La marcha del silencio

La marcha del silencio
Por:
  • larazon

El número ocho de la revista Conspiratio, que dirige Javier Sicilia,

corresponde al bimestre noviembre-diciembre de 2010 y anuncia su contenido con la frase “Ni el dios ni el césar”, en alusión al célebre pasaje de la biblia. En ese número se puede leer una conversación entre Javier Sicilia y Humberto Beck bajo el título de “La fe y el mundo postsecular”.

Lo que ahí dice Sicilia, antes del drama humano que lo colocó a la cabeza de una manifestación de más de cien mil personas en la plancha del Zócalo, el domingo pasado, puede explicarnos, en buena medida, la fuente de su liderazgo.

Dice ahí: “El mundo ha cambiado. Hay una crisis que se manifiesta en el descrédito de todas las instituciones: muy pocos ven con buenos ojos a una Iglesia que en el orden espiritual y ahora moral tiene poco que decir al hombre; muy pocos también miran con buenos ojos a un Estado que ya no representa el espíritu religioso de la nación laica, y a los partidos que, lejos de ser expresión de la democracia, buscan sólo sus intereses partidistas. Frente a ello, la manera en que tanto la Iglesia como el Estado plantean el conflicto es anacrónica. Ese anacronismo nos impide ver la realidad del problema para situarlo y, desde allí, poder pensar cómo debe ser la vida religiosa y política en un mundo como el que vivimos”.

¿Qué podemos aprender de la marcha ciudadana del domingo pasado? En primer lugar ha sido destacada ya por muchos la capacidad que mantiene la sociedad civil, al margen de las banderas de partido, para convocar y organizarse. En segundo término pareciera que la dicotomía Iglesia-Estado de la que hablan Sicilia y Beck se lee, ahora, en términos del desmoronamiento radical de la confianza en las instituciones.

A final de cuentas el término “postsecular” puede leerse como una variante de la llamada postmodernidad, caracterizada por la pérdida de la fe. En todo. En los dioses, en Dios, en el Estado, en los partidos. La gente no cree. En nada. En nadie. “Que se vayan todos”, decían las pintas en Buenos Aires, cuando la crisis económica convertía a los argentinos en italianos.

En alguna parte de la conversación Javier Sicilia señala: “A veces pienso que cuando las instituciones se desmoronan, son los espacios marginales los que a partir de una tradición leída con ojos nuevos recomponen el tejido social. Cuando hacia el siglo IV el imperio romano y sus instituciones se desmoronaron, los que recompusieron el tejido social de Europa fueron los monjes, esos seres al margen de la sociedad que, contra la Iglesia y el imperio que la había asimilado se apartaron a los desiertos de Siria para vivir el cristianismo de manera tradicional y a la vez profundamente nueva. Hoy en día esas márgenes, esos desiertos, están en las mismas ciudades”.

Seis son los puntos que abanderan la petición y que dan cuenta de la distancia que se ha establecido entre la autoridad y la gente:

1) Esclarecimiento de asesinatos, desapariciones, secuestros, fosas clandestinas, trata de personas. 2) Fin a la estrategia de guerra para dar paso a un enfoque de seguridad ciudadana. 3) Combate a la corrupción y a la impunidad. 4) Combatir la raíz económica y las ganancias del crimen.

5) Atención de emergencia a la juventud y acciones efectivas de recuperación del tejido social. 6) Democracia participativa, democracia representativa y democratización de los medios de comunicación.

Pero como bien decía Sicilia, no será en los espacios fácticos de poder donde habrán de cambiar las cosas. Habrán de modificarse, si es el caso, en las pequeñas ciudades, en las comunidades en las que convergen, con la marginación, extrañamente, la esperanza y la dignidad.

Hace un tiempo alguna de las ciudades con mayor índice delictivo en el mundo demostró que era factible transformarse. En Medellín, Colombia, cuando todo parecía perdido, una estrategia ciudadana optó por rescatar los barrios miserables. Dotó de dignidad los pequeños espacios y recuperó el sentido de lo humano en los lugares en los que el abandono había permitido la irrupción del delito. Reconocimiento del otro en su dimensión humana, en tanto gesto, en tanto símbolo.

Olvidamos, a veces, que no sólo de pan vive el hombre.

rensal63@hotmail.com