Guillermo Hurtado

La cueva de la nada

TEATRO DE SOMBRAS

Guillermo Hurtado*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Guillermo Hurtado
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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En el siglo anterior, Walter Benjamin reivindicó el método alegórico en su libro El Origen del Trauerspiel alemán. Sin embargo, la alegoría nos sigue pareciendo, hoy en día, un recurso raro e incluso, como decía Borges, chocante. Un género en el que las alegorías ocupaban un lugar central era el de los autos sacramentales.

Calderón de la Barca y Sor Juana Inés de la Cruz escribieron algunos de altura filosófica, sin embargo, el mayor ejemplo de filosofía alegórica del barroco hispano no fue un auto sacramental sino una novela singular: El criticón de Baltasar Gracián. A diferencia de otros autores que usan alegorías muy de vez en cuando, Gracián desarrolló todo su libro como una larga sucesión de ellas, lo que puede resultar fatigoso para quien no está familiarizado con este recurso retórico. Quizá, por ello, Gracián no ocupa el lugar que merece en la historia de la filosofía, no sólo de la mal llamada “filosofía universal” –que de universal tiene poco– sino, incluso, en la filosofía en lengua española. 

El criticón cuenta la historia de dos hombres, Andrenio, joven e inexperto, y Critilo, maduro y prudente, que recorren el mundo en busca de la felicidad, excursión ilustrada por medio de un enorme número de alegorías, metáforas y parábolas que representan los desafíos y las faenas con los que se encuentra el ser humano desde su infancia hasta su vejez

El criticón cuenta la historia de dos hombres, Andrenio, joven e inexperto, y Critilo, maduro y prudente, que recorren el mundo en busca de la felicidad, excursión ilustrada por medio de un enorme número de alegorías, metáforas y parábolas que representan los desafíos y las faenas con los que se encuentra el ser humano desde su infancia hasta su vejez.  

Uno de los capítulos más impactantes del libro es el llamado “La cueva de la nada”. A la cueva de la nada se llega de bajada y ahí acaban sus vidas todos aquellos que prefieren la comodidad al esfuerzo, la tranquilidad a la responsabilidad y la mediocridad al riesgo. Afirma Gracián que la cueva de la nada es como la sepultura en vida de los seres humanos que se conformaron con lo menos y con lo más fácil. Quienes entran ahí por su propio pie, luego ya no pueden salir. La cueva es como un hoyo negro que se traga a los humanos dentro de sus oscuras profundidades. Los que acaban allá, terminan reducidos a lo que no hicieron a lo largo de sus vidas: “fueron nada, obraron nada, y así vinieron a parar en la nada”. A Gracián no le extraña que muchos desdichados que nunca tuvieron recursos, como salud o inteligencia o fortaleza o belleza o herencia o educación, acaben en la cueva de la nada. Lo que le indigna es que a la cueva lleguen individuos que tuvieron todo para hacer algo y que, sin embargo, acabaron haciendo nada con sus vidas y nada por las vidas de los demás. No hacer nada, en esos casos, es un pecado contra el creador que les ha otorgado condiciones para destacar en algo, para ser recordados y evitar el triste destino de la cueva. Quien no hace nada de su vida, pudiendo haber hecho algo, es como si se matara en vida, como si prefiriera habitar dentro de una estrecha tumba en vez de salir al mundo para luchar y sufrir y cumplir con una misión, cualquiera que ésta sea. Nadie está condenado a acabar sus días en la cueva de la nada, depende de la voluntad de cada quien que logre hacer algo con su vida. Ni siquiera los que menos tienen están condenados a la nada: la historia guarda la memoria de individuos que, superando todas las adversidades, lograron hacer algo con sus vidas. 

Retrato de Baltasar Gracián.
Retrato de Baltasar Gracián.Foto: Especial

Al alejarse de la cueva de la nada, Andrenio y Critilo llegan a la morada de la “suegra de la vida”, que no es otra que la muerte. La muerte es implacable: arrebata todo y no perdona a nadie. Ni siquiera los que hicieron algo con su vida –poco o mucho– y pudieron evadir la cueva de la nada logran salvarse de ella. Sin embargo, como la nada y la muerte no son lo mismo –la nada es algo a lo que uno se condena en vida– es posible que la muerte no nos condene a la nada eterna. Hay unos pocos que vivieron de manera virtuosa y que lograron hacer obras memorables y que pueden alcanzar la “isla de la inmortalidad”. Ahí terminan su viaje Andrenio y Critilo y llega a su fin El criticón.   

La muerte es implacable: arrebata todo y no perdona a nadie. Ni siquiera los que hicieron algo con su vida –poco o mucho– y pudieron evadir la cueva de la nada logran salvarse de ella. Sin embargo, como la nada y la muerte no son lo mismo –la nada es algo a lo que uno se condena en vida– es posible que la muerte no nos condene a la nada eterna