Guillermo Hurtado

Democracia infantil

TEATRO DE SOMBRAS

Guillermo Hurtado
Guillermo Hurtado
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Mis primeros recuerdos acerca de la política electoral mexicana se remontan a la campaña presidencial de Luis Echeverría, que dio inicio el 8 de noviembre de 1969. En aquel entonces, yo tenía ocho años recién cumplidos.

Mi maestra de tercero de primaria, la adorable Miss Cristina, era panista. Recuerdo que un día llevó a la clase una caja con bolsitas de pastillas de menta con el logo del PAN.  Las repartió entre los niños. Una de mis compañeritas me preguntó a quién apoyaba. Yo dije, de manera automática, que al PRI. Entonces, la niña me dijo algo así como: “Uy, qué mal, yo prefiero al PAN”. Un coro de niños dijo: “Sí, sí, el PAN es mejor que el PRI”. La Miss Cristina sonrió satisfecha.  

Ésa fue la primera ocasión en la que pensé acerca de la política partidista. ¿Había hecho algo malo por haber manifestado mi simpatía por el PRI? ¿Era un tonto por preferirlo al PAN? No tuve elementos para responder. No tenía la menor idea de lo que estaba detrás de un partido o de otro. Quizá me gustaba más el emblema del PRI que el del PAN, es decir, mi preferencia era estética. O quizá había contestado que le iba al PRI porque veía su propaganda pegada por todos lados.  

Cuando regresé a mi casa busqué los distintivos de los demás partidos. En aquella época sólo había cuatro en la boleta: el PRI, con los colores de la bandera, el PAN, todo en azul, el PPS, en enfático color violeta y el PARM, en amarillo y verde, y con el monumento a la Revolución en el fondo. Después de examinar los cuatro logotipos, decidí que el que más me gustaba era el del PARM.  

Le dije a mi papá que yo quería que ganara el PARM. Él me respondió que el PARM era un palero del PRI. Eso me decepcionó. Si votar por el PARM era lo mismo que votar por el PRI, entonces era preferible votar directamente por el PRI; así razonó mi mente infantil.   

El domingo 5 de junio de 1970 acompañé a mi padre a la casilla de votación. Yo iba muy emocionado. Mi papá debió haberse dado cuenta de mi agitación y me dijo que pasara con él detrás de la cortina. Entonces me cargó y me dijo: “vota por quien tú quieras”. Yo tomé el crayón, examiné la boleta con atención y marqué una X sobre el partido que elegí en ese momento. La experiencia me hizo muy feliz y quedó grabada en mi memoria.  

El voto es secreto. Incluso ese voto espurio que hice en 1970 es secreto. Pero no crea usted, estimado lector, que no quiero revelar mi preferencia electoral de aquella ocasión. Sucede que –por más esfuerzos que he hecho– no recuerdo por quién voté. ¿Por el PRI? ¿Por el PAN? ¿Por el PARM?