Yo veía la noche como un descendimiento

Yo veía la noche como un descendimiento
Por:
  • larazon

La luminosidad de la noche se imputaba en las prórrogas de una letanía que mis ojos de niño recuerdan ahora en el oleaje sinuoso de una gracia de entrelazo fluido. El vals repetía las constelaciones de su cadencia y la noche una vez más, se escondía en la verticalidad de una tersura cuarteada por el canto del alarido. / Todos danzaban alrededor del animal que chorreaba el lardo humeante que los tizones le habían arrancado. Noche Buena: repaso esa encrucijada que me punza en la memoria, veo el celaje espinoso que intenta carcomer la sombra.

Confluencias (Editorial Letras Cubanas, 1988), de José Lezama Lima (1910–1976), se interpone en mis ensimismamientos: “Yo veía la noche como si algo se hubiera caído sobre la tierra, un descendimiento. Su lentitud me impedía compararla con algo que descendía por una escalera, por ejemplo. Una marea sobre otra marea, y así incesantemente, hasta ponerse al alcance de mis pies. Unía la caída de la noche con la única extensión del mar”, escribe el autor de Enemigo rumor en las primeras líneas de un ensayo construido en ese tejido de irradiación que devora y nutre. La noche “atravesada por incesantes puntos de luz”.

La noche, plaza extendida y rota: yo entraba al sigiloso ramaje y giraba en ella, dibujaba el enigma de una liviandad rizada, de un acicate de presunciones sostenido en una trencilla de seda enlutada. “De niño esperaba siempre la noche con innegable terror. Lo era, desde luego, para mí, el cuarto que no se abre, el baúl con la llave perdida, el espejo donde alguien se sitúa a nuestro lado, una forma de tentación”: apremio en el clamor del polvo y su fijeza. Esplendor en la intersección de los milagros. Destino definido en la tempestad del fuego, en el vuelo de los retratos: la noche atrapa los dibujos para que el beso tienda el aliento arrebujado en la brizna.

Hay un rompiente arrendado por el agua de un río que discurre hacia la nada. La noche se puebla de marea, de vértigos, de cánticos, sueños y prólogos. “La inmensa piel de la noche me dejaba innumerables sentidos para innumerables comprobaciones”. Llegan cuerpos adormecidos, regresan los disidentes, vuelve el baldón acucioso. “La noche se ha reducido a un punto, que va creciendo de nuevo hasta volver a ser la noche”. Ocurren los episodios. Resplandece la cifra en el instante, allí donde el pájaro reta a la reservada comunión del tiempo. La cadencia esboza la despedida. El equilibrio se opone a la inquietud y todo es sucesión. “Cada palabra era para mí la presencia innumerable de la fijeza de la mano nocturna.”  Y en el momento de la exuberancia, la misma noche engendra lo entrañable. La misma noche silabea sus contornos. La noche en complicidad con las extrañezas.

¿El olvido protagoniza la plenitud de la contemplación? Hay una laguna poblada de peces que dormitan en la senda de un requiebro nombrado por Dios. Yo esperaba el oleaje. Yo nombraba la mudanza. Yo designaba los presagios. / La aparición del canto y su “finalidad desconocida”, atributo de la noche. Entro a la ausencia, despejo la iniciación. Desaparecen los fragmentos: la “piel de la noche” lo cubre todo. Era un niño: “Yo veía a la noche como si algo hubiera caído sobre la tierra...”

https://www.youtube.com/watch?v=xGLiHm6E7Ng

Confluencias

Autor: José Lezama Lima

Género: Ensayo

Editorial: Letras Cubanas, 1988