César Flores: el recurrente sueño de la fotografía*

Cesar Flores
Cesar FloresFoto: Especial
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El artista de la fotografía César Flores (México, DF, 1972), goza actualmente de una notable proyección nacional. Nos encontramos, ante una excelente ocasión para revisar la breve, pero importante trayectoria de un artista visual consolidado, cuando ha alcanzado la madurez y una óptima situación de proyección no sólo en México, sino también en el extranjero.

Flores comenzó a darse a conocer como fotógrafo entre finales de los noventa y comienzos del XXI, un momento de especial euforia para la fotografía mexicana entonces emergente. En aquellos años era un artista influido por Manuel Álvarez Bravo, Man Ray y Nacho López, donde ya revelaba unas dotes técnicas muy notables y un espíritu de carácter poético. De ahí derivó a una fotografía más atmosférica, de vagas y refinadas referencias paisajistas, y con un marcado perfil hacia la exploración del cuerpo. Y es aquí, justo, en esa época de cambios, donde capta que “el verdadero contenido – apunta John Berger- de una fotografía es invisible, porque no se deriva de una relación con la forma, sino con el tiempo”. 1 Precisamente éste tema es el arranque temático de su obra, que incide no sólo, o mejor, no tanto, en lo que literalmente se entiende como obra última, sino, sobre todo, en lo que estas tiene de adquisición de una mirada fotográfica más compleja, más rica, más estimulante. En términos generales, este paso fue técnicamente el camino hacia una concepción de la fotografía como objeto, con todo lo que eso significa de distanciamiento, congelación, neutralización. Para un artista, al que, en principio, se podría calificar de “efusivo”, no era éste, desde luego, un paso sencillo, pero el desafío que se autoimpuso iba más allá – con más profundidad – de lo que llamamos cambiar de lo subjetivo a lo objetivo.

Cesar Flores
Cesar Flores

Lo que hizo y viene haciendo Flores desde entonces es tratar de captar a través de la fotografía el intervalo de la mirada, esa pausa que, en el visto y no visto, nos hace fijarnos en lo casi invisible de la cotidiana visibilidad. Este paisaje de fondo que se oculta en el barrido mecánico de la fotografía, incluido el color sepia que la satina, es el que nos plantea una mirada diferente a las más de veinte imágenes sobre las diversas partes del cuerpo que Flores presenta. Los fragmentos visuales que rellenan una imagen necesariamente fragmentada. A partir de esta urdimbre el propio gesto es cristalizado, como si la propia fotografía volviera a ser pintura, positivada, mecanizada, reveladora. . Nos encontraríamos, por tanto, ante una visión que se interrumpe, se horada y fragmenta y deviene una suerte de collage visual, un precipitado sintético de formas y pigmentos.

Este hacer replegarse a lo visual, como quien cose imaginariamente trozos de imágenes, entra en esa poética fotográfica de fugaces revelaciones de una realidad parpadeante, pero lo interesante, de Flores es la manera refinada con que resuelve visualmente este enjambre interminable de pies, torsos, manos, que rodean sus fotos. En este sentido, habría mucho que hablar de cómo se desenvuelve en ese estrecho margen de lo que, casi me atrevería a denominar, una emulsión pictórica. Y, desde luego, a recordar unos versos del poeta Mark Strand:

Cesar Flores
Cesar Flores

¿Hay algo ahí abajo en el agua que nos elude. Algún tímido acontecimiento, algún secreto de la luz que cae sobre lo hondo…2

Ese secreto de luz del que habla Strand, Flores lo encuentra en varias de sus fotos. Correspondencia, equilibrio, secreto y estilo. Brillos como un súbito resbalarse de la luz. Reflejos. Orografía de gestos. La fotografía decía Susan Sontag “al enseñarnos un nuevo código visual, amplia nuestra visión de lo que es digno de ver y de lo que tenemos derecho a observar”. Formas compactas y desvaídas. Incidentes de manchas. Pero todo ello en el filo de la navaja de lo perceptible, en una superficie sin profundidad. En este permanecer Flores consigue lo prodigioso: el sueño de pintar sin pintar, el estar en cada imagen al borde de la desaparición. Afortunadamente la fotografía no necesita de traducción. El lenguaje de la imagen incide directamente sobre nuestra sensibilidad y genera una respuesta que no requiere de interpretación racional. Es cierto, la foto aspira a crear un lenguaje artístico, demoledor en momentos, pero también es cierto que se ha convertido en oráculo para iniciados, sobrecargada de estridente fraseología, y por cierto, muy cercana al discurso conceptual. El reto, como dice Sontag es dar claridad no sólo a luz, sino al objeto mismo de la composición. Y, Flores a tratado de darle coherencia estética a cada una de sus series, llevando al límite su discurso.

Cesar Flores
Cesar Flores

Dos series fotográficas recientes de Flores, se centran en captar el otro lado de París, Francia; la primera, y la segunda, en descubrir el desierto como centro visual poético y estético; es decir, entender que la categoría “paisaje” no se puede expandir hasta abarcar el retrato, lo incidental o las abstracciones infográficas sin correr el riesgo de dejar de significar algo. “Me gusta París - confesaba el escritor Raymond Radiguet-, pero sólo en invierno”. La niebla… quizá sin ella no sería una ciudad tan hermosa, mágica, asombrosa y llena de luz…Hay que destacar la sublimidad de las imágenes parisinas a media luz; las diversas tomas de las calles poco transitadas, el cielo lluvioso de un París en pleno invierno. Pero, tal vez, la pieza más soberbia de esta serie es una imagen captada de hojas en una calle perdida, olvidada, donde el crudo invierno se refleja, una turbadora obra surrealista con toda la carga poética e imaginativa que Gaston Bachelard desarrolla en su libro El agua y los sueños. La abstracción y la construcción, a contrapelo de la naturaleza, son las dos vertientes artísticas esenciales de este giro que hace nueva las imágenes de Flores. La serie del Desierto es una obsesión por lograr una foto fija, de un solo instante: el sol que hiere la vegetación dispersando fragmentos sensibles; el cielo como aglutinante cromático que disuelve cualquier identidad, la cicatriz de la arena, la memoria del silencio, los pliegues del aire sobre la arena, su huella invisible y aroma. Silencio que se vuelve grito, susurro. Turbación extraña, poética. Al descubrirla confirmo que al igual que la imagen poética, la fotografía tiene lecturas múltiples. Imagen llena de arte: revela y descubre. “No habrá luz- dice Alberto García -Alix-, pero sí claridad”. La foto aprisiona el tiempo, lo encierra tras un parpadeo de la cámara, “poderosa – dice Octavio Paz - prolongación del ojo”. En cada imagen de Flores hay un tiempo suspendido en la memoria, un abismo caótico, llena de soledades desérticas, que va llevando al límite en cada una de sus imágenes. Una fotografía de poesía visual, modeladas por la luz en inverosímiles derivaciones formales, tentadas por el color con una sutileza oriental que acentúa el vigor de la composición frontal, potenciada por los espacios. Un arte sólido, frontal, con motivos estilizados en el contraste blanco –oscuro, plano –luz. Naturaleza y realidad. Cesar no cuenta historias del desierto: nos ha mostrado una realidad en cambio constante, que son fijezas inmediatas. Una buena foto busca en cualquier espacio, en un hueco mínimo, en un ángulo incierto un diamante, y lo encuentra allí donde nada acierta a verlos. Uno de los aspectos más interesantes de las fotografías de César Flores es la destilación de esa ausencia inseparable, de la fruición del ojo frente a la cámara. El misterio de ser visto, mirado y observado. Ver es iluminar. Imágenes desbocadas, impregnadas de una poética visual que se ramifica y multiplica a cada instante.

Cesar Flores
Cesar Flores

1 Sobre las propiedades del retrato fotográfico, John Berger, Editorial Gustavo Gili, Barcelona, 2006

2 Nuestra obra maestra es la vida privada, se publica en el libro Tormenta de uno. Poemas, Mark Strand,. Editorial Visor, Madrid, 199

*Texto del catálogo Desierto de César Flores que editó el Seminario de Cultura Mexicana