Sanar el tejido social

JUSTA MEDIANÍA

David E. León Romero*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
David E. León Romero
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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La Encuesta Nacional de Consumo de Drogas, Alcohol y Tabaco (Encodat) solía ser un ejercicio estadístico coordinado por la Comisión Nacional contra las Adicciones, y planeado y ejecutado por los Institutos Nacionales, buscando conocer a detalle el fenómeno del consumo de estupefacientes entre la población mexicana.

En su última edición, realizada en los años 2016 y 2017, se visitaron 64 mil hogares, entrevistando a poco más de 56 mil personas. El ejercicio permitía, a través de la interpretación de sus resultados, la planeación, diseño y ejecución de programas y políticas públicas, buscando atender oportunamente el problema, intentando evitar las consecuencias sanitarias y sociales que sufren quienes son presa del consumo.

Algunas instituciones del Gobierno de México emprenden un nuevo esfuerzo, titulado Encuesta Nacional de Salud Mental y Adicciones 2023, que se planeaba levantar a finales del año pasado y concluir los primeros meses del presente; diferente pero igualmente valioso —que la Encodat— por la urgente necesidad de conocer la situación que prevalece en el territorio nacional, relacionada con este grave problema.

En días pasados tuve la extraordinaria oportunidad de formar parte de la Megamisión 2024, visitando hogares de una comunidad mexicana para llevar el mensaje de la fe católica. En ese esfuerzo —y muy lejos de los miles de hogares que las encuestas mencionadas alcanzan— pude conversar en la muy digna humildad de los patios de algunos hogares, con mujeres con las que compartí experiencias y puntos de vista acerca de la realidad de nuestra sociedad. La mayoría de ellas mujeres, porque en muchísimos de los casos sus esposos o hijos se encontraban trabajando en los alrededores o en los Estados Unidos, o desafortunadamente, con ubicación desconocida como consecuencia del círculo vicioso que producen las adicciones, que mantienen errantes a los adictos por periodos indefinidos, hasta que, por una u otra razón, vuelven en franco deterioro a casa, para eventualmente volverse a perder.

En mis conversaciones en dichos hogares, las palabras alcohol, droga, mariguana, violencia, golpes, sangre y anexo fueron recurrentes. En mi caminar por el empedrado y la terracería pude ver a personas consumiendo alcohol, tabaco y drogas en el espacio público con el sol en el cenit. En ese mismo sitio y durante ese mismo tiempo, no vi ninguna presencia o cobertura institucional —ni de salud, ni de seguridad— que me permitiera siquiera sospechar que las familias tenían cierto tipo de acompañamiento en la lucha por ayudar a sus seres queridos por salir del pozo en el que las adicciones hunden a los seres humanos.

Así, con un Gobierno que legítimamente intenta atender las causas de la violencia y busca consolidar instituciones que abonen a la solución que las adicciones provocan, la realidad nos indica que debe ser en el seno familiar donde debemos redoblar esfuerzos. El deterioro del tejido social es tremendo y urge un esfuerzo coordinado por parte de todos para sanarlo.