Todos somos

Todos somos
Por:
  • larazon

Miro las fotografías del regreso de los tres españoles que iban en la flotilla interceptada por Israel. Las imágenes son de la llegada al aeropuerto de Barcelona, donde los recibe una pequeña multitud. En una manta se lee: “Tots som Gaza”; es decir, aproximadamente: “todos somos Gaza”.

Y lo primero que pienso es que no. Ni somos todos palestinos ni estamos todos en Gaza. De momento, los de la foto son catalanes y están en Barcelona: todos de buen aspecto, empezando por los recién llegados, todos bien vestidos, sonrosados, felices, levantando el brazo para hacer la V de la victoria.

No soy muy dado a efusiones sentimentales, pero ese exhibicionismo del sufrimiento, del sufrimiento falso además, teatral, me asquea. No sé quién haya sido el primero que imaginó la fórmula: “todos somos…” Recuerdo manifestaciones del 68 francés bajo el lema “todos somos judíos alemanes”.

Ya entonces el eslogan era problemático: una buena idea si servía como recurso de memoria y de reflexión sobre el pasado inmediato, una muy mala idea si servía para que los mimados universitarios franceses de la posguerra imaginaran que no había diferencia entre la disciplina de la Sorbona y la de Auschwitz. Y de ahí en adelante, cada vez que se usa es peor.

Hace tiempo ya que la izquierda o eso que se quiere seguir llamando izquierda en Europa se dedica básicamente a exhibir sus buenos sentimientos. Y según la frase de Gabriel Zaid, a parasitar con buena conciencia la sangre de los otros.

El País ha puesto el listón muy alto —¿o será muy bajo?— con la publicación del diario de Henning Mankell, un escritor sueco de best-sellers que iba en uno de los barcos. Es un monumento a la banalidad con el título Diario de un viaje al horror. Es casi honesto y dice que el propósito no era ayudar a la población de Gaza sino provocar a Israel; se pregunta cómo responderá la armada israelí pero afirma: “a su violencia responderemos con la nuestra.

Sólo en defensa propia”. Léase: somos humanitarios, podemos hacer lo que nos venga en gana. Y lo que resulte será en defensa propia.

La marina israelí los aborda, los agrupa en cubierta y los lleva a puerto en un viaje que dura once horas: “Once horas inmovilizados, amontonados en medio de aquel calor, puede ser un método de tortura”. Para comer les dan “galletas, biscotes y manzanas” —cosa que le parece horrorosa—, de modo que optan por el heroísmo: “Tomamos una decisión conjunta: no pedir que nos permitan cocinar. Nos filmarían y lo presentarían como un acto de generosidad por parte de los soldados. Así que nos conformamos con las galletas y los biscotes”. Un horror más allá de las palabras. Después “nos arrojan unos bocadillos resecos como un trapo”. No se puede sufrir más. Medita una decisión grave, revolucionaria: “pienso en la posibilidad de procurar que ninguno de mis libros vuelva a traducirse al hebreo. Es una idea que no he terminado de madurar”. Así se forjó el acero.