La triste herencia castrista

La triste herencia castrista
Por:
  • montserrats-columnista

La salida de Raúl Castro de la presidencia de Cuba cierra un capítulo de la historia en la que ese apellido dictó no sólo los destinos de la isla sino, en buena medida, la temperatura política de todo un continente. El ocaso ha sido lento. De la vibrante personalidad de Fidel, que incluso en su vejez mantenía en vilo al mundo cada vez que aparecía con su ropa deportiva —que sustituyó en los últimos años a su vestimenta revolucionaria—, a la opaca figura administrativa de su hermano menor, Cuba se mantiene en animación suspendida.

Las fantasías de propios y extraños, de derrocar vistosa y radicalmente al régimen de Fidel, se frustraron. A los Castro nadie los sacó del poder; ellos mismos se desgastaron y se mimetizaron en el ambiente de un relevo generacional sin entusiasmo ni definición. Del mismo modo, la ilusión de la Revolución quedó congelada en el tiempo, como la economía y el desarrollo mismo de la isla. La ideología convirtió a Cuba en un museo envejecido; en una atracción turística que explota la nostalgia por el pasado; en una sociedad que tiene que vivir explotando su propia parálisis.

Cuba, quebrada, desencantada y asfixiada, inicia una nueva etapa de su historia. Los cambios del pragmático Raúl vinieron a cuentagotas. La apertura tímida de Cuba fue bien recibida por el mundo e incluso, abrazada por el archienemigo, EU, dirigido por el negociador Obama. Fue un momento de esperanza que se colapsó con la derrota de Clinton y la llegada de la renovada barbarie diplomática. La salida digna que todos esperábamos para darle final al régimen castrista, se esfumó del horizonte. Ese es el escenario en el que se da la transición en el poder.

Sin embargo, este relevo no es un cambio. Raúl dio pasos para arreglar el caos que dejó Fidel, pero no cambió el fondo del sistema. Trató de controlar la caída, pero sin permitir la libertad. Corrupción, desánimo y pobreza; esa es la herencia del castrismo.

Miguel Díaz-Canel, el sucesor elegido, seguirá bajo el control del partido de los Castro, impidiendo constitucionalmente el pluralismo político. Así, Díaz-Canel no será presidente, sino un mero administrador del caos en el que se ha convertido la isla. Sin embargo, el nuevo presidente, ya sin otro apoyo claro en el continente, ante el repudio generalizado a la Venezuela de Maduro, se enfrenta a la coyuntura de construir su legitimidad, llevando al Partido Comunista a una fase institucional, lejos ya de su líder carismático.

Díaz-Canel no es un militar, ni un Castro. Tendrá que elegir su lugar en la historia. Esperemos que no escoja ser un Maduro y se decante por ser un reformador elegante que ayude al pueblo cubano a enterrar dignamente su pasado y, por fin, caminar hacia el futuro.