Roverandom

Psicografía

Roverandom
RoverandomIlustración: Ana Laura Pérez
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He leído en un libro de breves prosas, un libro que podría ser entendido por todo el mundo, que el estado de vigilia perfecta no existe. El escritor que firma este texto, Juan José Millás, dice que no estamos despiertos del todo cuando estamos despiertos y que por tanto tampoco debe existir el estado de sueño perfecto. Millás agrega: “En todo sueño hay algo de vigilia: quizá aquello que denominamos pesadilla”.

Durante la comida le cuento esto a Ana. Se lo cuento como si yo lo hubiera descubierto y como si ella tuviera que saberlo. No le sorprende. Le digo, robando otra frase, creo que nos movemos por la vigilia un poco como muertos vivientes. La frase armada logra hacer que pierda el interés en la conversación.

Al terminar de comer ella toma una siesta en el sillón largo de la sala. En el otro sillón Lisa hace lo mismo. Las veo dormir. Lo he hecho muchas veces. A veces me gusta imaginar que Lisa sueña que es Ana y que Ana sueña que es Lisa, y que ambas sueñan que toman la siesta al compás de la otra. Su sincronización perfecta me produce la inconveniente somnolencia de la tarde. Evito dormir siestas; ya dije en este espacio que soy maldurmiente y pocas cosas me producen mayor molestia que rodar durante horas entre las sábanas en busca del sueño. Intento leer, el esfuerzo es inútil.

Cuando despierto, Ana me pregunta si he pasado una buena noche. Le digo que no me gustan sus bromas. Estoy de mal humor, como siempre que despierto y afuera ya está obscuro. En una silla del comedor me encuentro a Lisa sentada, parece que está leyendo. En la portada del libro que sostiene hay un perrito de torso y cara blanca, con orejas negras y patas flacas. El perrito está parado en una loma muy verde, con un fondo azul chillante. El libro se llama Roverandom, es de J. R. R. Tolkien. Lisa me dice que es un libro aterrador, que recién en el comienzo de la historia un brujo convierte al perrito Roverandom en un juguete diminuto, como castigo por haberlo mordido. Le digo a Lisa que esas cosas no pasan y la cargo entre mis brazos. En un parpadeo Lisa se ha vuelto del tamaño de la palma de mi mano y en otro del tamaño de mi dedo. Yo me quedo sin facultad para hablar. Busco a Ana para mostrarle, pero no la encuentro en ningún rincón del departamento. Lisa desaparece por completo. En la punta de mi dedo índice queda una gota de agua que se evapora entre los agujeros de un microtejido de color marrón.

Despierto agitado. Dormí apenas media hora. Ana está a un lado, dibujando en su iPad. Me dice que hablé dormido, pero lo que decía resultaba incomprensible.

Al llegar la noche sigo pensando en mi sueño y busco respuestas en mi I-Ching personal: El libro del desasosiego. En el buscador de palabras pongo la palabra sueño y encuentro esta cita: “El arte de soñar es difícil porque es un arte de pasividad, donde lo que supone esfuerzo es la concentración de la falta de esfuerzo. El arte de dormir, si existiera, debería ser de forma parecida”.

Antes de dormir anoto en un cuaderno: “Comprar cinta métrica para Lisa”. Cuando cierro los ojos Lisa empieza a ladrar.