Una resurrección anunciada

Una resurrección anunciada
Por:
  • naief_yehya

(Por supuesto que habrá spoilers. ¿De qué otra manera se puede hacer crítica de cine?)

La última vez que visitamos el Universo Cinemático de Marvel (UCM) en Infinity War (Anthony y Joe Russo, 2018), miles de millones de seres se desintegraron tras un teatral tronido de dedos de Thanos (Josh Brolin), el ecogenocida, destructor de mundos malthusiano que tan sólo deseaba crear un universo mejor para los sobrevivientes de su medio apocalipsis. Pero a pesar de ver a algunos de los superhéroes más populares convertirse en cenizas (entre muchos otros El Hombre Araña en una de las desapariciones más lacrimógenas y Pantera Negra en una evocación de la vieja regla de matar primero al actor negro) era inconcebible que el daño fuera irreparable. Marvel ha invertido demasiado en sus personajes, con un éxito desmesurado. Aunque Thanos dice ser inevitable, lo único inevitable era que la secuela daría la oportunidad de recomponer el orden cósmico y cerrar un ciclo que comenzó con cierta ingenuidad y desparpajo en 2008, con Iron Man (Jon Favreau) y se extendió por once años en 22 películas, en la llamada The Infinity Saga.

Avengers: Engame, dirigida también por los hermanos Russo, podría verse como dos películas: la primera como un sentida elegía que documenta la devastación y la pérdida de incontables seres queridos, y la segunda, como una épica de la venganza y el retorno de la caballería. El primer filme tiene un tono melodramático y momentos de introspección, así como muestra las estrategias para hacer frente a la tristeza: unos se sumergen frenéticamente en el trabajo, como Natasha Romanoff/La Viuda Negra (Scarlett Johansson) y Rhodey/Máquina de guerra (Don Cheadle); Hawkeye (Jeremy Renner) hace de vigilante asesinando maleantes; Tony Stark (Robert Downey Jr.) trata de llevar una vida familiar convencional en un chalet con su esposa Pepper Potts (Gwyneth Paltrow) e hija; mientras Steve Rogers/Capitán América (Chris Evans) asiste a sesiones de grupos de apoyo y Bruce Banner (Mark Ruffalo) ha encontrado la manera de reconciliar sus identidades al convertirse en un Hulk amable, un nerd verde descomunal. Por su parte, Thor (Chris Hemsworth) se dedica a emborracharse y a jugar videojuegos para tratar de olvidar la derrota y frustración. Pero el UCM no fue diseñado para la nostalgia ni la desesperanza, sino para la acción explosiva, la violencia efervescente, el humor chocarrero y las sorpresas trepidantes generadas por computadora. La segunda parte del filme se encarga de satisfacer esa necesidad de grandes batallas y secuencias de acción compulsiva, aunque también hay oportunidad de reconciliaciones: con la madre en el caso de Thor, con el padre en el de Stark, con la mujer que siempre amó en el de Rogers, así como entre Iron Man y Capitán América. Así el filme combina solemnidad con comedia y acción para celebrar el género y reivindicar el concepto de superhéroe como algo a la vez culturalmente relevante, emocional y trágico, pero a pesar de todo divertido.

La monomanía con la sobrepoblación es común en las mentes conservadoras (que no forzosamente conservacionistas) y se enfoca en el peso social que representan los pobres, las minorías, los deficientes mentales y demás grupos que sean objeto de segregación. Aquí Thanos tiene por lo menos la decencia de ser un genocida sin preferencias ni prejuicios que evapora aleatoriamente la mitad de la vida del universo. Thanos aparece como un militar totalitario con una ideología moral, social y ecológica que coincide con la de ciertos preppers o preparacionistas, que esperan ansiosamente el fin de la civilización armándose, acumulando víveres y aprendiendo técnicas para el cataclismo (cualquiera que sea su naturaleza) y eventualmente crear un mundo mejor para unos pocos. Asimismo, hace pensar en Trump ladrando que Estados Unidos ya está lleno y que ya no caben más inmigrantes. Pero aunque Thanos cree haber creado una utopía digna de una Marie Kondo universal (Anthony Lane dixit) y que puede convertirse en un dios viviente, prefiere destruir las piedras del infinito y retirarse a cosechar su jardín (igual que Stark), como recomienda el Cándido de Voltaire. Sin embargo, Thanos no disfrutará de su obra ni del universo expurgado ya que su idilio es interrumpido abruptamente por un comando de superhéroes que lo ejecutan como si se tratara de Osama bin Laden, una venganza más que un acto de justicia, sin beneficio táctico ni estratégico.

[caption id="attachment_923463" align="alignnone" width="696"] Fuente: IMDB[/caption]

La historia del UCM es un reflejo glamoroso e hipertecnologizado de la historia desde 1943 hasta la fecha, con evocaciones y ecos del holocausto, el fascismo, la carrera armamentista, la guerra fría, el mundo sin la URSS y la política-espectáculo desde Kennedy hasta Trump. Las piezas iniciales del complejo rompecabezas son por un lado Iron Man, como el empresario, playboy, grandilocuente y fanfarrón (que anticipa al actual ocupante de la Casa Blanca), representante del ingenio y el espíritu estadunidense. Stark es un hombre redimido que pasa de vender armas (principalmente a su propio gobierno) a convertirse en el líder de los Avengers al volverse un cyborg corporativo. Por el otro lado está el Capitán América, el prototipo de lo que Donna Haraway llamaría el hijo pródigo del patriarcado: un cyborg, engendro del complejo militar industrial. Stark encarna el cinismo, pragmático y proteico; Rogers es el guerrero mojigato, un tanto ingenuo y siempre obediente, con que sueñan los generales desde la invención de la guerra. Estos símbolos duales de la hegemonía anglosajona, blanca y cristiana del poder representan el impulso expansionista del imperio, aunque han cambiado notablemente en siete décadas para convertirse en seres sensibles y complejos, de acuerdo con el Zeitgeist [espíritu del tiempo] actual. La tensión entre estos dos llegó a su clímax en Captain América: Civil War (hermanos Russo, 2016), donde los Avengers se dividen al escoger lados en la pugna entre Iron Man, que desea respetar las directivas de una organización internacional, y el Capitán, quien rechaza cualquier regulación externa. Los Avengers serían una organización dedicada a proteger a la población, a la humanidad, a las especies conscientes y a la vida en general de amenazas que no pueden ser confrontadas por un solo superhéroe. Así pasaron de defender ciudades a proteger estados, continentes y a ser guardianes o vengadores universales. Sin embargo, su intervención provoca inevitablemente daño colateral y esa carga moral es el lastre que atormenta a los integrantes del grupo.

La solución al dilema de la desaparición de la mitad de todo requiere de una máquina del tiempo. Al recurrir a un cliché tan convencional el guión opta por explicar con referencias fílmicas y contraejemplos cinematográficos. La idea la aporta Ant Man (Paul Rudd), quien por azar regresa de la dimensión cuántica y cree que es posible utilizar ese dominio para viajar en el tiempo y el espacio. El punto más importante que se propone aquí es que al cambiar el pasado no se cambia el presente, con lo que se sigue la interpretación de “muchos mundos posibles”. La propuesta suena seria y quizá hasta creíble, sin embargo el especialista en computación cuántica, Scott Aaronson, afirma: “De todas las implicaciones revolucionarias de la mecánica cuántica, el tiempo es irónicamente uno de los pocos conceptos que no cambian para nada”. Es absurdo tratar de demostrar que la ciencia para llevar a cabo un viaje en el tiempo es una tontería, en una película que basa su lógica en elementos mágicos y seudocientíficos. En cambio lo que hubiera merecido un poco más de reflexión son las implicaciones morales, sociales y emocionales que representaría regresar cinco años más tarde a miles de millones de desaparecidos. En la serie francesa Les revenants (Los aparecidos, 2012) se presentan las complejidades y los trastornos que puede provocar un prodigio semejante en un pueblo pequeño. Basta imaginar lo que pasaría a una escala planetaria donde la gente ha tratado de proseguir con sus vidas, aceptando su duelo, adaptándose a las pérdidas e incluso estableciendo nuevas relaciones.

El plan de recuperar las piedras del infinito antes de que Thanos se las apropie para llevar a cabo su gigantesca obra de ingeniería social va a ser frustrado por los superhéroes y este acto de ingratitud provoca la ira del genocida. Si los sobrevivientes no pueden apreciar el nuevo orden universal, sin duda merecen el exterminio. Así que Thanos cambia de planes y decide erradicar toda la vida del universo para que nadie pueda recordar lo que había, para eliminar la memoria histórica y volver a empezar con una nueva creación.

"Endgame es una despedida y una celebración, así como un final necesario debido a que se ha llegado a una especie de impasse en términos de representación espectacular".

Endgame es una despedida y una celebración, así como un final necesario debido a que se ha llegado a una especie de impasse en términos de representación espectacular y de la imposibilidad de sorprender a un público hastiado que ya lo ha visto todo. Buena parte del encanto de la cinta radica en la celebración que hace del UCM al presentar algunas de las secuencias más célebres de cintas pasadas, no como una cita o referencia sino como momentos de transición que pueden ser desarticulados, reconstruidos, analizados y vistos desde otras perspectivas. No hay duda de que se presenta una narrativa inflamada e inflada, un regodeo ligeramente masturbatorio e indulgente, en el cual, a pesar de durar tres horas y un minuto, se devalúan los silencios y el tiempo de reflexión al forzar la narrativa hacia las secuencias de acción, como si se tuviera miedo de que la introspección aburriera a los fans. Uno de los efectos de la desaparición es que regresan las ballenas al Hudson y  que al reducir a los Avengers a un núcleo básico los actores sobrevivientes tienen tiempo de lucir su talento y reivindicar la humanidad de sus personajes. Esto queda sintetizado en el sándwich de mantequilla de cacahuate y en las reivindicaciones de lo cotidiano y lo trivial (como la composta de Potts y las selfies de Hulk).

Por otro lado, no hay el menor esfuerzo de mostrar el impacto que han provocado las ausencias humanas, animales y vegetales. A cinco años del chasquido genocida no tenemos idea de cómo se vive, qué funciona y qué falta en ese mundo. El filme no intenta imaginar lo que sería la decadencia urbana o el colapso rural, por lo que se limita a evocar Terminal Beach, de J. G. Ballard (que precisamente contiene el cuento “End-Game”, sobre un duelo y una partida de ajedrez entre un condenado a muerte y su verdugo). Se trata de un autor que ha explorado en su ficción escenarios postapocalípticos (como en El mundo sumergido) y misteriosas desapariciones (como en la novela Running Wild). Asimismo, hay una imagen de Guernica, de Picasso, así como mudas invocaciones al rapto bíblico.

Endgame es un entretenimiento popular escatológico (en el sentido de las creencias relacionadas con el fin de los tiempos y no con las excreciones), manipulador (sin la menor sutileza) y estrepitoso, que cuenta con momentos brillantes, un reparto que se da el lujo de ofrecer cameos y papeles secundarios a estrellas como Tilda Swinton, Robert Redford, Angela Bassett, Glenn Close, Anthony Hopkins, Cate Blanchett, Chiwetel Ejiofor, Natalie Portman, Michael Douglas y Michelle Pfeiffer. Asimismo recurre a todos los trucos de seducción que poco a poco se han perfeccionado en el UCM.

La responsabilidad de esta cinta es muy grande: cerrar el ciclo, entrelazar cabos sueltos y abrir el terreno a las siguientes generaciones de héroes. Esta es una especie de catedral narrativa, hecha con una inversión gigantesca, miles de manos de artesanos, técnicos y artistas, las plumas de cientos de guionistas y trabajadores a lo largo de más de una década. Podemos ridiculizar la obsesión megalomaniaca, el tsunami cultural y la epidemia compulsiva que han generado estas aparatosas máquinas de generar dinero, pero es claro que ésta es la ópera de un tiempo apolítico, de saturación mediática, de distracciones cegadoras, de consumo inmoderado, de acceso irrestricto y de gratificación instantánea. El verdadero final del juego de este subgénero llegará en un futuro no muy remoto, cuando se haya perdido la paciencia para las aventuras de seres físicamente privilegiados y mentalmente atormentados como son los superhéroes. En términos de inversión y ganancias ésta es la cinta y la serie más ostentosa de todos los tiempos, y por tanto será, nos guste o no, emblemática de la cultura de las primeras décadas del siglo XXI. Es un legado extraño, desmesurado y paradójico de los cómics que nos han acompañado desde la infancia y que se han convertido en un espejo distorsionado del alto Antropoceno.