¿El liberalismo ha muerto?

¿El liberalismo ha muerto?
Por:
  • gabriel-morales

El argumento de Francis Fukuyama, quien en la década de 1990 predijo el “fin de la historia”, en referencia al triunfo del modelo democrático liberal, es bien conocido. Desde el triunfo del Brexit, y posteriormente de Donald Trump, el argumento ha sido precisamente el inverso.

La victoria de Trump y de varios otros líderes con tintes autoritarios en Europa auguran, nos dicen, el fin del liberalismo. No pocas veces he escuchado a analistas que predicen el regreso del fascismo y el retorno a los valores religiosos en Occidente. Sin embargo, al igual que el argumento de Fukuyama, ambos diagnósticos son más bien declaraciones de alarma o esperanza, dependiendo de dónde se ubique uno en el espectro político.

Es verdad que la democracia liberal está en peligro. En todo Occidente, sobre todo entre jóvenes, se ha perdido la confianza en las instituciones democráticas. El sistema que supuestamente debió sentar las bases para una sociedad más igualitaria, terminó beneficiando a la élite y a las clases medias altas y cosmopolitas a costa del resto de la población. El enojo ante el fracaso del modelo, ha llevado a cientos de miles a votar por líderes autoritarios como una solución al problema.

La izquierda internacional enfrenta entonces un dilema. Por un lado, ve con pánico el ascenso del autoritarismo y busca desesperadamente detener a líderes como Trump y Johnson; por el otro, le es difícil utilizar un molde distinto a aquél de la democracia liberal para proponer una alternativa. Hay quienes sugieren entonces que la solución es un punto medio, es decir renunciar a ciertos valores liberales en aras de la paz entre los distintos sectores de la población. Sin embargo, este camino es incierto, pues en el momento en que valores como la igualdad ante la ley se ponen a discusión es fácil caer en un agujero sin salida y llegar a extremos autoritarios.

La alternativa, a mi parecer, no es renunciar a los valores democrático-liberales (el respeto a las minorías, los derechos humanos, las elecciones democráticas, la independencia entre poderes y demás), sino entender que éstos son sólo la base y no el objetivo. Es decir, proponer un modelo, que con base en la igualdad y los principios que propone el liberalismo, se preocupe por reducir la desigualdad y crear la prosperidad para el mayor número de pobladores posible.

Esta idea tiene ya varios siglos de existir y se llama la social democracia. Los social demócratas, a diferencia del socialismo clásico, entienden que el modelo democrático debe ser el regulador de la vida político-social, sin embargo, creen también en el Estado no sólo como regulador, sino como proveedor de bienestar.

En el mundo podemos ver cómo a pesar de que las grandes democracias liberales han fallado (principalmente Estados Unidos) países como Suecia y Noruega no se enfrentan en la misma medida al ascenso del neo-fascismo. Sí, la crítica al liberalismo es necesaria, pero ésta no implica tirarlo por la borda.