Masterchef de mi propia desgracia

Masterchef de mi propia desgracia
Por:
  • carlos_velazquez

Aquí va: podrán acusarme de autosabotaje, pero juro que esta ocasión no fue mi culpa. Me zambullí en la piscina y el agua estaba helada. Malditos bastardos tacaños. ¿Para eso paga uno una cuota mensual? Pero era demasiado tarde. Me dije, bueno, si se presenta el apocalipsis zombie ya estoy preparado. A la tercera vuelta ya tarareaba por debajo del agua: we are the champions, we are the champions. Y si uno que es un pidibollo, un mantecoso, siente el rigor, no quiero ni pensar cómo lo padecen las escuálidas que nadan sin un gramo de grasa encima. Salen azules. El problema en sí no fue la nadada. La desgracia fue que saliendo del complejo deportivo me pegó el aire. Y soy bueno manejando estos episodios. Cuando estoy pedo. Pero esta vez fue distinto.

Horas después me convertí en el agente Murphy. La espalda comenzó a contracturárseme. Comencé a caminar como Robocop. Mi hija me aplicó una abundante capa de Cramergesic, me tomé un Tafirol Flex y me fui a la cama. Minutos más tarde me sentía como el pinche Han Solo en The Empire Strikes Back: criogenizado. No me podía mover. Y cuando afirmo que no me autosaboteaba era porque en dos días era mi cumpleaños. Parecía slogan: 39 años debes cumplir y a terapia lumbar debes ingresar. Además de lo traumático que pintaba el panorama: pasar mi cumple postrado, debía cumplir un compromiso. Y si no me presentaba, nadie me creería. Como nadie me cree cuando caigo de hocico en una botella de whisky o se me olvidaron los condones, etcétera. En noviembre no pude tomar un vuelo a Dallas porque había contraído dengue. Y a pesar de que tengo un comprobante médico, mis editores siguen pensando que perdí el vuelo por pedote o porque seguro extravié mi pasaporte. Bullshit.

Caliéntate, me recomendaron. ¿Más? Si me pasé toda la madrugada mentándoles la madre a los encargados de la alberca. Y paralizado en mi cama, como el soldado del video One de Metallica comencé a canturrear una pieza que ahora a la generación millenial no le dirá nada, pero que escuché en mis años de formación: me llaman, me dicen Memotronic. No mames, estoy enloqueciendo, me dije. Si al menos pudiera votar un balón de básquet como el profesor Skinner. Y para imprimirle más drama a la situación se fundió un jodido fusible. Y como Memotronic, como Memo Ríos, pero sin peluquín, hice el intento de ponerme de pie. No pude. Y me regañé a mí mismo. Ya no seas chillón. ¿A poco crees que los hombres de las cavernas tenían focos ahorradores? Era ridículo. Para qué quería luz si no podía accionar el apagador ni con un palo.

Había escuchado del enfriamiento de espalda pero pensaba que era un mito.

Achaques ficticios. Oh, poor boy. No es por presumir, tengo un umbral del dolor bastante decente. Pero el enfriamiento de espalda duele casi tanto como una separación. Y como el condenado hipocondriaco que soy pasé la noche leyendo al respecto en internet. Puras historias de terror, de gente que tardó cuatro semanas en recuperar la movilidad. Yo no me puedo dar ese tipo de lujos. Tengo que procurar la chuleta. ¿O creen que el fisioterapeuta se paga solo? Desde que retomé la nadada, uno de mis amigos más pedotes no deja de burlarse de mí. Pero la gente no entiende que cuando el sexo, el alcohol y la escritura no son suficientes, algo anda mal contigo. Y no es que la nadada sea la solución. Pero hay que recurrir a alguna chaqueta mental. Maldita edad.

Me armé con un cóctel de Meloxi-cam, Tafirol, Dolo-Neurobion y Flanax. Para hacerle frente al dolor. Y no tardé en recibir críticas. Tomas demasiadas pastillas. ¿Acaso no saben que soy un adicto? Pero más que eso lo que quiero es ahorrarme el dolor. Ya hemos recibido demasiados golpes de este mundo traidor como para todavía hacernos los fuertes. Me aguanto y luego qué ¿voy a recibir una medalla? Como vivo solo, lo primero que me preguntaron mis allegados es qué vas a comer. ¿Sabes cocinar? me preguntaron. No dudé en responder. Sí, mi propia desgracia. ¿Qué no entienden que no poderse mover significa no poder siquiera ir al baño y limpiarse el yomis?

Tampoco tardaron las explicaciones metafísicas. Es el karma, cabrón, por burlarte de las desgracias de la gente. Como si yo le echara la culpa a Larry David por haberme educado para ser el burlesco hijo de puta que soy. No gente, entiéndalo de una vez por todas. A veces uno la caga. Y otras veces sólo se trata de que alguien la cague por ti. Como esos cabrones de la alberca que no tienen el agua a la temperatura ideal. C