saddam Hussein. Puso en entredicho la idea de que el senador de Arizona, John McCain, fuera un héroe de la guerra, y cuestionó la importancia de la OTAN. También ha atacado brutalmente a la CIA y el FBI, dos organizaciones que han destruido vidas inocentes en el país y el mundo sin jamás pagar por las consecuencias. No obstante, sus críticas en contra del Deep State o el Estado profundo y otras instituciones corruptas que no rinden cuentas de sus acciones, no han dado lugar a una limpieza o una toma de conciencia de los poderes que se ocultan en las sombras y controlan la vida política por encima de la democracia. Tan sólo han servido para provocar a sus enemigos, silenciar a veces a sus críticos y pregonar, con más estridencia, su muy personal estilo de patriotismo ególatra. Además de que de esta manera se ha ganado la credibilidad y admiración de las masas conspiranoicas.

En casi dos años en el poder, Trump ha desmantelado regulaciones ambientales, financieras, económicas y sociales a un ritmo sin precedentes. Ha entregado el control de la nación a oligarcas y corporaciones con un descaro apabullante y ha creado una lista de enemigos al estilo de Richard Nixon. Pero sobre todo ha erosionado el poder de la prensa con su incesante acusación: Fake News!, que se ha convertido en el mantra de la extrema derecha y buena parte de los conservadores.

Mientras tanto, a cinco miembros de su cúpula se les han declarado culpables de delitos mayores: su abogado, Michael Cohen; su director de campaña, Paul Manafort; su asesor de seguridad nacional, Michael Flynn; su asesor de política extranjera, George Papadopoulos; su consultor político y cabildero, Rick Gates. Esto debió evidenciar que, en efecto, las conspiraciones existen en los altos niveles del poder, pero sus fanáticos están mucho más preocupados por otras conspiraciones. Los complots de corrupción financiera y abuso de poder fácilmente demostrables no tienen importancia para los seguidores de Trump: para ellos, la verdadera corrupción es de carácter moral y se manifiesta en temas como la legalización del aborto, del matrimonio gay y de los trans en el ejército. Para estos fanáticos y nacionalistas blancos, la igualdad racial, las conquistas civiles y el feminismo son las verdaderas enfermedades sociales que deben ser eliminadas. Trump es considerado por los evangélicos y la extrema derecha como una fuerza capaz de restablecer los valores de una nación cristiana y blanca que, imaginan, existió alguna vez sobre esa tierra. Las críticas contra Trump son vistas por sus fieles como ataques en contra de ellos.

[caption id="attachment_851205" align="alignnone" width="696"] Ilustración: Sarah Roger / The Daily Beast[/caption]

UN CAMINO SEMBRADO DE INFUNDIOS

La carrera política de Trump comenzó con su campaña racista para demostrar que Obama no había nacido en Estados Unidos: el llamado birtherismo que, si bien él no creó, sí se convirtió en su principal protagonista. Como suele suceder en los cultos, a pesar de que se probó que Obama nació en Hawái, los seguidores de Trump no perdieron la fe: ignoraron documentos y pruebas, se refugiaron en otras conspiraciones y otras dudas, siempre historias de injusticias inmensas en las cuales los villanos liberales (que ocultan su hipocresía en la corrección política), con los medios masivos de información, conspiran en contra del pueblo, las víctimas blancas e inocentes.

El bombardeo de desinformación en la era de los medios digitales ha creado una sensación de caos y desconcierto, al grado en que la verdad parece algo inalcanzable, imposiblemente frágil y remoto. Nunca tantas hipótesis desquiciadas, teorías absurdas y percepciones lunáticas estuvieron al alcance de tantos. Los datos fríos, el análisis, el pensamiento crítico, la corroboración de la legitimidad de las fuentes y la curiosidad para conocer los motivos de quienes propagan esta información no tienen mucha relevancia para quienes quieren creer en las historias que validan sus prejuicios e ideología. El resultado ha sido una indigestión mental que ha provocado que los hechos se vuelvan dudosos, tanto los que conocemos por los medios de comunicación como aquellos de los que somos testigos.

Podríamos pensar que este es el desenlace inevitable de la cultura ingenua que se transformó o dio cauce a sus inseguridades al obsesionarse con series televisivas como Los expedientes secretos X (X-Files) y Homeland. Así, desde las estelas químicas en el cielo (chemtrails), que supuestamente son sustancias que dispersa el gobierno para controlar a la población, hasta el pizzagate, que aseguraba que Hillary Clinton y otros demócratas manejaban un círculo de pedófilos y traficantes de niños desde una pizzería en Washington, forman parte de la historia secreta que supuestamente los medios masivos quieren y buscan negar.

EL HOMBRE DE TODOS LOS COMPLOTS

El hombre que desde la Casa Blanca llama ritualmente a la prensa el enemigo del pueblo, lanzó una serie de acusaciones contra Obama por haber sembrado micrófonos en la Torre que lleva su nombre, lo que jamás demostró. Dijo en más de una ocasión que las vacunas causan autismo y especuló que la muerte del juez Antonin Scalia pudo ser un asesinato. Durante la campaña electoral declaró, aunque sin probarlo, que el padre del senador republicano de Texas y rival en las primarias, Ted Cruz, participó en el asesinato de John F. Kennedy.

La carrera de este mitómano exitoso es un cementerio de historias estridentes que, a pesar de ser fácilmente desechables como ridículas, se han convertido en parte del sórdido paisaje de la derrota de lo real, como el título del libro de Pablo Brescia. Una vez que tomó el poder, lo primero que exhibió fue su inseguridad, bajeza y bravuconería al lanzar una guerra contra la lógica y declarar, por ejemplo: “Mi inauguración fue la más grande de la historia, punto”, cuando las evidencias fotográficas y testimoniales mostraba que eso era falso. Dijo también que “millones de ilegales votaron por Hillary y por eso perdí la elección popular”, lo cual es un disparate. Sólo por mencionar dos de sus más conocidos alegatos. La gran contradicción entre la realidad y las falacias que promueve Trump provoca lo que se ha dado en llamar disonancia cognitiva: la condición resultante cuando las creencias y la experiencia son contradictorias y difícilmente conciliables.

"La credibilidad de Q, como la de otros charlatanes y profetas del pasado, no se vio afectada. Q es considerado como una especie de profeta político dentro de un esquema religioso y milenarista de pensamiento".

EL CULTO DE Q

Por si no fuera bastante con las mentiras que Trump difunde vía Twitter, en sus mítines, conferencias de prensa y entrevistas, un grupo cada vez más grande entre sus seguidores se ha convertido en creyente de una colección de hipótesis, supuestamente derivadas de las revelaciones crípticas de un tal Q. Estas pretenden explicar los sucesos políticos y económicos recientes, en correspondencia con una auténtica guerra civil entre las fuerzas del mal y el gobierno de Trump.

En principio, Q debe su apodo al nivel de seguridad Q del Departamento de energía y aparece por primera vez el 28 de octubre de 2017, con un post en un foro de 4chan usualmente consagrado a la incorrección política, a insultar liberales y divulgar diatribas histéricas y desinformadas en contra del sistema. Ahí, este misterioso personaje postea y se presenta como un informante de alto nivel del gobierno, dedicado a proteger a Trump del Deep State que estuvo al tanto del inminente arresto de Hillary.

Mientras hay quienes piensan que en realidad Q es un agente del gobierno, otros creen que es un grupo de individuos o el mismo Trump. Pero la teoría más atractiva es que se trata de John F. Kennedy junior, quien hace dos décadas falsificó su muerte en un accidente de aviación para escapar del Deep State —responsable de la muerte de su padre—, y desde entonces ha vivido oculto; sólo sale de vez en cuando, disfrazado, a apoyar a Trump en sus eventos. Q les ofrece a sus seguidores migajas o crumbs que ellos deben interpretar para entender la Tormenta. Con ese término se refiere a la frase pronunciada por Trump el 5 de octubre de 2017, antes de tomarse una foto en una cena con militares en la Casa Blanca: “Esta es la calma antes de la tormenta”, que luego se negó a explicar.

Los seguidores fieles de estas visiones pasan su tiempo buscando interpretar señales en los tuits del presidente así como en los medios, como si se tratara de un inmenso juego de búsqueda de pistas. Los a menudo crípticos informes o drops de Q podrían parecer material cómico: “No hay caos alguno en la Casa Blanca, todo sigue un orden preciso planeado por Trump”. “La investigación de Robert Muller sobre el hackeo ruso de las elecciones es en realidad una cortina de humo para distraer al público, mientras en realidad Muller trabaja con Trump en la investigación de delitos de los demócratas, incluyendo un círculo de pedófilos al cual pertenece Hillary Clinton”.

QAnon comenzó como otro nombre de los supuestos informantes que posteaban información confidencial en sitios de desinformación maniaca, entre ellos 4chan y 8chan, FBIAnon en 2016, HLIAnon (High Level Insider) y CIAAnon en 2017. En noviembre de 2017, dos moderadores de 4chan (Pamphlet Anon y BaruchtheScribe) contactaron a Tracy Diaz, una militante que producía videos de extrema derecha para YouTube, con la propuesta de unirse para crear contenido dirigido a un público amplio. Es obvio que si bien querían divulgar su mensaje, también contaban con aumentar su audiencia y obtener beneficios económicos. Sus presuntas revelaciones tuvieron impacto ya que en poco tiempo sumaron cientos de miles de seguidores. Una investigación de la cadena NBC reveló que Pamphlet Anon es muy probablemente un activista proTrump llamado Coleman Rogers, quien aparentemente es el autor, por lo menos, de algunos de los tuits de Q.

Q anunció que en noviembre de 2017 ocurriría algo semejante a un golpe militar contra figuras públicas del gobierno, y que los demócratas se preparaban para resistir organizando en secreto disturbios que tendrían graves consecuencias. Pero Q aseguraba que no había nada que temer, ya que las fuerzas armadas protegerían a Trump y al pueblo estadunidense en este regreso a una nación cristiana. Nada de eso sucedió, pero la credibilidad de Q, como la de otros charlatanes y profetas del pasado, no se vio afectada. Q es considerado como una especie de profeta político dentro de un esquema religioso y milenarista de pensamiento.

[caption id="attachment_851204" align="alignright" width="258"] Nikita Goel, Quanon, Tormenta, El Gran Despertar, impresión.[/caption]

Los fieles del dogma de Q emplean dos estrategias para contender con las profecías que no se cumplen: por un lado reinterpretan y modifican los significados de sus predicciones y por el otro cambian continuamente las fechas en que ocurrirán los hechos. Esto es bastante fácil debido a la ambigüedad de las migajas.

Lo que comenzó en foros de fanáticos de la derecha alternativa, con cierto conocimiento tecnológico del uso de las comunicaciones digitales, se extendió como un virus a espacios más amigables para usuarios no iniciados (mayores de edad y, en general, normies o gente que usualmente no pertenece a este mundo de secretos y misterios). De esa manera, estas ideas desquiciadas han penetrado en el Zeitgeist (espíritu del tiempo) con su lema: Where we go one we go all (Donde va uno de nosotros, vamos todos), y en cada evento político de la derecha aparecen y se multiplican las camisetas y posters con la letra Q. Entre las cosas insólitas que refleja QAnon se cuenta una obsesión por derrotar enemigos que ya no tienen poder ni son significativos (Hillary, Obama o McCain, fallecido en agosto pasado) y una actitud de vindicación, como si su líder no fuera el presidente, con lo que mantienen viva la imagen de victimización, tan importante entre los fanáticos de las explicaciones insólitas y exóticas.

Las conspiraciones de QAnon son tristemente reconocibles por su familiar tufillo decimonónico de antisemitismo rancio, que invariablemente evocan a los Rothschilds, a los capos de Wall Street y a uno de los villanos favoritos de la derecha, George Soros (el millonario judío y filántropo que ha invertido en numerosas causas liberales). QAnon es amplia y diversa, a manera de una teoría general unificada de las conspiraciones, que pretende incluir toda teoría que haya cautivado a las mentes retrógradas y desconfiadas en los últimos dos siglos. Curiosamente, esta red de disparates está dominada en buena medida por el espectro de Hillary Clinton, en la forma de una especie de bruja caníbal que toma sangre de bebés (haitianos o producidos con ese fin específico) y junto con los Illuminati es responsable de casi toda la miseria humana. La Tormenta involucra la mayoría de las perversiones más extremas imaginables, que tienen lugar en el seno del partido demócrata, ese viejo reducto del satanismo. Más allá de chismes cortesanos y especulación tras bambalinas del poder, lo que Q anuncia es una especie de revolución cristiana, nacionalista y anglosajona, ya que al lograr interpretar las claves de Q no sólo se entiende el verdadero plan de Trump sino el orden universal.

Si algo identifica a las teorías conspiratorias exitosas para cautivar a un público creciente y deseoso de creer, es un formidable poder de supervivencia y de absorber datos, distorsiones, denuncias y evidencias contrarias dentro de sus narrativas caóticas e incoherentes. En un tiempo en que una estrella de reality show ha llegado a la presidencia de Estados Unidos, la realidad es presa fácil de Q y sus fanáticos, quienes están creando un auténtico movimiento fundado en ilusiones que tarde o temprano incendiarán a más fieles para que cometan actos de violencia, como Cesar Sayoc, quien envió bombas a catorce enemigos de Trump. El culto de QAnon tiene consecuencias reales: mientras Trump siga hundiéndose en el caos, sus seguidores se radicalizarán más y más, adoptando fantasías y visiones mesiánicas que harán más profundo el abismo entre la realidad y el mundo de Trump.