Julio Trujillo

Recordando a Seymour Glass

ENTREPARÉNTESIS

Julio Trujillo*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. 
Julio Trujillo
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
 
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Se cumplen setenta años de la publicación de Nueve cuentos y sesenta de la publicación de Levantad, carpinteros, la viga del tejado y Seymour, una introducción, ambos de J. D. Salinger, autor del celebérrimo El guardián entre el centeno. Menos conocidos que El guardián…, los dos libros que están de aniversario son tan buenos como aquél, y para algunos lectores son incluso mejores, geniales en la exposición de la entrañable y excéntrica familia Glass, uno de cuyos miembros, el hijo mayor, arroja luces y sombras constantemente sobre todos los demás. Ese personaje es Seymour Glass, y hoy, ante las atrocidades que atestigua nuestro mundo, y ante la triste noticia de la muerte de Matthew Perry, quiero recordarlo.

Salinger logró dar vida a un personaje de extraordinaria sensibilidad, un adulto niño, un poeta, un precoz veterano de la Segunda Guerra Mundial que, sabiéndose incapaz de reinsertarse en la vida adulta después de la guerra, decide suicidarse a los 31 años de edad. Todo en la breve biografía de Seymour Glass lo destaca como un ser especial, como un artista de su propia vida (perdón por la odiosa frase).

En Levantad, carpinteros, la viga del tejado (título que proviene de un poema de Safo), Seymour es el hermano mayor que, para arrullar a su hermana Franny (de diez meses de edad), le lee a la luz de una linterna una fábula taoísta acerca de Chiu-fang Kao, un buhonero capaz de identificar a un caballo superlativo (uno que no levanta polvo ni deja huellas) y que para ello mira algo más que el caballo e ignora sus rasgos físicos.

En Seymour, una introducción, Buddy, el escritor, recuerda con rendida admiración a su fallecido hermano mayor, y el retrato es fascinante. Aprendemos, entre otras muchas cosas, que Seymour fue desde muy joven un apasionado lector de poesía china y japonesa, que a los ocho años fraguó un poema con evidente influencia oriental:

“John Keats

John Keats

John

plis ponte la bufanda”

y que, de hecho, ha dejado en custodia de su hermano Buddy un conjunto de 184 poemas (todos de seis versos y con una estructura que parece duplicar a la del haikú) sobre los cuales sus lectores seguimos especulando. Sabemos, eso sí, que el último poema es sobre un joven viudo que, sentado en pijama y bata en su pequeño rectángulo de pasto en medio de la ciudad, observa la luna y deja que un gato blanco le mordisquee la mano izquierda…

En el primero de los Nueve cuentos, el muy conocido “Un día perfecto para el pez plátano”, Seymour es el veterano de guerra que, poco antes de suicidarse, pasa unas horas en la playa con su amiga Sybil, de cuatro o cinco años de edad. El diálogo entre ambos es de una perfecta complicidad: él acoplándose a la inocencia infantil y ella, con el aplomo del adulto, ambos incomprendidos por sus familias y por la sociedad en general. Pálido y renuente a quitarse la bata bajo el sol de Florida, Seymour finalmente accede a meterse al mar con Sybil, y lo hace prometiéndole a la niña la posibilidad de ver peces plátano (aquellos que se meten en un pozo submarino y comen tantos plátanos que les da fiebre y mueren). Después del chapuzón, Sybil (la sibila, que ve el futuro) confiesa haber visto un pez con seis plátanos en la boca. Poco después, Seymour sube a su cuarto de hotel y se pega un tiro.

¿Por qué conecto una cosa con otra? No tengo la menor idea, pero parecen estar relacionadas.