Acoso: Denuncia legítima o victimización

Acoso: Denuncia legítima o victimización
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  • valev-columnista

El 25 de abril pasado se realizó una mesa redonda (virtual) sobre acoso, en el marco del congreso anual de la Asociación Psicoanalítica Mexicana, esta vez liderado en sus contenidos por el Comité de Mujeres y Psicoanálisis (COWAP). La mesa redonda incluyó a 2 psicoanalistas de México, María Teresa Lartigue y Alejandra Mejía, a la antropóloga Marta Lamas y a la psicoanalista argentina Patricia Alkolombre.

Lartigue presentó un resumen del libro de Lamas: Acoso: ¿Denuncia legítima o victimización? (FCE, 2018) en el que la autora critica la hegemonía del discurso feminista radical norteamericano, para el que la mujer siempre es una víctima inocente que además de sufrir un daño, enfrenta la impunidad de la conducta masculina. El puritanismo hace que se pierda el verdadero significado de acoso: Si todo es acoso, nada es acoso, afirma Lamas. En su participación aclaró que no duda de la urgencia ética de atender con políticas públicas y jurídicas un problema que afecta la vida de las mujeres, que no niega la relación entre el ejercicio abusivo del poder teniendo como moneda de cambio el sexo.

Que es innegable la desigualdad y la discriminación de género, pero no cree que la pornografía y la prostitución sean un medio de explotación del cuerpo de las mujeres. Lamas cita la libido freudiana, como la energía sexual que subyace a todo y desde ahí, le parece tristísimo que se pierda la libertad de seducir, de importunar, de robar un beso y que ahora deba mediar el consentimiento explícito. Lamas es tan elocuente al afirmar que la vida social está regida por la pulsión y el deseo inconsciente, que cuesta trabajo recordar sus días combativos como pionera del feminismo. Es obvio que el grado de responsabilidad jurídica de gritarle obscenidades a una mujer en la calle es menor que el de una violación o feminicidio, pero todos son actos que surgen de entender a la mujer como propiedad pública. Se le puede mirar con lascivia, hablarle, tocarla, acorralarla, aterrorizarla, sólo por estar en la calle. En el plano de la ética, no hay un poquito malo o muy malo. Hay actos peores que otros, pero todos son malos. Las conductas consideradas micromachismos son tan cotidianas que llenan de angustia a una mujer cuando tiene que pensar cómo irá vestida, si caminará, irá en auto, no beberá, irá sola o acompañada y una cantidad de detalles que sólo reflejan la inseguridad de vivir en un país donde el respeto radical por las mujeres no existe. Marta expresó gran preocupación por la rabia de sus alumnas jóvenes, hipersusceptibles, radicalizadas. Es por lo menos raro que lo diga después de la manifestación de la rabia colectiva y transversal de miles de mujeres el pasado 8 de marzo. Con la rabia sólo hay una cosa que hacer: organizarse políticamente. Para Marta hay acosos chiquitos —miradas, dichos en redes sociales— y acosos grandes.

La psicoanalista argentina Patricia Alkolombre precisó que la palabra acoso tiene sus límites y definiciones y agregó que siempre se trata de violencia de género. Las jóvenes se quejan hoy y se preguntan por qué tienen que tolerar que les digan cosas por ser mujeres. Ésta es una demanda nueva que no existía en otras generaciones y habla de un aumento en la conciencia del derecho al respeto radical, porque los piropos no son lindos ni bienvenidos y las más de las veces son palabras y frases obscenas, y actos de acoso callejero.

Le pregunta a Marta si plantear el problema en términos de denuncia legítima o victimización no es también un discurso polarizado. Si hay que decidir entre defenderse o callarse, mejor lo primero, apunta Alkolombre.

2019 fue un año en el que los deseos y anhelos de igualdad y justicia feminista se expandieron como nunca antes por todo el mundo. Quizá sea más útil para esta transición y confusión en la sexualidad, abordar el tema del acoso desde un psicoanálisis matizado por la teoría de género y no desde una antropología psicoanalítica clásica.

Pensar sobre todo en cómo cambiar el estado de las cosas, para que ellas se sientan incluidas, mejor entendidas en lo erótico y sexual, pero nunca más sometidas.

A las mujeres nos toca ser más tajantes y claras con el no, que parece ser confuso todavía para algunos hombres desorientados, que no saben respetar el no y que creen que pueden imponer su deseo, como si tuvieran un derecho inalienable de expresarlo por encima del consentimiento. El acosador tiene un problema de violencia que resolver, al ir por encima de la voluntad del otro. Imponer algo en el otro es una práctica masculina muy extendida, culturalmente dominante, muy lejos todavía de ser erradicada. El desafío, dice Alkolombre, es seguirse preguntando, atender la violencia sexual y establecer los límites entre la cultura y la subjetividad.