El PRD después de Navarrete

El PRD después de Navarrete
Por:
  • larazon

Luciano Pascoe

Carlos Navarrete asumió la culpa y pagó con su cabeza el golpe que recibió el PRD en las urnas en la elección de junio. Navarrete puso su renuncia sobre la mesa y el Consejo Nacional la aceptó al llamar a una renovación anticipada de la dirigencia.

Navarrete no es el culpable o, mejor dicho, no es el único. En menos de un año de su presidencia, el PRD vio salir de sus filas a gente que se fue con López Obrador a Morena o que abandonó el partido ante el rompimiento de Marcelo Ebrard o Cárdenas.  A dos semanas de terminar la legislatura, el PRD cuenta en su fracción parlamentaria con 99 diputados y, a partir del 1 de septiembre, serán 56.

El PRD no fue víctima de una campaña hostil de la presidencia como la que recibió tras su fundación en 1989, tampoco de una ofensiva de la derecha como respuesta al avance del progresismo en sus planteamientos para avanzar agendas de libertades y derechos.  No, el PRD cayó por la fractura en la izquierda, porque ellos y el partido Morena de López Obrador van por el mismo electorado; perdió votos porque no supo explicarse (ni explicarnos a los ciudadanos) cómo fue que llegó José Luis Abarca a la alcaldía de Iguala o Ángel Aguirre a la gubernatura de Guerrero. Perdió porque se estancó.

Hoy, nadie lo duda, el PRD está urgido de un cambio de fondo. Y uno de los debates más necesarios es el de la existencia de sus corrientes de opinión.

Reconocer sus propias divisiones e institucionalizarlas fue útil en tanto amalgamaban a la izquierda en un partido; hoy esas diferencias tan marcadas requieren de algo más que sus ejes particulares para mantener la cohesión perredista. Antes las corrientes buscaban distinguir líneas ideológicas: maos, troskos, socialistas, comunistas, guerrilleros. Hoy son sólo estructuras

de poder sin ideas.

Desde hace años, Nueva Izquierda supo hacerse de la mayoría de la estructura y negociar desde esa posición con otros grupos la integración de los órganos de dirección y el reparto de candidaturas, pero haber quedado debajo del 11 por ciento de los votos es una señal que cada vez más se entiende como necesidad de cambio.

Para encabezarlo se han apuntado diputadas, senadores, excandidatas y fundadores, entre otros. Entre ellos hay perfiles muy interesantes. Algunos son parte medular de sus corrientes y otras han destacado por criticarlas.

Se han apuntado, por ejemplo, la excandidata al gobierno de Guerrero, Beatriz Mojica, el académico Agustín Basave, el exdiputado David Razú, el diputado Fernando Belaunzarán, los senadores Armando Ríos Píter y Zoé Robledo, y la ex secretaria general Hortensia Aragón.  Ellas y ellos representan la diversidad de quienes buscan presidir al PRD. Entre esos nombres, otros que han alzado la mano y más que han sido mencionados es probable que se encuentre quien sucederá a Carlos Navarrete.

Su variedad de orígenes es parte del activo del PRD y si estas personas llegan a ser parte de la dirección nacional, al Partido de la Revolución Democrática le serán útiles desde su juventud, frescura y capacidad de innovación.  Si el PRD aprende por fin de sus errores y entiende los retos que tiene por delante, hará bien en dar más importancia a elegir un órgano colegiado plural y menos a una presidencia.

El próximo Comité Ejecutivo Nacional deberá procesar candidaturas para las elecciones estatales antes de 2018 y, para ese año, necesitará una candidatura —su primera— distinta a Cuauhtémoc Cárdenas o López Obrador.  También habrá de asignar funciones a partir de las capacidades y experiencia de sus integrantes más que por las cuotas que a cada tribu correspondan.

La próxima presidencia y su comité, junto con los diputados y senadores del partido, deberán marcar diferencia de los otros institutos de izquierda para colocarse a la vanguardia y abanderar las causas progresistas en las que los otros no se definen o están en contra.

Tendrán que definir una agenda legislativa que impulse derechos y libertades, que garantice transparencia y rendición de cuentas en todos los niveles donde se usen recursos públicos, incluidos los partidos políticos y las fracciones parlamentarias.

Si el PRD quiere marcar diferencia consigo mismo, deberá también definir el tipo de relación que tendrá con la oposición más allá de las coyunturas electorales; y también la que construirá con el Gobierno federal.

En ningún caso puede partir de posiciones irreductibles o seguirá siendo el partido por el que apenas vota uno de cada diez electores mexicanos.

Con agradecimiento a Gustavo Ramírez

por su apoyo.

luciano.pascoe@gmail.com

Twitter: @lucianopascoe