Guillermo Hurtado

Dostoyevski, profeta de Rusia

TEATRO DE SOMBRAS

Guillermo Hurtado*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Guillermo Hurtado
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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¿Qué son los rusos? ¿Son europeos civilizados? ¿Son bárbaros asiáticos? Estas preguntas se han planteado en Europa y en Rusia desde hace siglos. Como advirtió Leopoldo Zea en su libro Discurso sobre la marginación y la barbarie, estas interrogantes son análogas a las formuladas sobre España y, claro está, sobre México y los demás países americanos.

Acerca de la cuestión rusa se ha escrito muchísimo. Por un lado, algunos afirman que Rusia debe europeizarse, por el otro, algunos sostienen que debe deseuropeizarse. En su libro ya citado, el filósofo mexicano considera las ideas al respecto de Michelet, Belinski, Marx, Hertzen y otros autores. Uno de los pensadores que examina es Dostoyevski.

El texto que comenta Zea es el discurso que ofreció Dostoyevski en el homenaje que se le hizo a Pushkin el 20 de junio de 1880. Esta disertación del novelista ruso, escrita poco antes de su muerte, es considerada como una de las reflexiones más hondas sobre el alma rusa.

En su célebre discurso, Dostoyevski intenta ir más allá de la dicotomía entre lo europeo y lo ruso. Si algo caracterizó a la poesía de Pushkin y, por lo mismo, afirma Dostoyevski a la Rusia entera, es su universalismo, su capacidad de síntesis. En sus palabras: “Digo tan sólo que, de todos los pueblos de Europa, es el pueblo ruso el más capacitado para recoger la idea de la unión de todos los hombres, del amor al prójimo, del juicio imparcial, que perdona lo hostil, distingue y disculpa lo diverso y concilia las antítesis”. Según Dostoyevski sólo los rusos, entre los demás pueblos de Europa, tienen esa fuerza espiritual capaz de integrar, de conciliar y, sobre todo, de amar. La salvación de Europa —y del mundo entero, podría incluso desprenderse de lo dicho por Dostoyevski— es Rusia.

Los rusos son pobres, han sufrido mucho, no están tan desarrollados como otros pueblos, reconoce Dostoyevski; sin embargo, su fortaleza no radica en su poderío económico o científico o militar. La energía que eleva a Rusia no es otra que la de Jesucristo. Dice: “¿Por qué no habríamos, a pesar de nuestra pobreza, de llevar en nosotros su última palabra? ¿No nació Él mismo en un mísero establo, en un pesebre?”. Como Zea observa con tino, ese mensaje de redención universal, luego sería adoptado por la Revolución rusa partiendo de premisas muy diferentes.

Rusia puede aceptar todo lo que venga de Europa, dice Dostoyevski, sus modales, sus ropas, sus costumbres, pero para cumplir con su tarea providencial tiene que ser fiel a sí misma. El destino de Rusia, afirma el escritor, es cumplir con la misión de unir a la humanidad entera, “no mediante la espada, sino por el poder del amor fraternal”.

Es momento de invocar las palabras de Dostoyevski para recordar al pueblo ruso que su destino no es la guerra sino la paz.