Naturaleza muerta

Naturaleza muerta
Por:
  • Pacotest

En español se le llama naturaleza muerta. En inglés, still life, es decir, vida fija, inmóvil. Este género pictórico, de raíces greco-romanas, se desarrolló en la Europa barroca. A diferencia de las pinturas de animales o plantas con vida, las naturalezas muertas representan flores, legumbres y carnes de granja y cacería dentro de un marco doméstico: ya sea sobre una mesa o dentro de una cocina. En ocasiones, los cuadros incluyen platos, vasos, jarras y demás utensilios. A estas pinturas se les conoce como bodegones, aunque esta denominación sea, desde tiempo atrás, sinónima de la de naturaleza muerta.

El género se hizo popular en Flandes hacia el siglo XVI, pero se le consideraba un estilo menor: pintura de adorno, por excelente que fuera la técnica del artista. Fue en la España Imperial y en sus dominios de ultramar que el género alcanzó alturas insospechadas. Destacan los sobrios bodegones de Juan Sánchez Cotán por su sensibilidad casi religiosa. Quizá el más célebre de ellos, representa, unas pocas verduras en el marco de una ventana entre las que destaca un humilde cardo que, sin embargo, adquiere una dignidad casi franciscana. Hay otro cuadro de dos racimos de uvas con una mosca que durante largo tiempo fue atribuido a Juan Fernández el labrador y que ahora lo es, después de una meticulosa investigación, a Miguel de Pret. La obra tiene un mensaje irónico exquisito: nunca falta la alimaña que se posa sobre el fruto más delicioso.

Francisco de Zurbarán es autor del que quizá sea la obra maestra del género del bodegón. En el Museo del Prado se puede admirar su pintura Agnus Dei en el que representa a un cordero sobre una mesa con las patas amarradas. La dulce blancura del animal resalta con la dramática negrura del fondo. El animalito, que espera su sacrificio con resignación, es una metáfora impactante del sacrificio de Jesucristo. Con Zurbarán la naturaleza muerta alcanza la altura de la pintura religiosa.

En el barroco colonial la naturaleza muerta incorporó al ser humano. El género de los retratos de monjas coronadas fue cultivado en América, sobre todo en la Nueva España, el Perú y la Nueva Granada. Algunos de estos retratos pintan a monjas muertas, adornadas con bellísimas ramilletes de flores y coronas. Las monjas muertas están engalanadas para ir a encontrarse con Jesucristo, su marido. Este es un tipo de vanitas impactante, que luego, con la invención de la fotografía sería accesible al pueblo llano por medio de los retratos de difuntos. Las monjas muertas coronadas son una delicada expresión de la suprema paradoja del cristianismo: la naturaleza humana muerta es la naturaleza más viva que hay en la creación. Esta paradoja fue expresada de manera magistral por otra monja, Santa Teresa de Jesús, en su poema Vivir sin vivir en mí que incluye la frase memorable: “muero porque no muero”.

Hay dos tipos de pinturas de la crucifixión. En unas, Jesucristo está vivo,

aunque agonizando, en otras está muerto, colgado de los maderos. El segundo tipo de crucifixión puede verse como el máximo reto del subgénero de la naturaleza humana muerta. En el Museo Internacional del Barroco en Puebla admiré una extraordinaria crucifixión de Zurbarán del segundo tipo.

Este Cristo crucificado está hecho con la misma técnica con la que el artista pintó sus mejores bodegones: el mismo contraste luminoso entre el palidez del cuerpo y el fondo negro, la misma soledad de los objetos dentro de la cápsula atemporal de la representación, la misma densidad escultórica de los volúmenes simplificados. Zurbarán pinta a un Jesucristo tan desfallecido, tan exánime, tan cadáver, que el mensaje de su resurrección cobra un intenso significado intelectual y emotivo. La paradoja cristiana, resumida en el símbolo de la cruz, alcanza, de esta manera, la que quizá sea su mayor expresión pictórica.

Diego Velázquez, amigo de Zurbarán desde que ambos eran aprendices en Sevilla, también pintó un famoso Cristo crucificado que cuelga de los muros del Museo del Prado. Esta obra, como se recordará, fue inspiración para un profundo poema de Miguel de Unamuno. Como todo lo de Velázquez, el cuadro es magnífico; sin embargo, me parece que no alcanza la altura espiritual de la crucifixión de Zurbarán.

guillermo.hurtado@3.80.3.65

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