Trastornos afectivos e inflamación corporal

Redes neurales

Trastornos afectivos e inflamación corporal.
Trastornos afectivos e inflamación corporal.Ilustración: Layers / pixabay.com
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Una y otra vez aparece, en redes sociales y medios de comunicación, el debate acerca de la naturaleza biológica o social de la depresión en particular, y de los padecimientos afectivos en general. Con estos últimos me refiero a todos los problemas clínicos que tienen en común experiencias y comportamientos afectivos o emocionales como elementos centrales: por ejemplo, la ansiedad, el trastorno bipolar, los trastornos fóbicos, el estrés postraumático, la disregulación emocional y otras condiciones psicológicas (o psicopatológicas).

El problema se plantea como si los lectores tuviéramos que tomar partido por una explicación naturalista, fundada en el conocimiento científico de los procesos orgánicos de nuestro cuerpo, o —alternativamente— como si debiéramos elegir una explicación histórica y cultural para nuestro malestar psicológico. Es decir, la discusión pública está polarizada y las dos explicaciones se proponen como mutuamente excluyentes, pero a mi juicio se trata de un falso dilema, ya que una persona puede sufrir depresión, ansiedad o ambos problemas como resultado de la interacción dinámica entre los factores históricos y socioculturales, así como de los factores biológicos del organismo. En este pequeño ensayo uso el concepto de la inflamación corporal como un ejemplodel tipo de interacciones biopsicosociales que pueden ser relevantes en el contexto de la medicina psiquiátrica.

LA INFLAMACIÓN CORPORAL puede concebirse como un puente entre el estrés psicosocial y la emergencia de problemas clínicos. En principio, se puede plantear que todos los organismos vivientes comparten el estrés: la supervivencia en ambientes adversos es común a todas las especies biológicas, y este proceso implica un gasto energético para resistir la eventual descomposición de los elementos que dan cohesión a cada organismo. Cuando se estudia el estrés de las especies animales más semejantes a los seres humanos —por ejemplo, los mamíferos— encontramos mecanismos de señalización bioquímica que enlazan el sistema nervioso con el resto del cuerpo, a través de hormonas y neurotransmisores como el cortisol y la norepinefrina, por citar los ejemplos mejor conocidos. En el caso de los seres humanos, el estrés tiene múltiples fuentes, incluyendo enfermedades físicas, desastres naturales y, con enorme frecuencia, problemas sociales que hunden sus raíces en procesos históricos, culturales y económicos, como el racismo, el sexismo o el clasismo. Estos procesos generan contextos de alto riesgo para el desarrollo de formas prolongadas y excesivas de estrés psicosocial.

Desde hace muchas décadas se dispone de información sólida y suficiente para afirmar que el estrés excesivo y/o prolongado participa en la emergencia de la ansiedad, la depresión y, en general, en la aparición de trastornos afectivos. En un primer análisis, podría pensarse que las consideraciones biológicas resultan innecesarias si ya sabemos que el estrés psicosocial es un factor causal que incide en los estados de ansiedad y depresión. Pero el estudio de factores biológicos específicos nos ayuda a tener una imagen más avanzada acerca de cuál es el impacto del estrés psicosocial en nuestro cuerpo, y de los efectos de ese proceso sobre nuestras funciones mentales, experiencia subjetiva y comportamiento.

El estrés excesivo participa en la emergencia de la ansiedad,
la depresión y en la aparición de trastornos afectivos

En ese sentido, me concentraré en un marcador de inflamación corporal: me refiero a la proteína C reactiva, producida por el hígado, que circula en la sangre típicamente en concentraciones bajas, por debajo de 3 mg/litro.1 Las concentraciones suben cuando hay inflamación, como resultado de estados patológicos tan diversos como infecciones, alergias, enfermedades reumatológicas, infarto al miocardio, cáncer o fracturas de los huesos. En el contexto que nos interesa ahora, las concentraciones de proteína C reactiva también se elevan significativamente en las personas que padecen depresión mayor. De manera más precisa, los grandes estudios de metaanálisis, que reúnen datos de muchos estudios independientes, han mostrado que el 27 por ciento de los pacientes con un diagnóstico de depresión mayor tienen concentraciones mayores a 3 mg/litro.2 Un análisis estadístico avanzado mostró que las concentraciones de proteína C reactiva se relacionan con algunos síntomas específicos dentro del síndrome depresivo: dolor, falta de energía y dificultades para dormir (el insomnio es uno de los problemas más comunes en personas con es-tados depresivos).3

¿CÓMO PODEMOS RELACIONAR la inflamación y la depresión? Todo parece indicar que se trata de una relación bidireccional, es decir: las condiciones inflamatorias, como la artritis reumatoide, la fibromialgia, el lupus eritematoso sistémico —y otras— pueden inducir estados depresivos o empeorarlos, como resultado del dolor crónico y la discapacidad, y también porque los mediadores biológicos de la inflamación (la proteína C reactiva y otras moléculas, como la interleucina 6) tienen efectos sobre el sistema nervioso. Por ejemplo, las concentraciones elevadas de proteína C reactiva modifican la actividad de los circuitos cerebrales de recompensa, que son importantes para el goce, la actividad espontánea, la conducta de juego y la conducta dirigida a metas.4

Por otra parte, comportamientos comunes en la depresión, como la reducción de la actividad física, la mala alimentación y los trastornos del sueño, asimismo pueden inducir estados inflamatorios o empeorarlos. Algunos factores psicosociales, como el maltrato infantil y el bullying, se asocian a su vez con el desarrollo de inflamación en el largo plazo; esto se ha documentado mediante estudios longitudinales de varias décadas de duración, en los cuales se da seguimiento a personas que padecen maltrato infantil o bullying, y años después se observa que tienen mayor riesgo de sufrir depresión, así como concentraciones más altas de proteína C reactiva.5, 6

Al estudiar la relación entre la inflamación y la depresión se abren posibilidades para entender mejor causas, mecanismos y efectos de ambos problemas, a la par de posibilidades terapéuticas. No se debe pensar que el estudio biológico de los trastornos afectivos nos lleva al callejón sin salida de un determinismo biológico; opino que más bien abre posibilidades para la prevención y el alivio de quienes buscan atención clínica, y fortalece el entendimiento científico de un problema que no ha desaparecido de la conversación pública, y no desaparecerá pronto.

Referencias

1 M. B. Pepys et al., “C-reactive Protein: A Critical Update”, J Clin Invest, 2003.

2 E. F. Osimo et al., “Prevalence of Low-Grade Inflammation in Depression: A Systematic Review and Meta-Analysis of CRP Levels”, Psychol Med., 2019.

3 E. I. Fried et al., “Using Network Analysis to Examine Links Between Individual Depressive Symptoms, Inflammatory Markers, and Covariates”, Psychol Med., 2020.

4 J. C. Felger et al., “Inflammation Is Associated with Decreased Functional Connectivity within Corticostriatal Reward Circuitry in Depression”, Mol Psychiatry, 2016.

5 R. Takizawa et al., “Bullying Victimization in Childhood Predicts Inflammation and Obesity at Mid-Life: A Five-Decade Birth Cohort Study”, Psychol Med., 2015.

6 A. Danese et al., “Elevated Inflammation Levels in Depressed Adults with a History of Childhood Maltreatment”, Arch Gen Psychiatry, 2008.