Valeria López Vela

Reflexiones sobre el privilegio

ACORDES INTERNACIONALES

Valeria López Vela*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Valeria López Vela
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Entre los excesos a los que puede llevar el populismo está la distorsión entre la igualdad de derechos, oportunidades o trato y la homogenización de las opiniones que descalifican el esfuerzo y el mérito.

Sostengo que es una distorsión pues, aunque suene políticamente incorrecto, el esfuerzo por construir el carácter, por mejorar las habilidades o por mantenerse actualizado en nuestros días se descalifica con la frase hecha: “Checa tus privilegios”. Y no pretendo con ello negar las de-sigualdades estructurales en las que vivimos. Nada más lejano a mi intención.

Sin embargo, el primer paso para abordar la injusticia es reconocer la forma en que se manifiesta en el mundo. Y no todo se reduce al falso dilema entre mérito y privilegios, pues las coordenadas en las que se desarrolla la vida de las personas ocurren, también, entre derechos, talentos, esfuerzos o aciertos; lo mismo que entre errores e inercias.

Pienso, por ejemplo, en las decisiones de los gobernantes. Hay quienes, con un cinismo extraordinario, relativizan conductas aberrantes con tal de mantenerse en el poder. ¿Debemos pasarlo por alto porque cuando era niño “creció sin privilegios”? ¿Se vale justificar tropelías con ese argumento? Me parece que no. ¿Se puede desautorizar a un profesor que tiene buena ortografía porque tuvo “el privilegio” de educarse? ¡Como si la educación no fuera un derecho!

Vale la pena recuperar el intercambio epistolar de Tal Fortgang y Daniel Gastfriend quienes en 2014 escribieron sobre los privilegios en el contexto universitario. Señala el primero que: “Detrás de cada éxito, grande o pequeño, hay una historia, y no siempre se cuenta por sexo o color de piel. Mi apariencia ciertamente no cuenta toda la historia, y asumir que sí y que debo disculparme por ello es insultante”. A lo que responde Gastfriend: “Soy un privilegiado, en parte debido a las oportunidades que me brindaron mis abuelos, pero también en parte debido a mi posición social en la sociedad estadounidense. Y en honor al legado de mis abuelos, me niego a contentarme con una sociedad donde la igualdad de oportunidades aún no se extiende a todos, y donde el racismo, el sexismo y los prejuicios siguen existiendo, en cualquier forma”.

Definir el privilegio es complejo, porque no es una cosa: no es una posesión que se tiene. Tampoco es una unidad singular: o lo tienes o no lo tienes. Además, hay varias circunstancias de privilegio que, al intersectarse, crean nuevos modos. El privilegio es, sobre todo, algo inmerecido que —de manera indirecta— recrea expresiones de represión social; el privilegio puede manifestarse como un trato o una oportunidad, pero, jamás, como un derecho. En ese sentido, el esfuerzo personal tampoco puede entenderse como un privilegio.

La distorsión cognitiva y moral de nuestros días ha terminado por replicar lo que buscaba remediar: la estigmatización superflua, la caricaturización de los clasismos, de los racismos, del machismo. En la retórica del “desdén de los privilegiados”, la óptica de los moralinos se transformó en la censura de los buenismos, desde la que —sin quererlo— se ha empobrecido la discusión pública. Y eso es, en mi opinión, lo que debemos revertir.