VIDEO: Fallece Tom Wolfe, padre del Nuevo Periodismo, a los 87 años

VIDEO: Fallece Tom Wolfe, padre del Nuevo Periodismo, a los 87 años
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El periodista y escritor estadounidense Tom Wolfe falleció este lunes en Manhattan a los 87 años de edad, informó su agente Lynn Nesbit.

Wolfe, hospitalizado por una infección, era conocido por ser el "padre del Nuevo Periodismo". A lo largo de su carrera escribió cuatro novelas largas, muchos cuentos, poesía, obras dramáticas y fragmentos de novela. Fue periodista, ensayista, reportero, escritor y guionista. En sus inicios fue un colaborador de The Washington Post, Enquirer y New York Herald.

Nació en Richmond, Virginia, en 1931. Fue famoso desde la década de los sesenta por sus impecables trajes de tres piezas y camisas de cuello blanco almidonado y por sus reportajes en primera persona.

La obra más conocida de Wolfe es La hoguera de las vanidades (1987), que aún se considera "la gran novela de Nueva York". El debut en la ficción de Tom Wolfe narra la historia de McCoy, un joven y triunfador vendedor de bonos que una noche se pierde junto a su amante por el South Bronx, atropellan a un negro y huyen. A partir de ahí, empieza su caída libre y, paralelo a ella, Wolfe retrata todo el submundo de la ciudad.

Entre su obra periodística destaca La banda de la casa de la bomba, donde Wolfe examinó  provocativamente (como destaca la editorial Anagrama, encargada de traducir sus obras al español) las instituciones de la era pop, los representantes de la nueva cultura: "surfistas, los locos de la moto, los Muchachos de la Melena y la estética de lo rancio, Hefner (Playboy), el rey de los reclusos voluntarios, la topless trucada con silicona, el revoltijo mcluhaniano, los «Swinging London», las heathfields y las dollies, los hoteles climatizados, la decadencia del cocktail-party y la aparición de la cena con mono, la nueva etiqueta de la nueva café-society neoyorquina".

La pandilla de la casa de la bomba

Por Tom Wolfe

Nuestros muchachos nunca se cortan el pelo. El pantera negra tiene los pies negros. Los pies negros del desvencijado pantera negra. Pan-te-ra. Mee-dah. Pam Stacy, dieciséis años, es una elegante de aquí, de La Jolla, California, con sus pantalones de color naranja acampanados, estilo pata de elefante; está sentada en un escalón, el cuarto de la escalera de la playa, y puede ver un par de repugnantes pies negros sin alzar la cabeza. Así que dice en voz alta: «El pantera negra.»

Alguien que está sentado unos escalones más abajo, uno de los muchachos de pelo maxi y pantalones cortos caqui, dice: «Los pies negros del pantera negra.»

«Mee-dah», dice otro chaval. Ésa es, precisamente, la consigna de una, bueno, de una sociedad underground conocida como la Mac Meda Destruction Company.

«El pan-te-ra.»

«La pan-te-ra.»

Todos estos chavales, diecisiete, miembros de la banda de la casa de la bomba, andan alrededor de estas escaleras por la playa de Windansea, La Jolla, California, hacia las once de la mañana, y todos miran los pies negros, que son un par de zapatos de calle negros de mujer, de los que surgen dos viejos tobillos blanquecinos y venosos que conducen como una rampa senil a una especie de pastel de chocolate de carne sebácea y edematosa; sus muslos, que parecen escaparse del traje de baño, y en los que hay viejos y desvaídos cardenales amarillentos, que probablemente se produjo corriendo ocho metros para coger un autobús o algo semejante. Allí está con su viejo maridito, que lleva sandalias: ya se sabe, un par de calcetines azul marino por el tobillo y esas sandalias con grandes tiras oscuras, anchas, que huelen a nuevas. Amigo, parecen sandalias ortopédicas, si puede imaginarse algo así. Evidentemente, esta gente viene de Tucson o de Albuquerque o de uno de esos sucios pueblos de casas de adobe. Todos esos sucios y desmigajados pies negros vienen a la playa de La Jolla desde los pueblos de casas de adobe para pasar el fin de semana. Incluso traen coche; un coche lleno de termos y emparedados de mayonesa y una especie de apoyo de madera y emparrillado para el viejo inválido que conduce, además de persianas en la ventanilla trasera.

–El pantera negra.

–Pan-te-ra.

–Mee-dah.

Nadie se lo dice directamente a los dos inválidos. Dios mío, deben tener prácticamente cincuenta años. Como es de suponer, llevan toda clase de basura imaginable: las sillas plegables de aluminio, los periódicos, el libro de la biblioteca de préstamo con forro de plástico, las gafas de sol, bronceadores, aproximadamente un cubo de crema...

Son mexicanos. Y tratándose de mexicanos, ambas partes achican los ojos y se miran, pero nadie lanza un golpe. Por supuesto, ninguno de la banda de la casa de la bomba daría siquiera un empujón a esta gente o les diría algo de forma directa; son demasiado «fríos» para eso. Todos los de la casa de la bomba parecen molestos. Incluso Tom Coman, que es un tipo frío. Tom Coman, dieciséis años, a quien anoche expulsaron de su garaje. Allí está, sentado en la baranda, junto a las escaleras, sobre la playa, con las piernas separadas. Una esbelta y guapa chica de pantalones amarillos está de pie en la acera pero apoyada en él, rodeando su cuerpo con los brazos, pero sólo para descansar. Neale Jones, dieciséis años, un muchacho de larga melena lacia de perfecto surfista, está sentado allí cerca con un esparadrapo en el labio superior, donde tiene una quemadura del sol. También está arriba, en la acera, Little Vicki Ballard. Su hermana mayor, Liz, está al fondo de las escaleras junto a la misma casa de la bomba, un bloque de cemento de cuatro metros y medio de altura, donde está la maquinaria del sistema hidráulico de La Jolla. Liz va ataviada según el gran estilo «Liz», un inmenso chaleco de piel de conejo y botas negras de cuero sobre los vaqueros, aunque estamos a más de treinta al sol, que cae a plomo como la lámpara de dentista de Dios y el Pacífico hinchándose con un oleaje entre bueno y mediano. Kit Tilden anda también por allí, y Tom Jones, Connie Cartes, Roger Johnson, Sharon Sandquist, Mary Beth White, Rupert Fellows, Glenn Jackson, Dan Watson de San Diego, todos andan por allí, y todos echan un vistazo a los panteras.

(Fragmento)

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