Nuevo acuerdo comercial: festejo limitado

Nuevo acuerdo comercial: festejo limitado
Por:
  • arturov-columnista

Finalmente, después de más de un año de negociaciones y en el marco de la renegociación del TLCAN, México y EUA alcanzan un acuerdo comercial, del cual queda pendiente la inclusión de Canadá.

Si bien los resultados a todas luces desfavorecen a la economía mexicana, respecto al TLCAN previo, apuntan un éxito relativo frente a la amenaza de un escenario de obstinado proteccionismo, que estuvo presente durante todo el proceso. En todo caso, el nuevo acuerdo comercial constituye una llamada de atención para nuestra economía, que debe traducirse en mayores esfuerzos por aumentar la productividad.

El nuevo acuerdo comercial incorpora temas fuertemente debatidos por ambas partes. Entre los acuerdos más notables están: (1) Se establece un contenido regional con incrementos que en el caso del sector automovilístico aumentarían a 75% desde el 62.5% previo. (2) se acuerda que 40% de los vehículos ligeros y 45% de pickups y pesados sean producidos por trabajadores que ganen al menos 16 dólares por hora. (3) Se alcanza acuerdo sobre la controversial cláusula de caducidad con su extensión a 16 años y la opción de revisión al sexto año. (4) En materia de energía, se incluye protección a la inversión, pero se ajustó la redacción a la política económica del próximo gobierno mexicano. (5) También se formalizan muchos de los elementos de modernización del acuerdo, que tomaron forma durante las seis rondas formales de negociación (comercio electrónico, propiedad intelectual, eliminación de la estacionalidad en el comercio agroalimentario, entre otros).

Una evaluación de estas negociaciones es compleja porque, como lo sabíamos desde el principio, el balance de resultados estaría —y así estuvo— muy distante de favorecer a la economía mexicana. El problema a lo largo del proceso de negociación, estribó en tratar de limitar al máximo el daño sobre la economía mexicana.

Las amenazas derivadas de la obstinación de la política proteccionista de Trump, implicaban riesgos enormes para la planta productiva mexicana. Bajo un escenario de desintegración total del TLCAN, se llegó a hablar de una imposición considerable de aranceles para las exportaciones mexicanas, en especial de automóviles y sus partes, y en general, un panorama desolador para nuestras exportaciones.

Por fortuna, este escenario ha sido descartado. La pregunta siguiente entonces es: ¿cuáles son los costos para nuestra economía de este nuevo acuerdo comercial con nuestro vecino del norte? Medir los daños con precisión es ahora complicado, pero lo que sí sabemos es que, entre las más importantes nuevas disposiciones, las referentes al sector automotriz tienen un impacto considerable.

Quizá la medida referente a la elevación del contenido regional, sea la menos perjudicial hasta ahora, y afecta principalmente a las armadoras asiáticas instaladas en nuestro país. Reconfigurar su estructura de costos, acorde con las nuevas exigencias del reciente acuerdo, implicará ajustes importantes en su proceso de manufactura, y será una limitante para futuras inversiones de esa región.

Un impacto importante para la manufactura automotriz mexicana, se deriva del acuerdo que exige que el 40% de los vehículos ligeros y 45% de pickups y pesados, sean producidos por trabajadores que ganen al menos 16 dólares por hora. Este acuerdo prácticamente deja fuera a la manufactura mexicana, en esos porcentajes de mercado. Será imposible alcanzar esos niveles salariales en el corto plazo. Los salarios no suben por decreto, sólo con aumentos en la productividad.

Vale recordar que, la industria automotriz mexicana aporta el 30% de las exportaciones hacia Estados Unidos y genera un superávit de alrededor de 60 mil millones de dólares al año. Las medidas incorporadas en el nuevo acuerdo seguramente afectarán negativamente estas cifras.

Es en este sentido, aunque sí puede ser ambivalente, considero que la evaluación de los resultados del nuevo acuerdo comercial para México tiene un sesgo negativo. Pero, como acusa el pensador Ramón de Campoamor: “Todo depende del color del cristal con que se mire”.