Aurelio Nuño y la escuela del general Cárdenas

Aurelio Nuño y la escuela del general Cárdenas
Por:
  • ruben_cortes

Ataviado con unos jeans salpicados, camisa empapada y botas de constructor gastadas, sudando a chorros bajo los 38 grados del Istmo de Tehuantepec, Aurelio Nuño actúa muy dueño de sí entre una muchedumbre: con esa seguridad que sólo sienten quienes saben para qué vinieron al mundo.

[caption id="attachment_493925" align="alignleft" width="300"] Militares remueven escombros del Centro Escolar de Juchitán, ayer. (Foto: Rubén Cortés)[/caption]

Es domingo en Oaxaca, el estado con mayor rezago educativo en México y, hoy, con mil 75 escuelas dañadas por el mayor sismo en un siglo. El Secretario de Educación captura la alegoría del instante: sabe que un proceso como éste se ancla en símbolos, en la identidad de ese algo que da la medida de un pueblo.

Y hace el anuncio a decenas de estudiantes y maestros: la primera escuela que será levantada de los escombros será el Centro Escolar de Juchitán, inaugurado el 11 de septiembre de 1938 por el general Lázaro Cárdenas, quien aquel día trajo a la escuela una bandera mexicana y una campana.

[caption id="attachment_493930" align="alignleft" width="300"] Aurelio Nuño con damnificados en Asunción Ixtaltepec, ayer.[/caption]

Es, por tanto, “la escuela del general”. El sismo de hace 10 días sepultó la bandera y la campana. Sin embargo, un hombre como Cárdenas no es únicamente lo que él mismo era, es también el karma de todas las generaciones pasadas, las que viven y las que vivirán.

Así que quiso la historia, esa “creadora constante”, como la nombra Stefan Zweig, que fuera otro militar, el coronel del Ejército mexicano Iván Hernández Uribe, quien después de este terremoto rescatase del adobe deshecho y las piedras la bandera y la campana “del general”.

Pero nadie, aunque trabaje 24 horas, produce todo el tiempo. Lo esencial de la vida se consigue en esos instantes que los artistas llaman inspiración, y los políticos oportunidad: entonces el Secretario de Educación pidió al coronel Hernández Uribe que… sea él quien reconstruya “la escuela del general”.

Porque todo llega de la mano a quienes saben para qué vinieron al mundo: Aurelio Nuño está al tanto de que el coronel es también ingeniero constructor. Será su primera obra civil. “Mire usted —dice el coronel—, una obra no entiende si es civil o militar. Sólo tiene que hacerse bien.

Y se hará”.

[caption id="attachment_493922" align="alignright" width="300"] (Foto: Rubén Cortés)[/caption]

Sí, sólo que por bueno que sea construyendo el coronel, y por idéntico que quede el diseño arquitectónico al anterior, la obra tardará cinco meses, y no puede detenerse la enseñanza de los mil estudiantes del Centro Escolar de Juchitán. ¡Mil! En un estado donde la media por escuela es de 300 alumnos.

Así que ayer Aurelio Nuño inauguró la edificación exprés de 38 salones de material prefabricado de primera calidad en los terrenos de un centro deportivo: 38 salones, otra vez los símbolos. Porque 38 salones tenía la “escuela del general”. Aun en emergencias, las cosas bien hechas.

Porque el mensaje del Secretario de Educación ha sido el mismo en sus cuatro visitas en nueve días a la zona del desastre: los estudiantes no perderán el ciclo escolar, aun cuando el retorno a las escuelas (incluso las de daños menores) se produzca cuando decidan los peritos.

EN LA BREGA. Es deshonesto jugar con las palabras. Por tanto, es imposible observar un recorrido como éste, del Secretario de Educación, por pueblos devastados por el sismo (como Asunción Ixtaltepec) sin advertirlo como el verosímil avance de una campaña presidencial cercana.

[caption id="attachment_493926" align="alignleft" width="300"] Mariana Toledo Martínez (Foto: Rubén Cortés)[/caption]

Y lo hace “yo por yo” (así suena en zapoteco “casa por casa”). ¿Conecta el aspirante presidencial? Sí. Suena sincero y es íntimo. Entra a las casas, escucha, se mete a los escombros de la Casa Escuela Centenario, “comenzada en 1910”, como indica una placa, que es lo único a salvo de su regia fachada.

En la escuela Margarita Maza de Juárez, mientras lo envuelve una nube de polvo de una barda demolida por un bulldozer, una niña, Mariana Toledo Martínez, hace notar una falla que debería conocer el secretario, quien ahora es una imagen borrosa por la cal y el sudor pegado a la cara.

—¿Sabe? Ni en el kínder ni ahora hasta sexto, aquí nunca nos dijeron que esto podía pasar —me susurra.

—¿No hacen simulacros de sismos?

—No. Y ¿sabe? Mi kínder, ése, el Dominga Guzmán Rasgado, se cayó; ésta, mi primaria, se cayó; la casa de mis abuelitos, en la calle Centenario, se cayó. Se salvaron porque hacía calor y dormían en el corredor y les dio tiempo de salir antes de que los horcones y las tejas se desplomaran. Mi casa no se cayó porque mis papás y yo vivimos en barrancas.

—Cuéntale a ése que está allí: es el Secretario de Educación. Corre, ve y dile. Él puede hacer que desde ahora hagan simulacros de sismos…

—No. Dígale usted. Yo soy penosa.

Pero ya Aurelio Nuño está hablando entre un gentío: “Tenemos 177 planteles con daños mayores, mil 800 millones de pesos serán cubiertos por el seguro de cobertura estatal y tenemos 70 millones extra para las escuelas con daños menores, sin contar que está garantizado el Fonden por si hace falta más”.

Pero la inquietud dominante, más que los víveres o la reparación de viviendas, es cuándo reiniciarán las clases. Se lo pregunta la abuela de la niña Mariana. Lleva 10 días durmiendo al sereno por miedo a entrar a su casa derruida por el sismo, pero prefiere saber cuándo Mariana vuelve a clases.

[caption id="attachment_493612" align="aligncenter" width="1068"] El coronel ingeniero constructor Ivan Hernández Uribe, quien rescató la bandera y la campana (Foto: Especial)[/caption]

—No antes de 15 días, señora. No se perderá el ciclo escolar, pero tampoco se puede arriesgar la seguridad de Mariana ni la de sus compañeros. El gobierno tiene dinero disponible para levantarlo todo de nuevo. Los especialistas en seguridad serán los encargados de avisarnos cuándo pueden volver.

La señora abraza a Mariana. Llega el abuelo. En medio del tropel y la vocería, se produce por un segundo eso que los antiguos griegos denominaron Oxímoron: un silencio atronador. Todos lo escuchan, lo miran sólo a él. Aurelio Nuño ha conquistado, al menos por unos instantes, el sueño de todos los políticos:

Que quienes lo ven y lo escuchan se sientan seres humanos potencialmente extraordinarios.