Absolutamente modernos

Absolutamente modernos
Por:
  • larazon

Fernando Escalante Gonzalbo

Acaso haya que empezar por el principio. En 2008 se desató una crisis económica devastadora. Comenzó en el sistema financiero estadounidense, se hundieron varios de los bancos más grandes del mundo, a continuación la economía entera de países como Islandia, Grecia, Chipre, Irlanda, Portugal, España. Y como consecuencia, el futuro del euro todavía es dudoso, igual que el de la Unión Europea, Estados Unidos no se recupera, tampoco el resto del mundo.

En el origen de la tragedia está la desregulación de los mercados financieros, y el feliz desmadre empresarial producido por las políticas económicas de los últimos treinta años.

Los únicos que parece que no se han enterado son nuestros neoliberales, que todavía lo esperan todo de las virtudes milagrosas de El Mercado, y siguen con el mismo parloteo sobre los incentivos, la competencia, las bondades del egoísmo, como si no hubiese pasado nada. Tampoco hay mucho misterio en eso. Aprendieron a explicar las cosas de una manera, memorizaron unas cuantas fórmulas, unas cuantas frases, y no les resulta fácil cambiar de idea. En su cartilla hay sólo dos opciones: el estatismo, que es algo malísimo, semilla del Gulag, y la libertad —o sea, El Mercado.

Pero además las opciones corresponden a momentos distintos. El estatismo: la idea del interés público, una fiscalidad progresiva, la regulación de los mercados, el estatismo es algo superado, obsoleto, a estas alturas un poco ridículo, el estatismo es el pasado, que hemos dejado atrás definitivamente, mientras que lo nuevo es siempre El Mercado.

La historia camina en un único sentido —en el futuro no hay sino más mercado y cada vez más mercado. Eso es lo moderno. Y hay que ser absolutamente modernos.

Despelotados algunos, histéricos, otros sentenciosos, enfáticos como curas de pueblo han salido a batirse contra la reforma fiscal, han puesto el grito en el cielo porque es una vuelta al pasado, a un pasado marxista, o peor, porque los impuestos van a inhibir la inversión, y serán un lastre para el crecimiento. Ninguno ha caído en la cuenta de que en los últimos treinta años, con toda clase de exenciones, privilegios y mimos a las empresas, la economía prácticamente no ha crecido —y sí, en cambio, escandalosamente, la concentración del ingreso, la desigualdad. O si alguno cayó en la cuenta, no lo dijo. Y se entiende: mejor pasarlo por alto, si se va a pedir más de lo mismo. El problema es que tienen que retorcer cada vez más los argumentos, y ni aun así salen las cuentas.

Jorge Fernández Menéndez lo ponía con todas sus letras, hace unos días, hay que escoger entre los pasados años 80 y el siglo XXI. Y lo explicaba didáctico, regañón y sobrado: “Ya habrá tiempo para estudiar más a detalle y desgranar el paquete fiscal 2014. Como base de ese análisis posterior habrá que insistir en que la mejor reforma fiscal posible, la que utilizan todas las naciones que están en un camino de desarrollo es relativamente simple: se basa en el ISR relativamente bajo, sin beneficios ni cargas extra para los distintos sectores económicos, con un IVA relativamente alto y generalizado…”. A partir de eso concluía que la reforma aprobada hace unos días es estatista, retrógrada, y castiga el éxito. Y lo decía completamente en serio, hasta fastidiado de volver a una discusión tan vieja.

Bien. Repasemos el modelo fiscal de todas las naciones que van por el buen camino. Primero, “el ISR relativamente bajo”. Si miramos a los países de la OECD, resulta que la tasa más alta es superior al 40 por ciento en casi todos: Estados Unidos, Suiza, Alemania, Finlandia, Canadá, y superior al 50 por ciento en muchos de ellos: Bélgica, Dinamarca, Holanda, Suecia, Reino Unido. En promedio, un ISR de 44 por ciento —que en México se ha elevado a 35 por ciento. Vistos como porcentaje del producto, los impuestos sobre la renta y sobre ganancias de capital representan un 11 por ciento en promedio, en los países de la OECD: 15 por ciento en Bélgica, 14 por ciento en Canadá, 29 por ciento en Dinamarca, 12 por ciento en Reino Unido; y apenas 5 por ciento en México. ¿Cuáles son las naciones bien encaminadas? ¿Qué es un “ISR relativamente bajo”?

Aparte del ISR bajo, IVA elevado, sin cargas extra, dice el modelo Fernández. Veamos. En los países de la OECD la estructura fiscal es como sigue: 25 por ciento de los ingresos provienen del ISR, 25 por ciento de las contribuciones a la seguridad social, 12 por ciento de impuestos especiales, 10 por ciento de impuestos sobre ingresos de las empresas, 20 por ciento del IVA. O sea, algo más anticuado que los sombreros de plumas.

¿Más sobre nuestro estatismo? Un endeudamiento bruto equivalente a 35 por ciento del producto, en México —cuando para el promedio de la OECD es de 100 por ciento, de 120 en Estados Unidos, en Reino Unido, y de 240 en Japón. El valor total de los impuestos, como porcentaje del producto, apenas llega al 19 por ciento en México —para el conjunto de la OECD es de 34 por ciento: más del 40 en Austria, Bélgica, Dinamarca, Finlandia, Francia, Italia, Noruega, Suecia.

La discusión resulta fastidiosa, es verdad. Pero no por anticuada, sino porque parece perfectamente inútil.