Las rutas letales

Las rutas letales
Por:
  • larazon

Rojas Rafael

No hay vía exenta de sufrimiento o muerte en la profusa migración de Latinoamérica hacia Estados Unidos y Canadá o en la de África y el Medio Oriente hacia Europa. Sea por tierra o por mar, desde el Ecuador hasta Tijuana, Ciudad Juárez o Reynosa, atravesando la selva del Darién, o en embarcaciones ligeras que cruzan el Mediterráneo o en trenes hacinados que desde Macedonia o Serbia intentan llegar a Hungría. Las espeluznantes historias de abusos y crímenes suceden en los vagones de La Bestia, pero también en las líneas férreas y trenes abandonados de la estación fronteriza de Röszke.

La vulnerabilidad de los migrantes crece con el propio flujo hacia el Norte o el Occidente. En una semana la prensa ha reportado tres muertes masivas de emigrados, que eufemísticamente algunos medios europeos llaman “refugiados”. Una en el Mediterráneo, donde más de 40 norafricanos murieron asfixiados por el gas de los motores en la estiba de un barco, cerca de la costa de Libia. Otra en Austria, donde 50 desplazados aparecieron ahogados en el frigorífico de un camión procedente de Hungría. Y una más, de nuevo en el Mediterráneo libio, donde se hundió una patera con más de 200 personas.

La persecución de indocumentados en el centro de Europa y el lucrativo negocio del contrabando humano se han juntado para abaratar la vida de quienes lo arriesgan todo huyendo de la pobreza y el hambre. A esa conjunción de lógicas nefastas habría que agregar los rebrotes de racismo, nacionalismo y xenofobia que se observan en la clase política europea. El migrante indeseado ha sido una figura central de la historia moderna de Europa y en el siglo XXI vuelve a agitar estereotipos y odios ancestrales que revitalizan las peores tradiciones políticas de Occidente.

Las reacciones de los gobiernos de Italia y Hungría a esas catástrofes han sido divergentes. La Armada italiana ha trasladado a los sobrevivientes a la isla de Kos en el Dodecaneso griego donde se han habilitado refugios flotantes para decenas de miles de personas. La proximidad de Turquía alienta a los refugiados a escaparse de esos campamentos y atravesar un territorio caotizado por el conflicto kurdo y alcanzar Bulgaria. El gobierno italiano de Matteo Renzi ha instado a la ONU a redoblar esfuerzos en la estabilización de Libia, con el fin de disminuir la emigración irregular por el Mediterráneo.

El primer ministro conservador de Hungría, Viktor Orban, del partido Fidesz, ha movilizado el nacionalismo centroeuropeo a favor de la construcción de un muro en la frontera con Serbia, que impida el aumento de la inmigración de África y el Medio Oriente. Orban es uno de los más fervientes detractores del sistema de cuotas para distribuir la masa migrante en el territorio europeo, defendido por varios gobiernos de la región, incluido el alemán. En gira por los Balcanes la canciller Angela Merkel ha cuestionado abiertamente al gobierno húngaro por apostar por las alambradas y los muros en la

frontera serbia.

Varios gobiernos europeos como el español, el francés y, en menor medida, el británico, se han pronunciado en los últimos meses por una política migratoria comunitaria que combine un reparto territorial de la migración, un incremento decisivo de la inversión social en África y el Medio Oriente y un mayor compromiso con la resolución de conflictos al otro lado del Mediterráneo. Es alentador que sea ésa, y no las deportaciones masivas o los blindajes de las fronteras, la solución que promueven Berlín, París y Madrid. Aún así, nada impedirá que la maquinaria del nacionalismo se active y marque la política migratoria en el centro de Europa.

rafael.rojas@3.80.3.65