La disputa por Lezama

La disputa por Lezama
Por:
  • larazon

A cien años de su nacimiento, el poeta, narrador y ensayista cubano José Lezama Lima (1910-1976) es modelo de los más disímiles retratistas.

El perfil de Lezama es diferente bajo cada uno de sus biógrafos y críticos, quienes, con visiones contrapuestas, refuerzan uno de los mitos más persistentes de la historia intelectual latinoamericana.

Para algunos, como Octavio Paz y Lorenzo García Vega, Lezama fue un escritor de vanguardia que, a partir del poemario La fijeza (1949) y, sobre todo, de su novela Paradiso (1966), se colocó en el flanco más renovador del lenguaje y la literatura latinoamericanos de mediados del siglo pasado. Para otros, como Julio Cortázar y Severo Sarduy, Lezama fue, ante todo, un escritor barroco. Un discípulo de Luis de Góngora en los trópicos modernos, que hizo de su poesía y su prosa una sucesión vertiginosa de imágenes, hilvanadas por medio de la explotación del recurso de la analogía.

Para otros más, como María Zambrano o Ramón Xirau, lo distintivo de la obra de Lezama no era más que una personal y poética manera de entender y practicar la religión católica. Cuadernos de poesía como Enemigo rumor (1949) o libros de ensayos como Analecta del reloj (1953) habrían sido testimonios literarios de una fe o de la creencia en un Dios estético al que se rendía culto por medio de la escritura. Pero la disputa por el legado de Lezama se intensifica cuando se dirime su lugar en la vida intelectual cubana de mediados del siglo XX. Rechazado por los jóvenes escritores de la Revolución Cubana, aglutinados en torno a publicaciones de Lunes de Revolución —un suplemento literario dirigido por Guillermo Cabrera Infante— Lezama fue percibido como un representante del antiguo régimen cultural, que simbolizaba la falta de compromiso político del escritor burgués.

Cuando en 1966 fue publicada su novela Paradiso, aquella percepción se incrementó al desatar, en su contra, la homofobia y el ateísmo del poder.

Lezama fue uno de los nombres involucrados, desde un inicio, en las polémicas que acompañaron al caso de Heberto Padilla, poeta cubano arrestado e interrogado por el gobierno de la isla, en 1971, y que propició la marginación de muchos intelectuales críticos en la década del 70.

Desde los años 80, el gobierno cubano comenzó a interesarse en la obra de Lezama, que había dejado de publicarse diez años atrás. Para principios de los 90, ya el poeta católico era una figura ubicada en el panteón oficial de las letras insulares. Uno de sus discípulos y amigos, el también poeta y crítico Cintio Vitier, llegó a sostener por entonces que Lezama, lejos de ser un representante del antiguo régimen, había sido una suerte de profeta de la Revolución, que detestaba la vida intelectual cubana anterior a 1959. El péndulo del reconocimiento pareció desplazarse al otro extremo y el poeta vanguardista, barroco o católico emergía ahora como un inverosímil escritor revolucionario. Las últimas generaciones de críticos cubanos, dentro y fuera de la isla, se resisten a esa oficialización del fundador de Orígenes (1944-1956). La historia de la relación de los poetas de esta revista con los gobiernos republicanos y revolucionarios, en Cuba, está reescribiéndose y cuando dicha reescritura concluya, otra imagen más de Lezama se sumará a las que circulan entre sus lectores.

rafael.rojas@3.80.3.65