¿Consumidores racionales?

¿Consumidores racionales?
Por:
  • larazon

Derrotero Económico

Por Gustavo Rivera Loret de Mola

Por décadas, la principal explicación sobre porqué salimos a votar ha girado en torno a una teoría económica llamada “elección racional”.

Palabras más, palabras menos, la explicación dicta que antes de salir a votar sopesamos los costos (informarnos sobre los candidatos, trasladarnos a la casilla, esperar en fila, etc.) y beneficios (la probabilidad de que nuestro voto incline la balanza a favor del candidato cuya elección derivará en más ganancias materiales como trabajo, educación, atención médica, pensiones, etc.

Si los beneficios son más grandes que los costos, salimos a votar; si no, nos quedamos en casa.

El supuesto crucial de esta teoría es que los votantes nos tomamos el tiempo para hacer este cálculo y que además somos capaces de hacerlo. El problema con este supuesto (como con muchos otros en economía) es que está respaldado por escasa evidencia empírica. Lo que a nivel teórico luce muy atractivo (se puede transformar en ecuaciones y medir fácilmente), a nivel empírico resulta poco realista.

Afortunadamente en la última década la teoría económica ha sido desplazada por una psicológica con mayor respaldo empírico. La explicación dicta que salimos a votar por la necesidad de expresarnos públicamente y sentir que pertenecemos a un grupo o comunidad; llámese país, estado, ciudad, colonia, familia, escuela, trabajo o grupo de amigos. En este sentido, el “cálculo” que hacemos no es sobre los costos y beneficios de salir a votar —mucho menos sobre las políticas públicas propuestas por los candidatos—, sino sobre la necesidad de pertenecer y ser aceptados en nuestro entorno inmediato. Si ésta es alta, votamos; si no, nos quedamos en casa.

 Me parece que algo similar sucede con los consumidores. Cuando compramos un carro o pedimos un crédito para un viaje, rara vez partimos de un cálculo económico sobre los costos y beneficios. Por más que los expertos en finanzas nos pidan comportarnos “racional” y “responsablemente”, los patrones de consumo dependen más de nuestras aspiraciones y anhelos que de nuestras necesidades inmediatas. Lo que importa es nuestro deseo de sentir que pertenecemos a algo que nos llena de orgullo.

Si una persona que gana 30 mil pesos mensuales se endeuda para llevar a sus hijos de compras a Estados Unidos, es por la satisfacción que recibe al darle ese gusto a su familia, y tal vez, por sentir que pertenece a esa anhelada y etérea “clase media”. Cuando esos deseos y anhelos son suficientemente grandes, no hay cálculo racional económico que cambie su mente. Al fin y al cabo, siempre podrá trabajar más horas para pagar su deuda, porque, como decimos en México, “nadie nos quita lo bailado” (ni el asesor de finanzas más descafeinado).

Por eso urge cambiar la manera en que analizamos los patrones de consumo (incluyendo de “consumo político”, como salir a votar en una elección). Lo que por décadas hemos concebido como conductas racionales desde una perspectiva económica son en realidad sueños y aspiraciones bastante sencillas. Y es que lo que verdaderamente nos “mueve” como seres humanos es el sentido de pertenencia, no la ansiedad de tomar las mejores decisiones económicas.

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