Diálogo con un seguroso

Diálogo con un seguroso
Por:
  • larazon

Bertrand de la Grange

En La Habana

Es domingo y anochece cuando un oficial uniformado toca el timbre de la casa de huéspedes donde estoy alojado en La Habana. Me entrega una notificación donde dice que el autor de esta crónica “se encuentra controlado por la policía de inmigración hasta tanto se legalice su situación migratoria o se tramite su reembarque al país de origen”.

La familia que me acoge da señales de preocupación ante esa visita intempestiva, ya que el dueño del lugar ha reportado mi presencia en su casa desde el primer día, tal y como le obliga la ley. Claro, no sabe que un periodista extranjero es sospechoso por naturaleza en la Cuba de los hermanos Castro. Me sorprende, sin embargo, la inhabitual deferencia de las autoridades, que me permiten quedarme en la posada hasta que se aclare mi situación, en lugar de llevarme a un centro de detención, como ha pasado en otras oportunidades.

Lunes, 9:30 de la mañana: llego con media hora de antelación a la cita con la policía de inmigración. Un funcionario me lleva a una sala diminuta, donde caben con dificultad tres pequeños sofás alrededor de una mesa cuadrada. Entra un oficial, de civil, joven, en la treintena.

Cierra la puerta con llave. Es el encargado de llevar el interrogatorio. Y, como era de esperarse, es un oficial de la Seguridad del Estado. No se presenta, pero lo delata su manera de moverse, de preguntar, de mirar: es un seguroso, pero educado.

Se interesa por mis actividades en La Habana, donde he llegado hace casi dos semanas. “Su visa de turismo sólo le autoriza a tener actividades de esparcimiento”, me dice. Le contesto que también me permite ir a la Feria del Libro y visitar a amigos cubanos. Me confirma que está enterado de mi paso por la Feria, lo que no me sorprende. Sin embargo, le interesan mucho más los “amigos”. Como no dudo de que está al tanto de mis encuentros con Yoani Sánchez, no me voy a poner a desmentir lo obvio: sé que la bloguera está vigilada y, además, he notado la presencia de dos informantes que nos seguían los pasos en una cafetería.

“Usted sabe que esta persona comete ilegalidades”, me dice. No, no lo sabía. ¿Qué tipo de ilegalidades? “Ella recibe dinero de gobiernos y organismos extranjeros para atacar nuestro país y denigrar a sus dirigentes. ¿Usted ha leído su blog?”. Claro que sí, lo leo a menudo y no he visto nada de lo que usted dice. Al contrario, Yoani me parece una persona sensata y moderada, no insulta a nadie, a diferencia de algunos blogueros oficialistas.

Mi interlocutor me echa en cara una crónica del año pasado donde ridiculicé a uno de esos blogueros que siembran el odio. Le contesto que esos individuos no aportan nada e, incluso, son nefastos para la imagen de Cuba en el extranjero. En cambio, Yoani es un activo importante, por su talento para describir la dura realidad de la vida diaria de los cubanos y los efectos de las reformas emprendidas por el régimen —algunas positivas, como la supresión de la mayoría de las trabas para viajar fuera del país—. El Gobierno no debería preocuparse por lo que ella escribe. Le recuerdo que la tolerancia hacia las voces discrepantes es una actitud muy valorada fuera de la isla.

El oficial escucha mis argumentos y no me interrumpe en ningún momento. No se impacienta ante mis digresiones cuando respondo a sus preguntas sobre mis viajes anteriores a Cuba desde los años 80.

Le hablo de la histórica visita de Mijaíl Gorbachov a La Habana en 1989, que tanta esperanza creó entre la población de la isla y que Fidel Castro se empeñó en sabotear. Usted era un niño entonces, le digo. “Sí, es cierto”, contesta sin más.

La clase de historia termina cuando el oficial vuelve a la cantaleta de las actividades “ilegales” de Yoani. Detrás de los grupos y de los gobiernos europeos que la financian, está “la mano de Estados Unidos”, dice. Sin embargo, no logro saber por qué las autoridades no la detienen si viola la ley. En cambio, me queda claro por qué me han citado: “Lo hemos convocado para darle una advertencia: usted no puede encontrarse con esa persona”, me dice para concluir.

¿Por qué le temen tanto a Yoani Sánchez? ¿Porque tiene casi medio millón de seguidores en Twitter y muchísimo más con su blog, traducido a 16 idiomas? ¿Porque dice la verdad cuando asegura que “el castrismo ha muerto” y que es necesario preparar la sociedad cubana a “una transición sin violencia, sin venganza”? Y esto se hace con información, con periódicos independientes, como el diario digital que la bloguera planea lanzar a corto plazo. No dudo de que los duros del régimen quieran impedirlo, pero los sectores más moderados podrían optar por cerrar los ojos. Sería una buena señal.

bdgmr@yahoo.com