#UnDíaSinNosotras

#UnDíaSinNosotras
Por:
  • Carlos Urdiales

El Presidente gusta de la geometría política para explicar los universos nacionales. Se posiciona y proyecta desde la izquierda social, liberal dice a pesar de su conservadurismo —interrupción del embarazo, al matrimonio entre personas del mismo sexo, o a despenalización del uso lúdico de la mariguana—, a sus adversarios, en la derecha neoliberal.

A partir de su convicción profesional, hace de la lucha social base y toda protesta, si no es suya, la invalida. Respeta, dice, el derecho de todas a participar en el paro nacional #UnDíaSinNosotras, pero lo desacredita. Alerta manipuladores al tiempo que asume, habrá manipuladas.

Arrebata causa, cuestiona legitimidad a la protesta en aras de sus fronteras geométricas y éticas. Eso sí, primero la libertad, presume. Afirma que la derecha oportunista está detrás de la iniciativa. Y sí. Y la izquierda, oportunista por igual. Y el centro ajeno a los dogmas del poder y al monografismo oficial, también.

Ve conservadores al acecho de su Presidencia, la más legítima y popular de la que tengamos registro. Con frecuencia denuncia entre líneas, añoranza por ser él la víctima. Antes, de la persecución, del complot, del cerco informativo, del fraude. Ahora, del sabotaje, la conjura, la desinformación, el acecho golpista de anónima cuna. Y mira a la protesta facciosa, antes que justa, necesaria y oportuna.

Irrelevante dicen desde la colectiva #BrujasdelMar saber quién convocó primero. Lo trascendente es que con el correr de los días, la idea de protestar el 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, por la violencia de género en México y, privar al país de su presencia en casas, escuelas, calles y oficinas el lunes 9, crece. Emociona ver adhesiones entre tan disímbolas mujeres.

Y adolescentes, maduras o mayores sin más afanes que alzar su voz para ser escuchadas, visibilizadas, respetadas, protegidas. Ellas al centro del problema. De ellas y para ellas los reflectores. Ellas las víctimas. Y ellas, la solución, la fuerza. Ellas.

El líder social, el Presidente en funciones, el político en el poder, el transformador; pierde. Pierde cuando descalifica la protesta. Perdemos todos cuando las respuestas se extravían en explicaciones históricas. Cuando poco del presente se asume.

Hay talla y estatura para apoyar, para convocar, para tomar la voz de ellas y hacerla de todos. La misma retórica transformadora lo pide. Oportunidad para empatar anhelos, demandas y responsabilidades, de sumar capacidades. No lo opuesto.

Justicia y legalidad no son producto de la voluntad popular. Son mandato constitucional. Nuevas evidencias en poder de la Auditoría Superior de la Federación revelan más de lo exhibido antes, México viene de un sexenio durante el cual la corrupción oficial fue norma. Cuentas sobre despilfarros y daños al erario al cierre del sexenio pasado, en el año de Hidalgo.

Las notas informativas de importación, de España sobre Emilio Lozoya, de Estados Unidos las de Genaro García Luna, dan sustento a presunciones sobre el deterioro ético de la vida pública en el país. El alto contraste que esta administración ha logrado, desde el Presidente López Obrador hasta abajo, imprime un sano sello de racionalidad y empatía política. La visión sobre el servicio público cambia y jamás será el mismo. Nos movemos a mejor.

En ese contexto, el Presidente López Obrador ratifica su voluntad por no perseguir a sus antecesores. Fustiga la rampante corrupción del neoliberalismo oficial durante 36 años. Omite los dos sexenios previos de un populismo revolucionario igualmente atroz para la justicia social de México, pero se frena cuando de procesos legales posibles se trata. Habla desde una veleidosa capacidad de ir tras ellos, o no.

El derecho no se sujeta a la voluntad del mandatario. Tampoco a la del pueblo. Si los expresidentes delinquieron que se les castigue conforme a la Ley. Si el Presidente López Obrador tiene pruebas de ello, debe denunciar. A menos que se promulgue una ley transitoria de punto final que permita, por consenso legislativo, proscribir delitos, los que sean punibles deben ser perseguidos. Jugar al “yo no quiero, pero si el pueblo lo demanda”, no abona a la honestidad como cultura nacional.