La vida es mejor cuando estás muerto (Tenderloin en 72 horas)

El corrido del eterno retorno

La vida es mejor cuando estás muerto (Tenderloin en 72 horas)
La vida es mejor cuando estás muerto (Tenderloin en 72 horas)Fuente: Cortesía del autor
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Los jipis volvieron, pensé en cuanto puse un pie en el barrio de Tenderloin. Pero en forma de homeless. Mi presencia en San Francisco no se debía a una cuestión de trabajo. No estaba ahí para escribir un reportaje sobre zombie land. Uno de los paraísos para los indigentes más atractivos de Gringolandia. Mi visita obedecía a otro motivo. Me habían invitado a una boda gay.

Si me lo hubiera propuesto, no lo consigo. Caer justo en el área con mayor congestionamiento de homeless. Son los reyes del barrio. Mañana, tarde y noche deambulan por las calles a sus anchas. Algunos yacen tirados en la banqueta, otros montan tiendas de campaña. Fuman, beben y se inyectan. Y la ley no se mete con ellos. Es el Sueño Americano en su máxima expresión. Tienen baños a su disposición, servicios sociales y alimentos por parte del gobierno. Pero no desperdicios. Buena comida. Que les sirven en comedores comunitarios.

A pesar de su situación, para nada llevan una vida miserable. En Tenderloin se fuman miles de dólares en droga a la semana. Y los yonquis conviven con el barrio de manera armoniosa. Nadie se mete con ellos. Y ellos no se meten con nadie excepto para pedir un dólar (y no tan insistentemente) o para ofrecerte algo en venta. Diseminados en las calles Eddy y Ellis, y en el callejón de Polk, el reino de los homeless se extiende por casi toda la ciudad. Pero es en Tenderloin donde se asentaron en busca de una patria, a tan solo unas cuantas calles de la estación de policía.

Recorrer Tenderloin es como meterte dentro de un capítulo de The Wire. A unos metros del comedor comunitario un díler, un negro inmenso con sombrero y gabardina, atrae a los homeless como la caca a las moscas. Lo pueden identificar porque alrededor de él se apeñuscan otros yonquis. Y a la vista de turistas y residentes, deposita bolsitas de droga en la mano de los homeless famélicos. La actividad de los yonquis es mínima. Se dedican a doblarse hasta la inconsciencia a causa del fentanilo. Se quedan tirados en unas posturas imposibles de adoptar en sobriedad. Tienen la elasticidad de los contorsionistas de circo. Sabes que algo sucede cuando se amontonan. Sólo se mueven por droga o comida.

Tenderloin es más que su población yonqui. En el barrio se encuentra uno de los mejores lugares para comer ramen en la ciudad. El Mensho Tokyo SF, que ostenta una mención en la Guía Michelin. Una condecoración nada fácil de conseguir. Más que merecida. Siete días a la semana los yonquis del ramen hacen fila afuera del restaurante. El lugar es atendido en su mayoría por mexicanos. Que te toman la orden en español. El parecido de mi mesero con Freddy Mercury era asombroso.

La densidad de homeless no le impide a Tenderloin tener actividad comercial. El turista y el yonqui conviven por mutua necesidad. Se adaptan el uno al otro.

San Francisco es una de las ciudades más ricas de California. Pero esa riqueza ha producido una miseria de la cual los homeless son los embajadores

Caminar por el rumbo significa esquivar cadáveres vivientes. Se reúnen en grupos de cuatro, de diez, de veinte. Y hasta más numerosos. Algunos tienen bocinas sonando toda la noche. Hay varios que están sentados en sillones destrozados. Con la mirada perdida o por completo inconscientes. Y tienen sus peleas privadas. La segunda noche que recorrí el barrio, un negro jaloneaba a una negrita que empujaba en una silla de ruedas a otra negrita. Nadie intervenía. Cada yonqui está ocupado en sus propios problemas de yonqui.

Además de la droga, los homeless adoran a los perros. Junto a las hordas se observan muchos canes de paseo. En su mayoría pitbulls. Lucen amenazantes con sus cuerpos de toro y sus cabezotas, sin embargo, son bastante dóciles. Están bien educados. Y algunos incluso van con bozal, perros recogidos que están adaptándose a la idea de tener un dueño y ser sociables dentro de la comunidad yonqui. Es increíble el contraste que existe entre el perro de un yonqui y su persona. El yonqui apesta. Sabrá Dios cuándo se pegó su última ducha. Su aspecto es desastrado. Pero el perro del yonqui va a la línea. Y no están sucios. Incluso a muchos de los pitbulls les brilla el pelaje. Indicio de que están bien alimentados.

A los homeless residentes habría que sumarle a la población flotante de adictos que frecuentan Tenderloin. Personas que no están en situación de calle, pero que acuden al barrio a pasar la tarde o que lo visitan de pasada sólo para comprar droga. Gente cuyo horizonte será convertirse en indigente. Que abandonarán sus casas para venir a engrosar la población zombie. Caminando escuché la conversación entre una trabajadora social de color y una chica blanca de unos veinte años. Le decía que la mandaría a casa, que ella no pertenecía a las calles. Así como ella, otros están en proceso de incorporarse. Son los futuros inquilinos.

La diversidad multicultural de la ciudad hace que el paisaje cambie de una calle a otra. Yendo hacia Union Square se encuentra el Johnny Foley’s, un bar irlandés que no es barato, nada es barato en San Francisco. Aunque afuera esté plagado de walking dead, dentro una familia de gringos fresas comen cheesecake hecho con Guinness. Hay una gran variedad de cervezas y el lugar es un universo totalmente opuesto al de puertas afuera. Es como si se tratara de otra ciudad. Pero es la misma.

Una de las quejas más recurrentes es el ruido que hacen los homeless durante la noche. De hecho, los hoteles de la zona se han visto obligados a reducir tarifas. Pero a pesar de gritos ocasionales en la madrugada, la contaminación auditiva es inferior a la que producen las zonas de bares de reguetón en cualquier ciudad. La ventaja de hospedarte en Tenderloin es su ubicación. El epicentro yonqui está en medio de todo. Partir de ahí hacia distintas partes de la ciudad es fácil.

Junto al Foley’s, en la misma calle de O´Farrell, se ubica otro lugar para comer ramen, Hinodeya. Además de ser uno de los lugares favoritos de los lugareños, tiene la ventaja de abrir hasta las tres de la madrugada. Que la calle esté plagada de yonquis no es impedimento para ofrecer su servicio. Si de algo se quejan los habitantes de San Francisco es de los pocos sitios para comer a altas horas de la noche. Hinodeya es de los pocos lugares que cierran tarde. Y es que el barrio no duerme. Como tampoco duermen los yonquis. Que en cuanto cae la oscuridad hacen fiesta. Se congregan grupos numerosos y toman las calles como si fuera una kermés popular.

San Francisco es una de las ciudades más ricas de California. Pero esa riqueza ha producido una miseria de la cual los homeless son los embajadores. Y por el momento le han conseguido ganar al sistema. Después de tres noches en Tenderloin, descubres que ellos son los verdaderos dueños de la calle.