La Revolución, el puritanismo y Facebook

La Revolución, el puritanismo y Facebook
Por:
  • rafaelr-columnista

Hace unos días varios periódicos reseñaban la noticia de que Facebook había censurado durante poco más de un mes la famosa pintura de Eugène Delacroix, La libertad guiando al pueblo. La imagen había sido utilizada por el dramaturgo francés Jocelyn Fiorina para promover su obra, “Disparos en la calle Saint-Roch”, y el sello de Facebook tapó los pechos de la conocida alegoría de la libertad.

Después de bloquear el célebre cuadro, la red social debió rectificar y admitir su error. En Francia, la censura ha coincidido con el revuelo armado por la más reciente historia de la Revolución Francesa de Annie Jordan. Habrá que leer ese libro, Nouvelle Histoire de la Révolution (2018), pero algunas reacciones, por lo visto desmesuradas, nos colocan ante la fatal coincidencia de dos puritanismos. El de las viejas ideologías y el de las nuevas redes sociales.

Si el puritanismo de Facebook se mueve en el plano de la vieja censura del cuerpo femenino, agravada por la ignorancia cultural e histórica, el rechazo doctrinal, principista, a la nueva historia de Jordan, habla de la entronización del conservadurismo en la historiografía. La memoria de la Revolución es sometida a una suerte de vigilancia retórica, como si se tratara de un tabú.

En Le Figaro, el periodista Paul-Francois Paoli acusa a la historiadora de querer revivir el fantasma de Robespierre. Le parece que las páginas dedicadas a los jacobinos del Comité de Salud Pública, a Demoulins y a Danton, son demasiado generosas. Como si la propia historiadora renunciara a hablar del “terror”, un término incrustado en todo el lenguaje historiográfico, que, de antemano, supone una visión crítica de los excesos revolucionarios.

Patrice Gueniffey, el gran historiador napoleónico, dice otro tanto en su blog: “en cualquier caso, no es este libro el que revivirá la memoria de la Revolución Francesa. Es un ramo viejo, ni siquiera de flores marchitas. Esta historia sin interés tiene tanto encanto como las flores de plástico que a veces se ven en las tumbas. En este caso, allí donde yace el cadáver de la Revolución Francesa”.

De lo que se trata, por lo visto, es de mantener bien muertos a los muertos. O, más bien, de vivificar a unos y rematar a otros. Se cae, por esa vía, en la vieja confusión entre historia y memoria, que tantos estragos ha causado en el pasado. El trabajo historiográfico no puede someterse a ese tipo de puritanismo ideológico porque corre el riesgo de criminalizar, ya no el pasado —que, en efecto, puede ser criminal— sino su reconstrucción intelectual.

Supongamos que Jordan ha escrito una apología del jacobinismo, que no parece ser el caso. ¿Implica eso que, en la práctica, quiere desacreditar a Hannah Arendt y a Francois Furet, o, peor, revivir la violencia revolucionaria? En estos nuevos tiempos oscuros, como en los de hace un siglo, se ha llegado a un grado de moralización de las palabras, que estamos a punto de confundir el recuerdo del crimen con el crimen mismo.