Tebas Land disecciona la figura del padre en el teatro

¿Puede ser acusado de parricidio quien mata sin saber que es a su propio padre?, ¿es parricida quien da muerte a un hombre que se ha convertido en ajeno a su vida o que ha decidido no hacer las funciones de un progenitor?, éstas son algunas de las preguntas que surgen al asistir a la obra de teatro Tebas Land.

Nuevamente, la figura del padre es diseccionada en el teatro y, en esta ocasión, desde el escenario se abren múltiples heridas que, al estilo de profundas cuchilladas se adentran en los pensamientos del público, que lo hacen cuestionarse por su propia figura de autoridad, de conflictos no resueltos, de nudos en la garganta, de fuerza contenida.

Actualmente, en el Foro Shakespeare, se presenta la puesta en escena del dramaturgo franco-uruguayo Sergio Blanco en una versión libre de Miguel Santa Rita, Manuel Cruz Vivas y Mauricio García Lozano, quien también dirige esta producción de Mio Projects y Teatro del Farfullero.

Tebas Land es un espacio que todos tenemos, enrejado, contenido, una cancha de basquetbol de una prisión mental, en la cual botan y rebotan pensamientos edípicos como un juego de cuatro tiempos y una prórroga que no tienen fin, en los cuales el hombre, el actor, la memoria, las sensaciones y las historias se desbordan.

El personaje M es el eje de tres líneas de un diálogo paternal que se abre desde él: el dramaturgo que se acerca a un joven asesino encerrado en la cárcel para saber su historia, el director de teatro que monta con un actor el texto dramático que genera a partir de sus conversaciones con el preso, y el narrador que da contexto de la historia al público asistente a la función.

La misma persona, pero en diferente posición: en una cede, en la otra es duro y en la tercera es explicativo; en una es empático, en la otra exigente y en la última es conciliador; la tridimensionalidad le permite salir de una ficción para entrar en otra historia y subsecuentemente.

En un patio enrejado con tres sillas, un banco y un aro de basquetbol, así como con dos pantallas, a los lados del escenario, con un circuito cerrado, se adentra uno a la cabeza de Martín, un moderno Edipo, un joven que muestra la relación amor-odio con sus padres.

Desde un teatro testimonial ficticio con elementos metateatrales, Manuel es el actor que interpreta a Martín, el asesino, y que trabaja con M para crear la puesta en escena que ensayan en el presente montaje, el cual permite vislumbrar procesos en los que se observa el trabajo del actor de inspiración, exploración y de presentar y representar una historia.

Mauricio García Lozano interpreta al dramaturgo-director-docente (que con libreta en mano) se acerca, escucha, pregunta y lleva las tres dimensiones que se exponen. Mientras que Manuel Cruz Vivas se desdobla en el actor-asesino, por un lado lleno de dudas y por otro, a la defensiva con toda la seguridad que le dan las certezas que tiene.

De Sófocles a Blanco (atravesando a San Martín, Mozart, Freud y Dostoyevski), la figura de Edipo causa una inevitable fascinación. A miles de siglos de distancia, continúa revelando algo del hijo, del padre, de los juegos de poder, de las figuras de autoridad, de las ciudades, de la violencia, de los complejos, de las memorias, del espacio interior y de las esfinges propias llenas de enigmas por vencer.