El adiós a García Márquez

El adiós a García Márquez
Por:
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Horacio Vives Segl

Luto mundial en las letras. Con la muerte de Gabriel García Márquez se va uno más de los máximos referentes que Latinoamérica ha aportado a la literatura universal.

A ese selecto grupo de escritores —seguramente cometeré alguna omisión imperdonable— entre los que se podrían contar a Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Pablo Neruda, Gabriela Mistral, Rubén Darío, Octavio Paz y Juan Rulfo, se suma ahora la partida de García Márquez. Con excepción de Mario Vargas Llosa, los grandes exponentes literarios de la región en el siglo XX han fallecido. Resalto apenas un puñado de rasgos por los que García Márquez ha sido justamente reconocido y será entrañablemente extrañado.

 Observador y transformador de la realidad. Para quien nació y vivió sus primeros años en la aislada y compacta localidad de Aracataca, haber presenciado durante su juventud el periodo conocido como La Violencia (1946-1953) —caracterizado por el atroz enfrentamiento entre los dos tradicionales partidos políticos colombianos y el suceso cumbre del periodo que partió la historia política colombiana a mediados del siglo pasado— tuvo sin duda una enorme repercusión. Con 21 años le tocó presenciar el Bogotazo, la serie de disturbios desatados tras el asesinato del popular líder opositor Jorge Eliécer Gaitán; disturbios entre los que se dio el incendio de la pensión habitada por García Márquez. No es fortuito que se haya desempeñado como reportero en diversos diarios de aquel país (como El Espectador, El Heraldo o El Universal) y que, a pesar de su extraordiario talento para la novela, no haya abandonado el periodismo a lo largo de su vida. En el mundo de la novela, Gabo —reconocido así coloquialmente— se “atrevió” a romper con la narrativa lógica lineal, incorporando sucesos extraordinarios en sus relatos, lo que hizo de esas obras un deleite por su originalidad, fluidez y trascendencia. El realismo mágico quedaba entonces indeleblemente asociado a García Márquez. Letras brillantes, comprometidas y militantes, a la vez que conmovedoras y fantásticas.

 Legado. ¿Qué decir frente a obras como El coronel no tiene quien le escriba, La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y su abuela desalmada, El amor en los tiempos del cólera, La mala hora, El otoño del patriarca, Crónica de una muerte anunciada, Vivir para contarla o Memoria de mis putas tristes, por citar sólo algunos de los títulos más reconocidos? Mención aparte corresponde a Cien años de soledad. En una época previa al marketing literario y de los best sellers, cuando en 1967 fue dada a conocer en Buenos Aires, los miles de ejemplares que se vendieron de inmediato eran apenas el anuncio del fenómeno cultural que llevaría, por esa sola obra maestra, a su traducción a 35 idiomas, con más de 30 millones de ejemplares (que obviamente, se seguirán incrementando).

 Despedida. Como no podía ser de otra manera, el máximo recinto de las artes en México fue el lugar en el que los presidentes de su natal Colombia y del país donde decidió vivir buena parte de su vida —en razón de los desafortunados desencuentros con el gobierno de Julio César Turbay, que lo llevaron a solicitar asilo— y luego morir, encabezaron el homenaje de despedida, seguido por millones de lectores de su obra esparcidos por el mundo. Concluyo con alguna de las menciones que hizo el lunes el presidente Juan Manuel Santos en Bellas Artes, donde recordaba que Macondo y Buendía son referencias que remiten a Cartagena, Zipaquirá, Bogotá, La Habana y México. Personajes entrañables en grandes historias, narradas como sólo el Nobel de Literatura 1982 supo contarlas. Aquél a quien se le compara con Cervantes en el uso de la lengua castellana. Nada menos. El tiempo lo dirá.

hvives@itam.mx

Twitter: @HVivesSegl