¿Un metacuadro de René Magritte?

AL MARGEN

René Magritte, La Cinquième Saison, óleo sobre tela, 1943.
René Magritte, La Cinquième Saison, óleo sobre tela, 1943.Fuente: Museos Reales de Bellas Artes de Bélgica
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Entre los momentos más emocionantes que puede haber para la historia del arte está el descubrimiento de una nueva obra de un artista renombrado. Esto sucedió recientemente en los Museos Reales de Bellas Artes de Bélgica, cuya sede se encuentra en la ciudad de Bruselas. No se trata de un hallazgo realizado en sus bodegas o llevado a sus puertas por un coleccionista, sino de un secreto guardado a simple vista del espectador: un cuadro dentro de un cuadro de René Magritte, máximo exponente del surrealismo belga.

CUANDO LOS ESPECIALISTAS del museo realizaron estudios con rayos infrarrojos a La Cinquième Saison, lienzo de 1943, seguramente no esperaron encontrar los ojos de una mujer. En la capa pictórica que el público puede observar se encuentran dos hombres utilizando los bombines que caracterizan la obra del pintor; cada uno de ellos sostiene un cuadro. De inmediato, el anuncio del descubrimiento de una capa oculta echó a volar la imaginación de los especialistas en el creador belga. Quizá tenga un significado oculto o ahí se encuentre una pieza más del rompecabezas de la vida de Magritte, cuya biografía precisa resulta difícil de rastrear.

Para empezar a desentrañar el hallazgo, las investigadoras que encabezan el estudio, Catherine Defeyt, académica de la Universidad de Lieja, y Francisca Vandepitte, curadora de los Museos Reales de Bellas Artes, partieron de la identificación de aquel misterioso rostro femenino. Todo apunta a que se trata de Georgette Berger, esposa del pintor y también artista ella misma (aunque a menudo se olvide mencionar ese detalle). 

Magritte y Berger se conocieron durante la adolescencia en una feria, pero sus vidas fueron separadas por la Primera Guerra Mundial, hasta reencontrarse años después. Siendo hija de un carnicero, ella buscó cómo ganarse la vida y encontró trabajo en la tienda de artículos de arte donde René acudía por sus materiales. No se separarían desde entonces e incluso Magritte apoyó a su esposa a pesar de que eso le llevara a romper con el círculo surrealista parisino. Cuentan que en una de aquellas famosas tertulias organizadas por André Bretón, éste le cuestionó a Georgette que usara un crucifijo en el cuello. Cuando ella se negó a quitárselo comenzó una fuerte discusión entre el pintor belga y el líder francés de los surrealistas. Nunca más se frecuentaron, aunque esto probablemente dejó sin cuidado a Magritte, quien solía rehuir cualquier tipo de convención social.

Con Magritte las cosas nunca son lo que parecen, su obra cuestiona todo lo que damos por sentado

Georgette y él regresaron a Bruselas, donde vivieron de manera modesta; muchos años subsistieron del salario que ella recibía en la tienda de arte. También posaba para las obras de su marido, por lo que es común encontrarla referida como su musa. Por este motivo se asume que es ella quien se esconde detrás del famoso cuadro. Pero, ¿por qué un pintor cubriría un retrato de su esposa? En esa pregunta se encuentra el meollo de todo el asunto que este hallazgo ha suscitado. Y es que cuando de Magritte se trata siempre suele haber mensajes escondidos.

AL REVISAR LA BIOGRAFÍA del artista se antoja una sórdida explicación, digna de una quejumbrosa trama cinematográfica, pues si bien el amor entre los Magritte fue duradero, lo cierto es que no estuvo exento de altibajos. Es bien sabido el amorío que el pintor sostuvo con Sheila Legge, surrealista inglesa a quien se le atribuye ser de las primeras artistas de performance. Para evitar las sospechas de Georgette y quizá también prevenir que le montara una escena, a René se le hizo fácil mandar a su amigo Paul Colinet, también pintor, a visitar a Georgette y de ese modo mantenerla ocupada. Colinet hizo honor al deseo de René, de distraer a Georgette: empezó su propio amorío con ella. La reconciliación del matrimonio Magritte tardaría cuatro años en concretarse tras ese episodio.

Una mente propensa al drama novelesco imaginaría que fue entonces cuando Magritte, en un arranque de furia y celos, aventó pintura sobre el retrato de su esposa, para no volver a ver su rostro. Las investigadoras, sin embargo, parecen tener otros datos: proponen que se debió a las penurias económicas que la pareja llegó a atravesar, por lo que seguramente el artista tuvo que reciclar el lienzo, una práctica que ha sido muy común a lo largo de la historia del arte.

Si bien es cierto que la mayoría de las veces la explicación más sencilla suele ser la más lógica, en lo personal me gusta la especulación a la que se prestan este tipo de descubrimientos. Los historiadores debemos ser precavidos con nuestras fantasías, sí, pero la realidad es que en casos como éste, la verdad es escurridiza, y más cuando se trata de Magritte. En lo personal, creo que este hallazgo puede ser una muestra de aquello que el belga sabía hacer con tanta elegancia: tomarnos el pelo.

Con Magritte las cosas nunca son lo que parecen, su obra cuestiona constantemente todo lo que damos por sentado, pero sobre todo a la imagen misma. Hay, incluso, la búsqueda por despojar al arte de cualquier explicación y dejarse guiar por el absurdo. También es patente un increíble sentido del humor que ironiza la realidad. En las escasas ocasiones en las que llegó a explicar su propia obra (cosa que detestaba) dijo lo siguiente respecto a Le Fils de l’Homme, el famoso cuadro de un hombre con bombín cuyo rostro se encuentra escondido por una manzana: 

Hay un interés por lo que está oculto y lo que

la parte visible no nos enseña. Este interés

puede producir un sentimiento bastante

intenso, una especie de conflicto, se podría

decir, entre lo visible que está oculto y lo

visible que está presente.

Un hombre que teorizaba tanto sobre la representación pictórica y lo que en ésta queda oculta, seguramente se hizo cuestionamientos sobre lo que sucede cuando una imagen es sobrepuesta a otra. No deja de llamar la atención que sobre el retrato hallado pintara a dos hombres que sostienen obras de arte. En otras palabras, es un cuadro sobre cuadros, pintado encima de otro cuadro. Si a mí me lo preguntan, me atrevería a decir que Magritte hizo un metacuadro y pensó que nadie jamás lo descubriría.