María Félix en la generación del ‘14

María Félix en la generación del ‘14
Por:
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Horacio Vives Segl

El año en curso ha sido significativo por la coincidencia en el centenario del nacimiento de mexicanos que en distintos ámbitos fueron muy destacados y cuyo legado trasciende fronteras. En 1914, en plena Revolución Mexicana, nacía una generación que estaría destinada a recordarse. El 31 de marzo se celebró el centenario del nacimiento de Octavio Paz. El 20 de noviembre —curiosa coincidencia, considerando el significado histórico de la fecha— se celebrará el de José Revueltas. Ahora me detengo a reflexionar sobre el centenario del natalicio de María Félix, el 8 de abril (fecha en la que por cierto también murió, en 2002).

 La actriz. A María Félix le correspondió incursionar en un momento de auge de la industria cinematográfica nacional. En muchas de las películas de la época se contaban historias en las que se describían determinados arquetipos que pretendían resaltar los rasgos del “ser mexicano”: ahí estaban retratados la sumisa mujer pueblerina, el macho hacendado, el indígena bueno que sufre diversas adversidades, o la vida social urbana de un país que empezaba a conocer las bondades de la modernidad. Historias costumbristas, generalmente con buena hechura. No es difícil entender cómo una mujer con una belleza tan fuera de lo común como María de los Ángeles Félix Güereña pudo ingresar al celuloide por la puerta grande, llevando el protagónico de El peñon de las ánimas (1942). A partir de ahí, todo fue ascenso meteórico para Félix, quien, si bien no tuvo un registro muy amplio como actriz (nadie podría decir así como que hubiera sido una suerte de “Meryl Streep mexicana”), supo sacarle gran provecho al icónico personaje que interpretó recurrentemente —por primera vez en Doña Bárbara (1943), basada en la novela de Rómulo Gallegos— y que fue su consagración: La Doña, aquella “ingenua” a quien las circunstancias del destino orillan a transformarse en una “ruda y desalmada” mujer.

 El personaje. Son muchas las razones por las que María Félix trascendió. Además de cultivar el citado personaje, que le daría el apodo por el que fue conocida el resto de su vida, se podrían contar, por citar sólo algunas, su rivalidad con Dolores del Río, sus relaciones amorosas — las más notables con Jorge Negrete y Agustín Lara—, el close up que el fotógrafo Gabriel Figueroa hizo de sus negrísimos ojos en Enamorada (1946) —una de las más gloriososas tomas del cine nacional—, el estilo de vida que cultivó en Europa al término de su prolífica carrera, o su diestrísimo látigo verbal.

 El legado. Además de su prolífica y variopinta filmografía, es interesante detenerse en uno de los motivos por el que más se le reconoce: en una época plagada de estereotipos culturales en la que un imperante machismo no permitía un equitativo desarrollo de sometidas mujeres, María Félix era un ejemplo aspiracional exitoso de que se podía romper ese círculo vicioso. Además de una indiscutible figura de la época de oro del cine mexicano —por lo que es de celebrarse que la Cineteca Nacional, cuyas salas conmemoran a directores, le haya puesto al menos su nombre a la librería—, fue, en cierto sentido, en su medio y en su época, una precursora de la agenda de género.

hvives@itam.mx

Twitter: @HVivesSegl