Valeria López Vela

La mitología de la víctima

ACORDES INTERNACIONALES

Valeria López Vela*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Valeria López Vela
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Hay libros que sirven como brújulas pues salvaguardan el destino de nuestras investigaciones; otros nos sirven como puentes para traspasar las lagunas del conocimiento; algunos se parecen a los remedios cuando cauterizan los errores argumentativos. Unos más, son ácidos que nos ayudan a disolver las certezas en las que descansan nuestras posiciones.

Éstos últimos suelen ser incómodos, retadores y —profundamente— útiles, pues los pilares sobre los que argumentamos reclaman ser sometidos a la revisión y a la crítica. Nos guste o no, de vez en vez, hay que revisar el cuarto de máquinas, engrasar las tuercas y limpiar engranes.

Esto es lo que hace Daniele Giglioli en la Crítica de Víctima (Herder, 2017), un sugerente libro —más cercano al ensayo que a un texto académico— que pone en duda una de las coordenadas más importantes en las que se debate la política de nuestros días: la categoría de víctima y su inevitable santificación. En los tiempos de lo profano, las víctimas han ocupado el lugar que otrora estuvo reservado para los mártires religiosos; la obra cuestiona el imaginario maniqueo y, al hacerlo, adelanta los riesgos de mantener la retórica actual.

Aquí, los principales puntos que señala la crítica de la víctima de Giglioli:

• Ser víctima promete identidad.

• Ser víctima garantiza la inocencia.

• La mitología de la víctima es la reacción a una praxis sentida constitutivamente como culpa.

•  Una víctima no tiene deudas, sólo tiene crédito. Condición envidiable, paraíso paradójico, narcótico que permite no ver la consecuencia siniestra del irresponsable mandamiento del goce.

•  Declararse víctima ofrece impunidad.

• En la víctima verdadera, la incapacidad es un de facto que deviene en un de iure: si hubiera podido defenderse, no habría terminado siendo tal.

• Ser víctima garantiza la verdad. No la tocan, no le afectan los escrúpulos con los que un siglo y pico de hermenéutica de la sospecha ha escudriñado el nexo inquietante entre verdad y poder.

La consecuencia siniestra e inevitable es, como se ha visto, el proliferar de víctimas presuntas, potenciales, aspirantes, profesionales y, de vez en cuando, claramente falsas. Por ello, los estudios más ambiciosos en el tratamiento del trauma se resisten a hablar de víctimas y optan por nombrarlas sobrevivientes. De ésas hay muchas; de las otras, también.

Esto, cierra Giglioli, adquiere especial importancia en nuestros días, pues: el líder que se comporta como víctima propone a sus gregarios un pacto afectivo implícito —y a veces también explícito—, una identificación mediante la potente palanca del resentimiento. Es la clave de todo populismo.

Así, una categoría compleja convertida en el siniestro fenómeno, que Jean-Michel Chaumont ha denominado “la competencia de las víctimas”, se ha vuelto la pugna por el primado del sufrimiento, en las macabras disputas entre los golpeados, como mecanismo de poder.

Así pues, por cada víctima verdadera —los expertos diríamos, sobrevivientes— tenemos que ser capaces de reconocer la retórica victimista que lucra con la desgracia para ejercer un violento lloriqueo de autoconmiseración.