La única mancha del IFE
Pablo Hiriart
Las aportaciones de la nueva reforma político-electoral a la vida pública parecen evidentes y loables, salvo por una medida extrema: la desaparición del IFE, que es un castigo excesivo hacia una institución que ha funcionado de manera ejemplar.
En toda la vida del IFE, fundado en 1990, hay una sola mancha, pero no es motivo suficiente para quitarlo y crear un nuevo organismo.
La mancha del IFE fue la actuación de su presidente, Luis Carlos Ugalde, cuando la noche del 2 de julio de 2006 no se atrevió a decirle al país que el conteo rápido de ese Instituto arrojaba una tendencia favorable a Felipe Calderón sobre López Obrador y Roberto Madrazo.
“Hay momentos en la vida que nos dicen para siempre quiénes somos”, apuntó alguna vez Jorge Luis Borges, y efectivamente así es.
A Ugalde le faltó la decisión que sí tuvo su antecesor José Woldenberg, quien anunció en cadena nacional la primera derrota del PRI en una elección presidencial. Y las aguas se calmaron.
Ugalde cometió ese único error, que puso al país en un trance de incertidumbre y de zozobra.
Ese yerro pudo evitarse si el entonces presidente del IFE hubiera tenido el valor personal que se requiere en esos casos cruciales, donde los hombres conocen para siempre quiénes son.
Después Ugalde ha escrito varios libros justificando, culpando, haciendo previsiones, análisis, que son irrelevantes ante su desmoronamiento personal y profesional la noche del 2 de julio de 2006.
Pero ha sido el único error grave del IFE en más de dos décadas de existencia.
Y el error no es atribuible a la institución, sino a la falta de carácter de una persona.
En contrapartida, la reforma tiene aspectos positivos que sin duda serán benéficos y oportunos. Permitir las candidaturas independientes abrirá una válvula al hartazgo que algunos tienen contra los partidos tradicionales.
También es positivo elevar a tres por ciento de la votación el mínimo requerido para que los partidos conserven su registro. Eso los obligará, entre otras cosas, a utilizar los recursos públicos que reciben a tareas más eficaces para promover sus ideas y a sus abanderados.
Excelente es la medida de que la Procuraduría General de la República sea autónoma del Ejecutivo. Así estaremos vacunados contra la tentación de gobiernos autoritarios de utilizar a esa institución como herramienta de persecución política, como efectivamente ha ocurrido.
Pero desaparecer al IFE no se justificaba. Es de las pocas instituciones con credibilidad, a pesar de los embates en su contra y una solo mancha en su fructífera vida.
phl@3.80.3.65
Twitter: @PabloHiriart
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