Valeria Villa

Lecciones para un mundo post-pandémico

LA VIDA DE LAS EMOCIONES

Valeria Villa*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. 
Valeria Villa
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
 
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El sentimiento de irrealidad es casi inevitable al empezar un año que no se siente como nuevo y sí la continuación de un periodo oscuro de contagio, enfermedad global y estancamiento económico. Aunque atender la emergencia sanitaria y mantenerse vivos sigue siendo prioritario, hay ya lecciones irreversibles que aprender de esta pandemia que cambió al mundo y a nosotros para siempre.

Fareed Zakaria publicó 10 lessons for post-pandemic world (10 lecciones para un mundo post-pandémico) animado por la visión global e integrativa que lo caracteriza y comienza diciendo que frente a las crisis, los humanos reaccionamos con miedo, negación o adaptación. Estas tres emociones pueden observarse a nivel individual y a nivel colectivo. La negación distingue a los países y a las personas que intentaron minimizar la letalidad del Covid-19. Poca previsión y correr riesgos innecesarios son producto de la negación. Algunas de las naciones más adaptativas frente a la pandemia fueron Taiwán, Alemania y Grecia, en los que la voz de los expertos en salud se escucharon y se tomaron como guía para proceder. Los manejos más catastróficos se distinguieron por el desprecio al conocimiento científico. Países como Brasil, México y Reino Unido desestimaron el uso del cubrebocas y la importancia del distanciamiento social. Los presidentes de estos tres países declararon que se trataba sólo de una gripa. López Obrador invitó a la gente a darse la mano, salir, abrazarse, seguir adelante y ser felices y optimistas como si el pensamiento positivo fuera una cura para el virus. Una de las lecciones que propone Zakaria, es que los mercados abiertos no resuelven todos los problemas y que es indispensable invertir en servicios públicos, proteger a los trabajadores del desempleo y aumentar los impuestos de los más ricos. El contrato social tendría que beneficiar a todos por igual. La pandemia agravó la desigualdad y evidenció que la sociedad de mercado, en la que todo tiene precio —visas, favores políticos, trato preferencial en universidades y cárceles— es un riesgo para las clases sociales más desprotegidas. El Covid ha sido el gran desestabilizador social y reveló los límites morales del mercado. 

Después de la Segunda Guerra Mundial, el peor golpe para la vida económica, política y social ha sido la pandemia global. En algunos países se agudizó el proteccionismo, controles de inmigración y nacionalismo cultural. El populismo está al alza con la división del mundo entre la gente buena y la élite corrupta.

El mundo post-pandémico amplificó el fracaso moral de la meritocracia: creer que el éxito vuelve a alguien superior en un sentido esencial, dejando en el abandono a los más débiles. La economía se volvió digital de forma irreversible. La vida también, con el trabajo en casa, el gimnasio en casa, los servicios de streaming, la comida a domicilio. La idea de oficina, que es una aplicación moderna de la fábrica del siglo XX dejó de tener sentido. Es posible que lo sensato sean modelos híbridos de trabajo, en los que la interacción física ocurra menos, aunque no sería deseable su desaparición. Somos animales sociales, vivimos en ciudades en las que nos mezclamos, trabajamos y jugamos. Es indispensable adaptarse a la diversidad y fortalecerse con ella. La enfermedad no respeta fronteras, la economía global es necesaria para crecer. El movimiento y no la parálisis es el único camino hacia la recuperación. La cooperación global y no el endurecimiento de las fronteras es la única posibilidad para la sobrevivencia de la especie humana. A veces los realistas más grandes son los idealistas, concluye el periodista indoestadounidense.