Mircea Cărtărescu

Los sótanos de Bucarest

El próximo sábado 26 de noviembre inicia la edición 36 de la Feria Internacional del Libro, la FIL Guadalajara, el principal evento editorial y literario de nuestro idioma desde hace varias décadas. Esa reunión, como una fiesta de autores y lectores, regresa de modo presencial luego de la pandemia, con la entrega de su premio distintivo al escritor rumano Mircea Cărtărescu. Una traductora ejemplar, Marian Ochoa de Eribe, ha vertido
a nuestro idioma el corpus sustancial de su obra —aguda, irónica, compleja. Sobre ese conjunto presentamos el siguiente ensayo, que recorre un largo trayecto desde la mirada de una crítica y especialista de primer orden en la literatura europea, Mercedes Monmany, a quien agradecemos su colaboración.

Mircea Cărtărescu (1956).
Mircea Cărtărescu (1956).Fuente: impedimenta.es
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El próximo 26 de noviembre, en la 36a. edición de la Feria del Libro de Guadalajara (la más grande del mundo hispano) le será otorgado el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances, uno de los más prestigiosos galardones a nivel internacional, a uno de los mejores escritores de nuestros días: el rumano Mircea Cărtărescu (Bucarest, 1956), quien se une así a otro brillantísimo escritor de esa misma lengua, anteriormente premiado: el gran novelista y ensayista judío Norman Manea (Suceava, Bucovina, 1936), autor de libros fundamentales como El regreso del húligan, Payasos: El dictador y el artista y El té de Proust (en Tusquets) o de La quinta imposibilidad (Judaísmo y escritura), en Galaxia Gutenberg.

De Norman Manea aparecerá próximamente (en versión de esa traductora de lujo de la lengua rumana que es hoy día Marian Ochoa de Eribe) La sombra exiliada (Galaxia Gutenberg), un impresionante, apasionado y lúcido collage narrativo, como siempre no exento de ironía, que reúne la vida de un superviviente del Holocausto, su existencia posterior en una dictadura comunista y el exilio en América, junto a las obsesiones literarias que siempre lo acompañaron.

El galardón actual otorgado a Cărtărescu, aparte del reconocimiento a un autor que lleva tiempo traspasando sus fronteras, con lectores entusiastas en las más diversas lenguas, premia a un mismo tiempo a una de las más vitales, pujantes e incansablemente renovadas literaturas del espectro europeo, muy en concreto de la Europa Central, con un plantel de autores de espectacular altura y exigencia creativa.

AUTOR DE UNA AMPLÍSIMA BIBLIOGRAFÍA, que lo hace acreedor con cada nueva obra (ya sea del género narrativo, o con su deslumbrante producción poética, reunida recientemente en Poesía esencial, Impedimenta, 2021, con traducción de Marian Ochoa de Eribe y Eta Hrubaru) al Premio Nobel de Literatura, a él se le tiene que añadir hoy la presencia de dos escritoras magníficas, de distintas generaciones: Tatiana Ţîbuleac (Chisinau, Moldavia, 1978), con dos excelentes e impactantes novelas, también aparecidas en Impedimenta con traducción de Marian de Ochoa (El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes y El jardín de vidrio) y una de las escritoras más divulgadas y de más fama, tanto en el interior de su país como fuera, Gabriela Adameșteanu (Targu Ocna, 1942), magistral diseccionadora de los años del comunismo en Rumanía (tema central de su espléndida y reciente novela Vidas provisionales, Acantilado, segunda de una trilogía formada además por El mismo camino de todos los días y Fontana di Trevi). Un tema, los grises y sombríos años del comunismo en Rumanía hasta llegar a la liberación, que igualmente se repite en la nueva obra ahora publicada por Cărtărescu, tercer volumen de su prodigioso ciclo Orbitor (Cegador), que consta de El ala izquierda, El cuerpo y la actual y deslumbrante El ala derecha, con espléndidas traducciones como siempre de Marian Ochoa de Eribe, en Impedimenta, cuyo telón de fondo, entre otros muchos fascinantes que se superponen siempre en el relato de este autor, es la Revolución y caída de la atroz dictadura de Nicolae Ceaușescu en 1989.

Poeta, narrador, teórico de la literatura y principal representante de la llamada Generación de los ochenta de la literatura rumana, Mircea Cărtărescu, unánimemente celebrado hoy día en numerosos países, por la tremenda y versátil riqueza de su obra, es un original y fascinante creador cuyo estilo y genial capacidad de invención lingüística ha marcado las últimas décadas no sólo en Rumanía, sino en toda la zona centroeuropea. Crítico literario y profesor que se ha dividido a lo largo del tiempo entre Bucarest, Viena, Amsterdam y Stuttgart, ciudades donde ha dado cursos sobre la célebre vanguardia rumana de entreguerras, con Tristan Tzara a la cabeza, Cărtărescu es a la vez cabeza de serie absoluta del posmodernismo en su país, sobre el que ha teorizado abundantemente, doctorándose en su día con una tesis acerca de este movimiento.

Acuñador del término  textualismo , Mircea Cărtărescu inventaría además la noción de  texistencia, que daría pie al acto de nacimiento del posmodernismo rumano

Entre sus obras más conocidas está una paródica y cómica epopeya titulada Levantul (1990), en la que recicló todo tipo de estilos poéticos de la literatura rumana, utilizando como inspiración el capítulo del Ulises de Joyce titulado “Los bueyes del sol”. En 1993 aparecería su espléndido libro de relatos, Nostalgia. Más tarde iniciaría otro ambicioso, bellísimo y monumental ciclo entre fantástico y cripto-oníri-co, la mencionada trilogía Cegador. Su obra Por qué nos gustan las mujeres (Funambulista, 2006), definida por él mismo dentro del campo de “la fantasmagoría social”, compuesta por veinte retratos o ensoñaciones posibles de mujer, con numerosas referencias, como suele suceder en su obra, a otros muchos escritores y “lecturas” de la siempre dudosa realidad —desde Salinger, Nabokov, Breton, Joyce y Stendhal, hasta escritores rumanos como Ion Creanga— significó un éxito rotundo de ventas en su país.

Seducido siempre por la figura ambigua del doble, por torturadas sensualidades —como se percibe en el relato “Los gemelos” de su libro Nostalgia, pero también en “El Mendébil” y en la magnífica nouvelle “REM” de ese volumen—, por el travestismo, la androginia y la figura mitológica de la Quimera, todo ello se materializaría de forma central en su novela Lulu (1994; Impedimenta, 2011), que traía a la memoria el perturbador personaje de la ópera de Alban Berg, basada en la obra homónima de Wedekind.

LA SUYA ES UNA CAUTIVADORA y muy brillante prosa entre lírica, siniestramente cómica, especular y metafísica, siempre llevada hasta sus mismos límites, en una especie de arriesgada mise en abyme que en Nostalgia abría con un relato deslumbrante, “El ruletista”, que puede clasificarse de todo un clásico de nuestros días. En él, un personaje se cita cada noche con su propia muerte, convertida en un espectáculo perverso al que asiste, en sótanos clandestinos de una ciudad despiadada, un público insaciable, cada vez más selecto, ávido y numeroso.

Acuñador del término “textualismo”, según el cual proponía un nuevo pacto con lo real, Cărtărescu inventaría además la noción de “texistencia”, que daría pie al acto de nacimiento del posmodernismo rumano. Si los años ochenta en ese país fueron aún los del totalitarismo más feroz y demencial del Conducator Ceaușescu, fue al mismo tiempo un periodo que coincidió con el florecimiento de activos cenáculos y movimientos literarios: una generación que se inició en la escritura de los márgenes e “intersticios” de una sociedad opresiva y que, precisamente por reacción a ello, daría luz a una espléndida literatura profundamente subjetiva, que sacaría partido de todas las fuentes del juego textual, de todas las vías del sueño y de la imaginación.

La extrañeza ocasional de los textos de Cărtărescu, lo fantasmagórico, tortuoso, kafkiano y postromántico de sus hipnóticas y laberínticas pesadillas surreales, que beben tanto de la poesía de Novalis como de Poe, Nerval, Borges y Hoffmann, y que crecen y se embrollan fantásticamente, como en un caleidoscopio polifónico y monstruoso, mezclando la crudeza y grisura de lo cotidiano, con lo inconcebible de la Historia y del pasado que borra a todos como sujetos reconocibles en una sola identidad, no dejan nunca indiferente al lector. Un lector que, borradas por completo las fronteras de lo real, recorre los pasadizos subterráneos de la ciudad de Bucarest, la verdadera y oculta protagonista de sus relatos, en ocasiones sórdida y truculenta, otras deslumbrantemente bella y sinuosa, sostenida en el espacio por la introspección onírica y por la fuerza de las imágenes de otros tiempos, cuando Paul Morand la llamaba “el París de los Balcanes”.

Bucarest, el llamado París de los Balcanes.
Bucarest, el llamado París de los Balcanes.Fuente: Marynka Mandarinka / shutterstock.com

Una ciudad que sufriría los azotes del delirio de un dictador-demiurgo, como el personaje alucinado y mesiánico que protagoniza el excelente y tenebroso relato “El arquitecto”, personaje que trae a la memoria irónicamente la figura del creador-destructor Ceaușescu, en Nostalgia. Un déspota que en 1972, inspirándose en el programa de “sistematización”, sacado de los escritos de Engels sobre la reducción de las diferencias entre ciudad y campo, concibió una manera de construir una sociedad socialista “multilateralmente desarrollada”. Una feroz megalomanía, disfrazada de “política ambiciosa”, que se tradujo en cambios infernales en toda Rumanía, y en particular en la demolición sistemática de numerosos pueblos, con el desplazamiento de la población a pequeños núcleos urbanos sin estructura ninguna.

Lo más monstruoso de esta enloquecida y totalitaria teoría tuvo lugar precisamente en la ciudad de Bucarest, antaño de las más bellas de Europa, en la que casi una quinta parte de la antigua ciudad sería arrasada sin contemplaciones para reconstruirse según la visión del dictador. Entre los edificios destruidos existían varios clasificados como históricos, en concreto monasterios ya irrecuperables. Por otro lado, para elevar un faraónico Palacio del Pueblo —el segundo edificio público en superficie del mundo, después del Pentágono— Ceaușescu, como si se tratara de un terremoto ideológico que quisiera arrasar la memoria futura de un pueblo, echaría abajo barrios enteros.

POETA DESDE SUS COMIENZOS, Cărtărescu se revelaría en su país como prosista genial y revolucionario precisamente en el año de la caída del Muro, en 1989, con el ya mítico texto Nostalgia, aparecido y en parte censurado cuando su autor aún no tenía treinta años. Desde entonces, y desde la aparición de otro innovador y fascinante experimento, la epopeya heroico-cómica El Levante (Levantul), las dos de un resonante éxito en su país, las legiones de lectores que acompañarían cada una de las apariciones de sus libros se habituarían poco a poco a sus hipnóticos y fantásticos laberintos, a los singulares mundos literarios, entre realidad y fantasía, entre sueño y alucinación, entre parábolas y alegorías, o entre juego y parodias desopilantes, que ensalzaban sobre todo una soberbia puesta en escena de una imaginación sin límites ni fronteras de ningún tipo. Una escritura siempre llevada al máximo de su poder expresivo, a la ambición más total y desusada. Dicho a la manera de Shakespeare: sus personajes —casi siempre el mismo o parecido— siempre operaban como esos poetas enamorados y locos que viven en el límite, en la pasión más pura y devastadora.

Desde aquellas primeras obras en prosa —aun siendo ya un poeta conocido—, Cărtărescu se convertiría en uno de los más grandes e indiscutibles autores contemporáneos, figurando de forma invariable, año tras año, en las listas de un Premio Nobel que, a pesar de la grandeza de la lengua rumana en el siglo pasado, nunca ha recaído en ninguno de sus principales y más célebres nombres, desde Camil Petrescu, Mihail Sebastian, Cioran, o el más cercano en nuestros días, Norman Manea. A lo largo de su carrera, como sucede en su deslumbrante opera magna Solenoide (2015; Impedimenta, 2017, con traducción de Marian Ochoa de Eribe) —una de sus más ambiciosas creaciones, junto al ciclo de Cegador—, el lector asiste a parecidos, siempre transmutados, recorridos vitales de raíz autobiográfica o no, que se traspasan vigorosamente de un texto a otro. Una turbulenta belleza domina todas las páginas, así como una búsqueda permanente, ávida, de la verdad, junto a una indagación profunda, multiforme, casi visionaria, de la complejidad a veces indescifrable de la realidad, en todas sus vertientes y apariencias.

Como él mismo explicaría, sus comienzos, aún dentro del régimen comunista que dominó de forma totalitaria su país,
habían estado marcados por un fértil submundo literario que latía marginal, explosivo, a espaldas del poder

COMO EL MISMO CĂRTĂRESCU explicaría, sus comienzos, aún dentro del régimen comunista que dominó de forma totalitaria su país, habían estado marcados por un fértil submundo literario que latía marginal, explosivo, apasionado, a espaldas del poder, en los cenáculos de jóvenes escritores que se reunían para compartir sus textos. Ése era el caso de un famoso Cenáculo de los Lunes, especializado en poesía, al que pertenecía Cărtărescu, del que surgió la Generación del ochenta. Aunque también existía otro excelente grupo, dedicado a la prosa, Junimea, de donde surgieron los legendarios textos de Nostalgia.

Hay que decir que, junto al francés, la lengua a la que probablemente más se ha traducido a Cărtărescu es el español. Han aparecido una notable cantidad de títulos, todos ellos en la editorial Impedimenta: Nostalgia, Lulu, Las Bellas Extranjeras, El Levante, El ojo castaño de nuestro amor, Solenoide, la trilogía Cegador y su Poesía esencial, seleccionada por él mismo. Una encomiable labor editorial que, muy principalmente, se debe también a una excelente y ejemplar traductora, Marian Ochoa de Eribe, quien ha llevado a cabo la no fácil tarea de verter a un autor de una descomunal exigencia y complejidad estilística y literaria, en la frontera de Pynchon, William Gaddis o Foster Wallace, a la vez que de Kafka y Joyce.

Para Cărtărescu, la lectura apasionada de la literatura latinoamericana ha sido una constante en su vida, con el espléndido y riquísimo manejo de un lenguaje realmente espectacular, barroco, magnético, de alto voltaje poético y desbordante imaginación, trufado sin cesar de brillantes reflexiones y especulaciones metafísicas, en las que no está ausente un humor refinado y vitriólico. Dotado de una ironía entre serena y desopilante, la lectura de su relato largo Las Bellas Extranjeras (2010; Impedimenta, 2013), en el que un grupo de escritores rumanos son invitados a Francia para participar en diversos coloquios, da muestra de su inmenso talento para la parodia y la evocación grotesca y esperpéntica de las situaciones. Es uno de los autores más dotados de nuestros días para destacar el absurdo de los tópicos y prejuicios nacionales, ese mundo de clichés apresurados, superficiales e hiperglobalizados que socavan sin cesar cualquier imagen del otro a nuestro alrededor. En un capítulo de Las Bellas Extranjeras, “Cómo me convertí en un escritor adocenado”, el narrador da cuenta de un demencial reportaje o película sobre Rumanía llevado a cabo por un director francés, que incluiría entrevistas a doce escritores rumanos invitados durante tres días a un recorrido por el país galo:

Al ver el reportaje me di cuenta de que lo que dije durante aquellas dos horas no tuvo mayor relevancia: seleccionaron tan solo siete minutos. De vez en cuando, mi cháchara era interrumpida por las imágenes de mi amada Bucarest: carromatos, chuchos salvajes y ruinas siniestras [...] A modo de avanzadilla, el reportaje se abría, por supuesto, con el primero y más importante escritor rumano, Nicolae Ceaușescu en persona [...] ¿Por qué —me pregunto— algunos tienen derecho a la normalidad y la modernidad y otros solo a una historia pintoresca? ¿Por qué nos ahogan siempre en el Sena, en el Támesis o en el Potomac con Ceaușescu atado al cuello?

Los sótanos de Bucarest
Los sótanos de Bucarest

EN LA MONUMENTAL NOVELA Solenoide (2015) volvemos a encontrar un personaje familiar de su literatura. El protagonista es un joven escritor que trabaja como profesor en un suburbio de Bucarest, inmerso en la inercia de una semivida diaria (“mi vida tiene un único eje que va de mi casa a la escuela, tal y como los que se han roto la columna vertebral viven encerrados en un corsé de escayola”). Cada día se traslada en tranvía a ese submundo gris, escuálido, siniestro, plano, cercano a lo grotesco, mientras alterna con colegas no menos absurdos, cada cual con su peculiaridad. De forma paralela, sin cesar escindido, como un animal kafkiano o esos seres nocturnos de Sabato —un autor por el que Cărtărescu siente gran predilección—, este personaje lleva a cabo un Diario y habita por las noches en un mundo onírico de pesadillas complementarias.

Como un Segismundo del barroco calderoniano, atrapado en medio de una abismal y diaria esquizofrenia, de una “prisión” u oscura cueva platónica desde donde lucha por comprender lo incomprensible, este escritor frustrado alterna momentos de pánico y lucidez. Porque uno de los conceptos clave de esta obra será permanentemente el miedo. Un miedo cerval (la palabra socorro ocupará varias páginas seguidas): miedo a corromper su destino de artista fracasado, miedo al dolor y el sufrimiento en todas sus formas, miedo a falsificar y prostituir su mensaje y su lugar en el mundo y miedo a no poder evadirse jamás de la cárcel que lo encierra. “El arte —dirá— no tiene sentido si no es huida. Si no nace por la desesperación de sentirse prisionero”.

Es un tipo de escritura no realista y con una sostenida tensión lírica, a ratos espectral, onírica, expresionista, alucinatoria, de paranoias kafkianas, ante la que el lector tiene que dejarse arrastrar sin ofrecer resistencia, mecido únicamente por su poesía, por el fabuloso ritmo de las frases y por la belleza siempre sorprendente de imágenes inauditas que se mueven en una gigantesca amalgama de pasado y presente, de mitos, seres fantásticos y leyendas junto a trasfondos auténticos e históricos. En todo ello, Solenoide se revelará, en cada página, como una obra magnífica y descomunal, un gigantesco proyecto literario no habitual, como siempre sucede con este autor, en su ambición y ansia de perdurar más allá del rutinario paso del tiempo.

Aquellos comienzos como poeta de este fantástico e inclasificable escritor de nuestros días que es Cărtărescu ya nunca lo abandonarían. Toda su narrativa posterior estaría teñida de una maravillosa, embriagadora y sostenida tensión lírica. Una poesía y un lenguaje deslumbrante que tiñe todo, de principio a fin, omnipresente sobre todo en su más ambicioso y singular ciclo novelesco emprendido a mediados de los años noventa: Cegador, una trilogía sin igual, construida alrededor de los recuerdos iniciáticos y fantasmagóricos, de las alucinaciones, los paseos y sueños del joven Mircea. Un ciclo novelesco que convoca todos los registros y cartografías posibles, desde las de su propio cuerpo hasta la misma ciudad de Bucarest, que sigue siendo un centro neurálgico en su obra; un volcán dormido alrededor del cual giran todos, como mariposas alrededor de una luz cegadora.

Su narrativa posterior estaría teñida de una maravillosa, embriagadora y sostenida tensión lírica. Una poesía y un lenguaje deslumbrante que tiñe todo

LA BUCAREST DE EL CUERPO (“para mí, Bucarest se parece a un caballero boyardo de los Balcanes, por su mezcla de generosidad, ternura e histeria”, ha señalado en alguna ocasión Cărtărescu), segundo tomo de la trilogía, es la sombría y amenazante capital de la Securitate, en los años de plomo del comunismo, a mediados de los años sesenta. Entonces, Mircea acaba de cumplir ocho años. En esa obsesiva historia de amor-odio, las terminaciones nerviosas de la ciudad se confunden con su propio cuerpo. Ahí —afirma el narrador— “filtro mi vida, la engullo, la bebo, la veo, la huelo, la muerdo, la vivo, la odio, la poseo”. En esa “Valaquia dormida, perfumada y desparramada entre los Cárpatos” Mircea y los seres sobrenaturales, o bien hiperreales, que lo acompañan, viven la magia del pasado, el desasosiego ante lo desconocido, la intensidad de las emociones, pero también el horror “que acecha como una tarántula peluda”.

País mítico e inalcanzable (“¡Oh, fantástico país, tierra de la que hemos partido todos! ¡Oh, reino al que todos querríamos regresar!”), miserablemente congelado en un pasado que se niega, así se les enseña en la escuela a los niños una desconocida y odiada vida anterior:

En la hora de la lectura se hablaba siempre del periodo anterior a la guerra, que debía haber sido bastante feo, porque la gente vivía en la época burguesa-señorial, los terratenientes y los dueños de las fábricas por un lado, todos muy malos, que no trabajaban pero vivían bien y, por otro lado, los trabajadores y los campesinos que trabajaban desde el alba hasta el ocaso, pero de cuyo trabajo se beneficiaban los señores y los burgueses. Estos últimos estaban muy gordos.

Construcción y destrucción se dan la mano sin cesar en El cuerpo. Una bella y decadente ciudad fue echada abajo sin piedad con sus gorgonas, atlantes y sublimes villas por un dictador que la aborrecía. En medio de ese “desierto atómico” la casa de Mircea resistió: “Mi bloque ha resistido a las demoliciones, hasta el mamut congelado de la Casa del Pueblo”.

Alrededor del pequeño Mircea, su hermano perdido Victor y su madre que teje alfombras con secretos de Estado insertados en ellas, un universo compuesto por fantásticos personajes lo acompañan en sus peregrinaciones por las laberínticas callejuelas y por las grietas sin cesar abiertas en una realidad que unas veces es soñada, otras imaginada y otras vivida conformando recuerdos posteriores, que de momento se resisten a ordenarse. Ahí estarán Vasile que creció sin sombra, Maria con sus alas de mariposa, su amigo Herman, el yogui Hombre Serpiente, la malabarista enana Katerina, “un bien compartido en el circo” que añora Georgia y “al gran adalid de los pueblos Stalin”, el pequeño Maarten de los pólders y su perrito Frits, los Conocedores de cualquier época y cualquier ciudad, los Hombres Estatua y los vagabundos de Amsterdam, o bien esos rusos castrados, diseminados por los Balcanes, seguidores de un rito antiguo que les manda escupir y “destrozar iconos con la azada”.

Los sótanos de Bucarest
Los sótanos de Bucarest

PERO TAMBIÉN ESTARÁ la mágica historia de Badislav, abuelo del narrador, que llegó a finales del siglo XIX desde Bulgaria a la capital de un pequeño reino del Danubio. Rumanía se liberó de su orden feudal para entrar en una modernidad hecha de estruendo y uniformidad. Más tarde, todos ellos serán sacrificados, una y otra vez:

Fue una de las condiciones que los aliados les habían impuesto cuando le cedieron a Rusia los países del Este: destruiréis todo, pero conservad al menos algunas islas que recuerden, dentro de unas décadas, que disfrutasteis en algún momento de la gracia y magia del mundo libre.

Tras convertirse en capitán de bomberos en una ciudad que entremezcla casas de barro y palacios bizantinos, Badislav, el hombre que perdió su sombra, también perderá la vida. Sin embargo, su fantasma siempre perseguirá el espíritu del pequeño Mircea, uno de sus nietos. Porque la hija de Badislav, María, se ha casado con Costel, obrero de un taller.

La Bucarest de entreguerras consiguió modernizarse, predominando el estilo Bauhaus y proclamando la entrada del país en la era industrial. Sólo las periferias sucias, con sus calles de tierra embarrada, seguían recordando a Oriente. Pero una destrucción apocalíptica, con extrañas reliquias escogidas, como el narrador de El ala derecha dirá con amargura, cubrirá una especie de paisaje postnuclear, en el que todos operaron:

Barrios antiguos y nostálgicos se desperdigaban desde el Rin hasta el Volga, en las ciudades destruidas por las divisiones alemanas camino del este, luego por las rusas camino del oeste, y finalmente, por las escuadras anglo-americanas que lanzaban alfombras de bombas.

Todo se reúne en un mismo escenario en el que, sin distinción de razas ni naciones, todos han sufrido por igual: “Sobre el sufrimiento del mundo siempre han brillado las mismas estrellas impasibles”.

En El ala izquierda, otra novela de inspiración autobiográfica, escribirá Cărtărescu:

¡Cuánta necrofilia hay en el recuerdo! ¡Cuánta fascinación por la ruina y la putrefacción! ¡Cuánto manoseo de médico forense entre los órganos licuados! Cuando pienso en mí a diferentes edades o en las anteriores vidas consumidas, es como si hablara de una larga serie ininterrumpida de muertos, un túnel de cuerpos que mueren unos dentro de otros.

En el relato del joven Mircea que presencia la Revolución en sus calles o, si se prefiere, el fin de una pesadilla
que les robó la infancia y juventud a muchos, se entremezclan hilos, espacios, tiempos y técnicas narrativas

COMO TODO SU CICLO Cegador, gran tratado metafísico y experimental sobre el Enigma, sobre la posibilidad de llevar la visión estrecha de la realidad hasta sus límites más inimaginables, en el último volumen de la saga, El ala derecha, con viajes incesantes de atrás hacia adelante, y a la inversa, estamos en el año de la Caída del Muro, 1989, que coincide con el año de la Revolución rumana. Se trata de la crónica joyceana de los últimos y dramáticos días de un régimen totalitario en Bucarest:

¿Tanques? ¿El Consejo Popular del centro destruido por los cañonazos? ¿Generales enviados a borrar la ciudad de la faz de la tierra? Los vecinos ya no se esconden, se escucha “Europa Libre”. ¡Cuarenta mil muertos en Timisoara! Una joven camina, blandiendo una flor.

La tapa se levanta, un tanquista casi adolescente saca la cabeza y grita: “¡Lárgate! ¡Apártate!”.

La miseria más atroz y terminal del comunismo se cae por fin hecha pedazos, como ya había dicho exasperado el padre de Mircea, el narrador:

“Se acabó”, dice mi padre con toda la amargura de los últimos años acumulada en unas palabras. “Se han ido al carajo con su locura. El comunismo no se puede llevar a cabo con paranoicos y analfabetos. Se han burlado de todo y de todos. Ni los cerdos comerían lo que ellos han hecho con este país”.

En el relato del joven Mircea que presencia la Revolución en sus calles o, si se prefiere, el fin de una pesadilla que les robó la infancia y juventud a muchos, se entremezclan distintos hilos, espacios, tiempos y técnicas narrativas, a los que se añaden sin cesar las alucinaciones y los fantásticos laberintos íntimos del narrador, un niño llamado Mircea (Mircisor, como le llaman de forma cariñosa), hijo de obreros que, ya de adulto, escribiendo interminables páginas de un manuscrito “ilegible”, ve caer a un dictador megalómano que ha llevado a la población a la miseria y a la más absoluta de las ruinas:

Como los perros. Nos matan cada día, nos entierran los muy desgraciados. Que llegues a morirte de hambre en Rumanía, ¿dónde se ha visto cosa igual? Ni cuando trabajabas para los señores, ni en tiempos de la guerra fue peor. Ni durante la gran hambruna de después, en el 48 o 49.

Los tomos anteriores del ciclo se situaban en los años 1930-1950 —El ala izquierda—, y 1960-1970 —El cuerpo. En el último volumen, cronológicamente insertado en la Revolución, el protagonista continúa la búsqueda alucinada, nostálgica, obsesiva de un doble —Victor, el hermano perdido por Mircea en la infancia—, gemelo exacto a él desaparecido un día en un miserable hospital. Un hecho que Cărtărescu trataría en unos de sus más conmovedores y estremecedores textos de su libro de relatos El ojo castaño de nuestro amor:

Mi madre nos llevó al hospital con cuarenta y dos grados de fiebre. Quiso quedarse pero las enfermeras la despacharon [...] A mis padres les dijeron que su hijo había muerto por la noche. Pero nunca les mostraron el cuerpo. Ante los aullidos de mi madre aparecieron unos tipos uniformados. En sus recursos por ministerios y bufetes de abogados aparecieron unos personajes que les aconsejaron callar. A Victor se lo tragó la tierra miserable de unos tiempos terribles. Nunca supimos qué le sucedió.

Los sótanos de Bucarest
Los sótanos de Bucarest

EN LA IMAGINACIÓN ARDIENTE y delirante del gemelo sobreviviente, del Mircea, o hermano solitario que se enfrenta a las sombras y los fantasmas de su pequeño apartamento y a un rostro igual que el suyo que aparece en el espejo y que toca delicadamente con la punta de los dedos, Victor, tras ser robado en la infancia, aparecería en Amsterdam, donde crece en la más extrema marginalidad, para acabar alistándose en la Legión Extranjera, en medio de un reguero de crueldades inimaginables:

El bien y el mal eran mariposas separadas a lo largo del eje de simetría por una espada [...] Victor venía despacio hacia mí desde las profundidades del espejo y, cuando los últimos que se interponían se hicieron a los lados, nos encontramos súbitamente cara a cara.

Disección mística y fantasmagórica, o alegoría proustiana y calidoscópica del recuerdo posmoderno que avanza como en zigzag, o collage a través de imágenes recurrentes de sus primeros años de infancia (“un Mircisor fantasmal, ligero como el papel, era arrastrado por el viento y empujado hacia el territorio del recuerdo”), en un mágico “peregrinaje siempre repetido, hasta el infinito, como una lanzadera”, El ala derecha es una obra magistral, única, un maravilloso viaje onírico a través de escenas y epifanías fundacionales que mezclan sueño y vigilia, fantasía e hiperrealidad, crónica histórica y realidades paralelas, junto a folclore y mitologías no sólo de Rumanía sino de toda la Europa Central.

Un viaje onírico, lleno de fascinación e incógnitas como las misteriosas siluetas de Rorschach, mientras se elabora “un manuscrito del mundo” que busca desesperadamente una especie de Armonía celestial (como el título de otro autor extraordinario, de lo mejor de la literatura experimental centroeuropea, el húngaro Péter Esterházy): “Mi manuscrito es el mundo y no existe galaxia ni pétalo de camomila que no esté escrito aquí”. 

MERCEDES MONMANY (Barcelona, 1957), escritora y crítica literaria; su libro más reciente es Sin tiempo para el adiós. Exiliados y emigrados en la literatura del siglo XX (Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2021).