Mauricio Leyva

Palinodia del polvo

FRONTERA DE PALABRAS

Mauricio Leyva*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Mauricio Leyva
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

“Y cuando ya seamos hormigas —el Estado perfecto— discurriremos por las avenidas de conos hechos de briznas y de tamo, orgullosos de acumular los tristes residuos y pelusas; incapaces de la unidad, sumandos huérfanos de la suma; incapaces del individuo, incapaces de arte y espíritu”

Alfonso Reyes

Somos de la tierra, venimos de su vientre, de sus cavernas salimos y en el último aliento hemos de regresar a ella. Si su componente esencial es la arena, el polvo constituye su molécula divina, alianza binaria que con el agua fluye y se transforma. Por ello, cuando Alfonso Reyes, una de las mentes mexicanas más lúcidas del siglo pasado escribe la Palinodia del polvo, nos sorprende su interés y su vital desarrollo.

Alfonso Reyes (1889-1959) conoce el tema y sus escenarios. En él la estética de la belleza juega un papel preponderante, aunque dicha estética radique en el centro mismo de un lugar despoblado, desnudo de árboles, de luces y de brillo. Palinodia del polvo es un ensayo que forma parte de Visión de Anáhuac y otros ensayos, publicado por el Fondo de Cultura Económica.

Su frase de arranque “¿Es ésta la región más transparente del aire?”, ha inspirado obras de enorme envergadura en autores de la talla de Carlos Fuentes ya sea por la profunda sensibilidad contenida, o bien, porque el México del ayer y del ahora aún no se sobrepasa a sí mismo. Continúa peligrosamente asido al viejo atavismo del conquistado que, de pronto, al verse libre le cuesta trabajo acostumbrase a construir su propio futuro. Sin embargo, aunque ésta sea la primera impresión del ensayo del maestro Alfonso Reyes, no se puede soslayar el plano intelectual y metafísico al que alude: “¿Qué habéis hecho entonces de mí valle metafísico? ¿Por qué se empaña, por qué se amarillece?”, se cuestiona.

Cobran vigor los símbolos de la sustancia y la materia, aproxima el regiomontano dos polos que, sin ser opuestos, sólo a veces se atraen. En esa atracción, espejo de la tragicomedia que es México, Alfonso Reyes superpone la realidad del país en su creación:

Mordemos con asco las arenillas. Y el polvo se agarra en la garganta, nos tapa la respiración con las manos. Quiere asfixiarnos y quiere estrangularnos. Subterráneos alaridos llegan solapados en la polvareda, que debajo de su manta al rey mata. Llegan descargas invisibles, ataque artero y sin defensa; lenta dinamita microbiana: átomos en sublevación y en despecho contra toda forma organizada; la energía supernumeraria de la creación resentida de saberse inútil; venganza y venganza del polvo. Lo más viejo del mundo.

¿Reivindicación del otro al que considera un elemento? Alfonso Reyes, quien en 1905 ingresó a la Escuela Nacional Preparatoria en la ciudad de México para casi de inmediato publicar sus primeros escritos, pregona un enfoque distinto del polvo en que levita su inspiración y cierra el círculo:

En sus cuadernos provisionales, la ciencia no ha concedido aún la dignidad que le corresponde al estado polvoriento, junto al gaseoso, al líquido y al sólido. Tiene, sin duda, propiedades características, como su aptitud para los sistemas dispersos o coloidales —donde acaso nace la vida—, como también —tal vez por despliegue de superficie—su disposición para la catálisis, esta misteriosa influencia de la materia que tanto se parece ya a la guardia vigilante de un espíritu ordenador. ¿Será que el polvo pretende, además, ser espíritu? ¿Y si fuera el verdadero Dios?