El Islam, el enemigo

El Islam, el enemigo
Por:
  • larazon

Fernando Escalante Gonzalbo

El domingo pasado publicó Mario Vargas Llosa un artículo titulado “La quinta columna”. Es un lamento por el destino de los países musulmanes, atrapados en un círculo vicioso “entre dictadura militar o dictadura clerical”. También es una denuncia de la “quinta columna de fanáticos islamistas” que amenaza en todo momento a la democracia. Señala en particular al presidente egipcio, Mohamed Morsi: “en lugar de construir la democracia, el nuevo mandatario y sus colaboradores se dedicaron a impedirla, siguiendo las consignas del islamismo más intolerante y radical”. A continuación aparecen los rebeldes sirios, y el presidente de Turquía, Erdogan. Varias veces dice que quisiera pensar que hay salida, que quisiera creer que el Islam es compatible con la libertad y la democracia, pero no. Concluye que el salto que se necesita “no pasa por la política, sino por la religión, por la retracción del Islam a un mundo privado”.

Es un texto ejemplar. Está para empezar esa absurda entelequia de “los países musulmanes”: Senegal, Arabia, Turquía, Indonesia, Irán, Egipto, Marruecos, Jordania, Pakistán —da lo mismo, musulmanes. Y por lo tanto esencialmente iguales. Después la convicción de que en esos países lo que importa es la religión, que los conflictos son en el fondo conflictos religiosos, de modo que uno puede ahorrarse pensar en la economía, en la estructura social, la historia. Finalmente, está la idea de la agenda oculta de los falsos demócratas, como Morsi, que en realidad quieren imponer un mundo de pesadilla, que Vargas pinta con imaginación de premio Nobel.

Imagino que habrá leído con esa misma resignada tristeza las noticias de la masacre en Egipto, de hace unos días. Y acaso se habrá sentido igual de incómodo que los jefes de estado europeos, que condenan pero comprenden, que lamentan pero también tienen que entender. Y la verdad es que les dan la razón a los militares. Igual que el presidente Obama, que se permitió un gesto de enfado, pero es comprensivo, infinitamente comprensivo: “Entendemos la complejidad de la situación. Reconocemos que el cambio toma tiempo. Va a haber salidas en falso y días difíciles. Sabemos que las transiciones democráticas se miden no en meses, ni siquiera en años, sino a veces en generaciones”. Así está el patio. A los militares egipcios les podemos conceder generaciones, a los partidos islámicos ni el intento.

La historia no es nueva. Algo muy parecido sucedió en Argelia hace veinte años, cuando ganó las elecciones el Frente Islámico de Salvación, y el ejército salió a poner orden. Ya había sucedido en Turquía, cuando Necmettin Erbakan fundó un partido islámico en 1970, y los soldados tuvieron que garantizar la laicidad. En Egipto también, imposible olvidarlo, cuando a fuer de demócrata, el coronel Nasser se vio obligado a destruir a los Hermanos Musulmanes en 1954. Los países europeos, y Estados Unidos, han tenido siempre una predilección por los militares en Oriente Medio, en los países árabes, como muro de defensa contra eso aterrador que es el Islam —en el fondo, eso era lo que hacía aceptables las dictaduras de Saddam Hussein en Irak, o de Hafez Al-Assad en Siria.

Si pudieran verse las cosas con una mínima distancia, se entendería que los partidos islámicos han ganado credibilidad entre otras cosas por la corrupción y la ineptitud de los partidos gobernantes. Que las mezquitas y las asociaciones religiosas ofrecieron una alternativa de organización en regímenes dictatoriales como los de Irán o Egipto. Y sobre todo, que acudieron a llenar el vacío que dejaban los estados, cuando se redujo drásticamente el gasto social, para cumplir con las recomendaciones del Banco Mundial y el FMI en los ochenta —las monarquías petroleras del Golfo Pérsico tenían dinero para financiar lo que iban abandonando los obedientes estados neoliberales de las últimas tres décadas.

Se dirá que los partidos islámicos, el gobierno de Morsi para empezar, son autoritarios e incompetentes, ¡por supuesto que sí! También los militares. También lo fueron los gobiernos de Ben Alí y Mubarak durante décadas. Y para mucha gente, las amables promesas del desarrollo han sido una estafa. Por otra parte, la legitimidad de los partidos islámicos aumenta en la medida en que Europa y Estados Unidos los definen como enemigos —y toman partido en los conflictos de Egipto, Túnez, Argelia.

En algunos países musulmanes parece haber un proceso de re-islamización en los últimos años, que obedece a todo lo anterior. Otros, Turquía e Irán, por ejemplo, viven una acelerada secularización. Es la historia, con su fascinante complejidad. Sólo hace falta dejar de imaginar esos pleitos de gigantes y cabezudos, esa fantasía del Islam como archienemigo —todo empieza a entenderse, y es más confuso, más turbio, más difícil, y humanamente comprensible.